Asteroid City (2023): Un cráter de esplendor y desconcierto 

Asteroid City

“La imitación es la forma más sincera de admiración con la que puede pagar la mediocridad a la grandeza”. La célebre frase de Oscar Wilde hoy podría venir de boca del director Wes Anderson con relación a los miles de imitadores por redes sociales que han convertido las situaciones más mundanas en montajes dignos de su filmografía. Pese a sus buenas intenciones, el propio Anderson ha reconocido su hastío por estas parodias (“no quiero ver lo que alguien piensa sobre lo que trato de ser porque Dios sabe que podría comenzar a hacerlo”, según Rolling Stone). Aunque estos videos apenas captan un par de elementos de su estilo, incluyendo la ahora aburrida “Obituary”, su capacidad de plasmar la esencia de lo que sería un picnic o un viaje en tren “a lo Wes Anderson” con un celular sí que es loable. Su proliferación masiva también tiene el potencial de opacar e incluso degradar la obra del autor. Un cineasta experimentado no tendría por qué temer ante una horda de simples aficionados, pero ¿qué pasa cuando es el propio Anderson el que parece imitarse a sí mismo?

Está última impresión es la que me llevo tras ver Asteroid City, décimo primer largometraje del tejano que paradójicamente reúne todos los componentes necesarios para convertirse en su nueva obra maestra. En ella encontramos trenes, carteles pintados a mano, referencias científicas, trajes estrafalarios, la música de Alexandre Desplat, la fotografía de Robert Yeoman, y el ramillete de actores fetiche del director encabezado por su alter ego original, Jason Schwartzman. También está un guion coescrito por Anderson y Roman Coppola, la misma dupla exitosa detrás de Moonrise Kingdom (2012) y La crónica francesa (2021), que cuenta una historia que combina los dos ámbitos predilectos del director: el de una familia de varios hijos (y los amigos de estos), y el de un sinfín de personajes adultos patéticos y excéntricos. Pero lo más andersoniano de todo es que los sucesos del argumento principal en realidad son parte de una obra de teatro (aunque no lo aparente) que se presenta en el marco de un show televisivo cuyas escenas tras bambalinas se presentan en blanco y negro.  

La “grandeza” creativa de Anderson se confirma desde la secuencia inicial correspondiente al show televisivo donde los elementos de la puesta en escena parecen situarse en diferentes planos, como si se hubiese grabado con la famosa cámara de animación de Disney. La fluidez de las transiciones de cámara en un fondo negro también generan la sensación de un efecto 3D artesanal. La introducción de la “Ciudad Asteroide” también es evocativa de Disney con un tren y una ciudad del desierto que parecen salidos de uno de sus viejos cortos animados y que bien podrían encajar en uno de sus parques temáticos. Los travellings laterales que destacan los pintorescos locales de la ciudad hacen que uno quiera meterse en la pantalla a lo Buster Keaton y quedarse en cada uno de ellos por más tiempo. En escenas posteriores también se aprecian efectos especiales que son consistentes con el aspecto lúdico y analógico del resto de la película. La ingeniosa inclusión de alguna escena de animación stop-motion confirma que la visión de Anderson y los valores de producción de sus obras son incomparables con los de sus imitadores digitales.

Pero toda esta majestuosidad audiovisual termina diluida en un guion de interés intermitente, con personajes mayoritariamente residuales, tramas monótonas e incompletas, y un propósito tan insignificante como el asteroide (o más bien meteorito) que da nombre a la película. Por un lado está la historia del fotógrafo de guerra Augie Steenbeck (Schwartzman) que llega a Asteroid City junto a sus hijos para participar de una convención astronómica. Aunque aparenta ser un paseo familiar convencional, Augie está deprimido por el reciente deceso de su mujer que aún no revela a sus hijos. Por otro lado está la historia sobre la obra teatral que incluye su concepción como guion, su proceso de casting y su representación en televisión. Aunque la segunda representa solo un cuarto de película, ambas historias se intercalan sin mayor pretensión que la de recordarnos que estamos viendo una ficción dentro de otra. De todas las escenas tras bambalinas que interrumpen la narrativa principal hay una en la que el actor ficticio que encarna a Augie admite estar confundido sobre su rol. Este comentario autorreferencial, muy andersoniano, es posiblemente el que más gracia genere a un espectador que no termina de comprender lo que está ocurriendo en general. Entre lo deliberadamente rápido que los actores enuncian sus diálogos, lo abarrotada del reparto, y lo redundante que resulta la historia de Augie es inevitable abrumarse, perderse o hasta quedarse dormido. 

Es verdad que las películas de Anderson se caracterizan por narrativas caóticas y concurridas y personajes excéntricos y cínicos que no son accesibles para un público masivo. La crónica francesa, por ejemplo, supuso un bajón de taquilla a la vez que un récord de intérpretes y tramas en la filmografía de Anderson. Pero aquel filme al menos puede defenderse como una antología de cortometrajes delimitados cuya estructura se inspira en la famosa revista New Yorker. En Asteroid City las dos historias paralelas se interrumpen innecesariamente, cortando el mínimo desarrollo narrativo y conexión con el público que entabla la primera. Fuera de un par de momentos graciosos tras bambalinas, la historia correspondiente al show televisivo podría haberse reservado entre el prólogo y el epilogo o cortarse totalmente. Pero incluso dentro de la historia central hay personajes secundarios como los de Liev Schreiber o Steve Carell que pudieron reducirse a breves cameos. Entre los principales solo destacaría los de Scarlett Johansson y Tom Hanks, además de las trillizas que encarnan a las hijas pequeñas del protagonista. Ni siquiera Schwartzman resulta convincente como un padre viudo que debe afrontar una crisis existencial además de un súbito encuentro del tercer tipo. 

Pero la desazón que genera Augie tiene menos que ver con el talento de su actor y más con la pluma extrañamente insípida de sus guionistas. Pese a que el héroe promedio de Anderson no se caracteriza por ser convencional, emotivo o virtuoso, sí que es posible identificar en la mayoría una clara condición humana asociada a sus flaquezas. Los protagonistas que ha interpretado el propio Schwartzman en Tres son multitud (1998) o Viaje a Darjeeling (2007) irradian el doble de carisma y sensibilidad que el de Asteroid City. Algo similar ocurre con Woodrow, el hijo de Augie que intenta calzar en los zapatos de los héroes adolescentes de Moonrise Kingdom o El gran hotel Budapest. Aunque el perfil de Jake Ryan es el ideal para encarnar a un nerd andersoniano como Woodrow, este termina siendo opacado por su padre y por el resto del enorme reparto. Pero lo más lamentable de su arco narrativo de chico genio tímido es que representa un popurrí perezoso de aquellos de sus predecesores. Esto sugiere que Anderson ha descuidado la atracción y trascendencia de sus personajes a cambio de una propuesta estética esplendorosa pero artificial.

Queda claro que por muchas parodias virales que surjan, el único capaz de reproducir fielmente la estética y sentido del humor de Wes Anderson es él mismo. También es el único que lo puede rebasar, dejando viñetas gloriosamente simétricas y números musicales estrafalarios, pero también historias difusas y personajes frustrantes. Su comedia de lo absurdo funciona mejor cuando sus personajes a la vez irradian cierta simpatía e inocencia, y sus referencias intelectuales resultan más efectivas cuando los contextos culturales de las películas se acercan más a la realidad que a la ficción. Es improbable que Anderson renuncie a la fórmula cinematográfica que le ha granjeado múltiples seguidores e imitadores a nivel global en detrimento de la espontaneidad y rebeldía de sus primeras películas. Solo agradecería que en la próxima película invierta más tiempo en la persuasión de sus personajes que en sus posiciones respecto a la cámara y la escenografía.

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