Esta serie me dejó una sensación ambivalente, como la de haber sido estafado pero, al mismo tiempo, la de haber disfrutado en su segunda mitad de una de las mejores manipulaciones ideológicas recientes a partir de un despliegue artístico impresionante (especialmente en materia de actuaciones y música).
Podemos clasificarla entre las obras audiovisuales que retratan a las clases altas del “primer mundo” globalizado, la que gira casi totalmente en torno a Logan Roy (Brian Cox), un muy poderoso magnate estadounidense de origen irlandés, y de las luchas de sus tres hijos –Kendall (Jeremy Strong), Roman (Kieran Culkin) y Siobhan (Sarah Snook)– por heredar el trono de Waystar, su imperio mediático de extrema derecha.
Cuando empecé a verla, ya en su primera temporada, me aburrió un poco y la puse en suspensión por un par de meses; luego volví, ya que no es la primera serie que va de menos a más. La razón de mi molestia inicial es que tanto los hijos como el resto de personajes de la serie son –como en el caso de los protagonistas de la reciente “¡Asu mare! Los amigos”– unos completos subnormales, con la diferencia de que “Sucesión” no es propiamente una comedia (ni menos ligera), sino que –pese a múltiples episodios de una ironía colindante con el humor negro– las situaciones y personajes son tomados en serio. Y ese es justamente el problema. Con esos hijos y entorno corporativo subestándar es relativamente fácil para el veterano patriarca montar un sistema de poder basado en fomentar el conflicto permanente entre sus hijos y asesores para poder él mantenerse encaramado en la cúspide.
Cuando digo “subestándar” me refiero a que los hijos son personajes emocionalmente muy frágiles (especialmente los varones) y, sobre todo, no exhiben ninguna capacidad profesional (salvo la hija, Siobhan). Kendall es un adicto a las drogas y el alcohol, lo que obstaculiza fuertemente sus intentos de liderazgo a la vez que destruye su vida familiar; haciéndolo manipulable, en cierto tramo de la serie, por su padre, a partir de un episodio fatal con un dealer.
Su hermano Roman es un ser torturado, ignorante, peligroso, inescrupuloso y de hábitos sórdidos, comete errores desastrosos e inimaginables en el manejo de inversiones de alto riesgo y valor, y no aguanta la presión paterna internalizada, ante la que se derrumba (y de lo cual es consciente).
Siobhan, por su parte, sí demuestra cierta eficacia en el manejo de la asesoría de imagen a políticos, aunque parece que esto es un hándicap, ya que despierta recelo y –ya en el final, posiblemente– temor por sus capacidades, inteligencia y condición de mujer. Cae por participar de los vicios del entorno familiar-empresarial disfuncional en que transcurre la obra.
Si bien estos (y otros) personajes muestran cierta evolución de aprendizaje y superación de defectos, sobre todo en el tramo final de la serie, lo cierto es que se omite casi en todo momento la mostración de tales avances profesionales, los que –en el mejor de los casos– aparecen solo sugeridos. No hablo de sus capacidades intelectuales, nulas, sino tan solo de algo que sugiera que el mundo de los negocios se maneja con criterios de management moderno. Me parece que, en esta serie, el prejuicio de que los CEO corporativos son todos unos débiles mentales es llevado al extremo, o, en todo caso, la serie ejemplifica la afirmación atribuida al premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz según la cual «el 90% de los nacidos ricos, por más imbéciles que sean, seguirán siendo ricos».
Con estos componentes, es relativamente fácil (y de allí el sentirme estafado por los guionistas) la construcción del liderazgo de un Logan Roy, el gran gancho de la serie. El solo hecho de su elevada edad ya es una ventaja del patriarca con respecto a sus hijos varones inmaduros y débiles, tanto en materia de negocios como de manejo emocional; pero, sobre todo, por el poder propio que ha acumulado y que le permite tratar de igual a igual a presidente de EE. UU. y a la elite política yanqui, a partir de la influencia de su imperio mediático. De allí también que no le sea difícil imponerse a sus hijos y funcionarios turulatos, y evidencie ser el único personaje con fuerza y carácter para hacerlo. Su desventaja consiste en una prepotencia reiterada, su precaria salud, comportamiento errático y su negativa a ceder el poder, lo que atiza la ambición desmedida de sus vástagos.
La acción dramática está marcada por una sola (in)conducta: la traición. La traición grande y pequeña, la traición mutua y la traición a sí mismo(a), la traición pura y hasta la traición por las puras. La traición elevada a la ene potencia, excesiva y omnipresente; o, como diríamos en Perú, el serrucho permanente. Entre las principales traiciones están las que enfrentan a Logan con su hijo Kendall (en realidad, mutuas y casi simultáneas); pero también están las que “unen” a Siobhan con su esposo Tom Wambsgams (Matthew MacFaydden), tan (o más) incompetente como el resto de la familia.
Dado estos personajes tan faltos de luces, los guionistas aprovechan sus defectos y debilidades para insuflarles (in)humanidad y, con estos (y otros) insumos, son las actuaciones los que los salvan de la caricatura. A este nivel, el que se lleva el premio es MacFaydden, en su caracterización de un Tom permanentemente inseguro, ansioso y con unos extraños tics nerviosos que acompañan su relación homoerótica con su asistente Greg Hirsch (Nicholas Braun), en los que la traición de ida y vuelta los une de manera (in)comprensible.
Y, por un efecto de espejo, ese mismo mecanismo de traiciones “cimenta” la relación entre Tom y su esposa Siobhan. El menosprecio inicial de ella muta luego hacia la desprotección y traición (tanto a nivel conyugal como corporativo) a su marido, para luego invertirse mediante un giro dramático en el inesperado desenlace. Sobre este matrimonio viene al caso citar una reflexión de Joseph Campbell que leí hace poco: “Lo importante en el matrimonio es la relación entre dos personas, y cuando te casas (quiero decir cuando te casas de verdad), el centro de atención se desplaza de uno mismo a la relación de los dos. Cuando piensas en ti sacrificando o cediendo cosas, no lo haces por la otra persona, sino por la relación (…) El matrimonio… no es una relación amorosa; es una prueba. Si lo piensan así, podrán superarla. La prueba consiste en superar el ego en aras de la relación” (Campbell, Joseph, “Tú eres eso”, Girona: Ediciones Atalanta, 2021; pp. 150-151). Es posible que esta fuera la idea inicial de Tom y sea también la conclusión a la que llega finalmente Siobhan.
Sin embargo, la relación (o, más bien, fijación) más turbia es la de Roman con la abogada Gerri Kellman (J. Smith-Cameron). No deja de ser oscuramente fascinante la cuasi impotencia del personaje, a la vez que su atracción real por una mujer mayor, que aparentemente lo lleva más allá del onanismo. Esto rompe un poco la fijación paterna de Roman y la única explicación posible es la mayor capacidad profesional y mayor experiencia de vida (léase, edad) de Gerri. Esto ratificaría que la evidencia de que una mayor capacidad de los personajes femeninos, si bien genera reconocimiento en los personajes masculinos, termina jugando en contra de ellas. Su única forma de sobrevivencia es mantenerse o limitarse a un rol subordinado al poder patriarcal (como esposas, madres, amantes o asistentes), siendo Siobhan el caso emblemático.
De otro lado, las interpretaciones –digamos– más ortodoxas son las de Jeremy Strong y la de Cox, gracias a sus papeles relativamente más convencionales. En tal sentido, Strong compone sin excesos actorales los excesos del comportamiento de un adicto y sus consecuencias; en base a lo cual el personaje exhibe sus profundas inseguridades y culpas, al mismo tiempo que oscila brutalmente entre la búsqueda del reconocimiento paterno (junto a la ¿aparente? sujeción total a Logan) y la lucha sin cuartel contra su progenitor. Brian Cox, por su parte, aprovecha la mediocridad de sus hijos para superarlos con sus manipulaciones, vence sus propias limitaciones y va componiendo un perfil de liderazgo “triunfador” (incluso post mortem), cuando en realidad lo que observamos es su declive humano y empresarial. Su interpretación, en sus momentos de cierta lucidez, logra transmitir autoridad, poder y dinero con los énfasis y temperamentos exactos.
Dado que estos personajes son tan faltos de luces, solo les queda refugiarse en la intriga, y motivarse por la ambición, el poder y el dinero; lo que está en la base de este entorno de traiciones constantes. El ejemplo emblemático es Greg, el asistente de Tom, quien destaca por su elevado tamaño, inversamente proporcional a su escasa inteligencia, y por lograr hacerse útil –a tirios y troyanos– a partir de transmitir información clave para las feroces pugnas dentro y fuera del imperio de Logan; y así sobrevivir e incluso ascender. Debe mencionarse que esto no es privativo del entorno Waystar. También al interior del grupo GoJo, dirigido por Lukas Mattson (Alexander Skarsgård) y con quienes los herederos libran una batalla final (en realidad, un reacomodo empresarial), se presentan las infidencias, intrigas y traiciones.
En tal sentido la traición llega a configurarse como un entorno natural y casi único en el universo corporativo de Waystar. Es decir, nadie las oculta (o lo hacen a medias), todos traicionan y toleran las traiciones a cada rato, por lo que tampoco es muy difícil identificarlas (trascienden casi inmediatamente) y, a veces, atajarlas; para luego reiniciarlas en una secuencia permanente hasta el final. No hay mayor arte en esto, más bien bastante mediocridad y no solo a nivel de los personajes sino de la propia estructura audiovisual. Esto debilita muchas veces la lógica dramática ya que la resolución de varios conflictos (incluyendo el definitivo) resultan arbitrarios debido a que se guían por el principio de la traición por la puras.
De esta forma, el proceso en el que Logan va uniéndose y enfrentándose por turnos con sus hijos y donde el patriarca los manipula y enfrenta de formas y en escenarios distintos, termina por destruir las relaciones familiares; pero también acumula tensiones intrafamiliares que estallarán en la última temporada de la serie. Así, las espectaculares escenas de “aclare” entre Siobhan y Tom, y luego, entre los tres hermanos no son producto solo de las notables actuaciones sino también de la tensión acumulada por las incontables traiciones mutuas y compartidas, las que requieren y facilitan tal desfogue.
Esto es resultado de un guion laboriosamente acumulativo pero relativamente básico (pese a sus fuentes shakespereanas), que –como lo hemos sustentado– se salva y potencia por las notables caracterizaciones de los protagonistas apropiadamente apoyados por un equipo de buenos secundarios y por la participación ocasional de estrellas invitadas, tales como Holly Hunter y Adrien Brody, entre otros.
Sin embargo, debe destacarse que esta labor actoral cuenta con dos importantes soportes para que sus penosos personajes sean tomados en serio, evitando cualquier indicio de caricaturización. El primero es el trabajo de cámara, la que constantemente se mueve nerviosamente, desestabilizando el encuadre, a la vez que recurre a unos zooms-in toscos pero cortos. De esta manera, mientras que los personajes dicen cualquier barbaridad (indirectas, ataques o alusiones irónicas y crueles) con la mayor formalidad, la cámara va mostrando la tensión interna (inseguridades, cálculos, temores, ira) que los va corroyendo por dentro.
El segundo, es la música, cuyo tema principal (a cargo del piano) se vuelve pegajoso y luego va variando conforme cambian las distintas situaciones dramáticas, que amplifican determinadas sensaciones derivadas de la acción dramática (soledad, tristeza, nostalgia, nobleza, solemnidad) que no son el eje de las caracterizaciones de los personajes pero que están presentes en ellos o en situaciones específicas. De esta manera se compensan y minimizan los componentes chocantes y/o críticos, y se les complementa o refuerza el componente humano a personajes que, en el fondo, son muy pobres de mente y espíritu, características ambas inversamente proporcionales al abultado monto de sus fortunas.
Gracias a todos estos elementos, la serie termina con un tufillo apologético de lo que aparentemente pretendería cuestionar. Efectivamente, al inicio pareciera ser una sátira de la elite mesocrática actual en yanquilandia. Pero luego da un vuelco hacia un creciente drama familiar, en el que unos personajes débiles se (de)crecen en su enfrentamiento mutuo y ante su progenitor, en una espiral finalmente autodestructiva.
En sus encendidos panegíricos hacia su padre (que, efectivamente, es un simple patán multimillonario), tanto Kendall como Roman, hablan pestes de su progenitor y son inusitadamente sinceros. Sin embargo, al mismo tiempo, sostienen que es así como debe ser; es decir, que su maldad, prepotencia y el poder acumulado a costa de la manipulación emocional (tanto) de ellos (como del público de sus noticias, añadiríamos nosotros) son comportamientos a ensalzar. De esta forma, lo que empezó con visos satíricos deviene, a su vez (y haciendo sinergia con la siniestra habilidad de Logan) en una manipulación emocional en la que el público termina identificado o, al menos, compadeciendo a estos personajes subnormales y subestándares.
No niego que la serie muestre constantes ejemplos de manejos turbios y corruptos (caso de la línea de cruceros, entre otros), ni que Waystar sea una versión muy parecida a la cadena extremista de derecha Fox News, ni que Logan sea un personaje inspirado –según algunos– en Rupert Murdoch y –según otros, yo incluido– en Donald Trump (antes que en el shakespereano rey Lear). Ni que veamos la manipulación noticiosa llegando al ocultamiento de un fraude electoral en Estados Unidos.
Pero estos contenidos pasan a un segundo plano o incluso pueden pasar desapercibidos para públicos menos informados; embelesados por estos personajes atrapados en sus jaulas de oro, despedazándose mutuamente y tratando de sobrevivir a sus propias y muy humanas miserias. Sobre todo, no hay un solo personaje que marque una diferencia mínimamente ética en todo este entorno elitista. En la familia, el único que cuestiona con una mínima idoneidad moral a Logan es Ewan Roy (James Cromwell), su hermano, el que sin embargo termina defendiéndolo; y es mostrado también como un personaje excéntrico y algo desubicado en el entorno corporativo, en todo caso, marginal.
Lo mismo sucede desde el punto de vista político. Vemos que el único personaje en la familia que representa al Partido Demócrata es Siobhan, la cual sale siempre derrotada, traicionada y relegada por padre, hermano y aliados en sus distintas batallas por alcanzar la cumbre. En esa línea, ella es el verdadero personaje “trágico” de la serie ya que –aunque participe de esta orgía de traiciones– es la que muestra mayor ecuanimidad y capacidad; razón suficiente para que todos desconfíen y deba resignarse a su rol dependiente.
Pero, sobre todo, el sobrepeso de lo emocional me parece que tiene más de manipulación y debilidad dramática (traiciones por la puras que conducen a desenlaces arbitrarios) que el contenido crítico hacia el poder mediático y el poder a secas de la extrema derecha estadounidense; presente en la serie pero que, en el mejor de los casos, puede terminar opacado por esa dosis de manipulación emocional, y, en el peor, puede resultar apologética de esos conglomerados mediáticos, su “éxito”, impunidad y continuidad. Lo que no es lo mejor.
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