Barbie (2023), masculinidades frágiles aparte, era la película que personalmente más esperaba este año. Desde un sentido colectivo, porque era bastante pronosticable un fenómeno social como el que rodea a su estreno. Soy un convencido de que la ‘magia’ del cine no debería estar solamente encerrada en una sala frente a una pantalla gigante, sino también en las emociones que genera en el público, en los cambios sociales que provoca o en simples tendencias pasajeras como vestirse de rosa para ver una película que, aunque dure solo unos instantes, queda para siempre en la memoria de muchas personas aun si ello sea algo que muchos estudios cinematográficos han olvidado al estrenar blockbusters con aspiraciones multimillonarias cada fin de semana.
Desde un sentido más personal, los antecedentes creativos detrás de Barbie me hacían pensar que había muy pocas posibilidades de tener una decepción mayúscula. Greta Gerwig dirige aquí su tercera película en solitario (tiene una película dirigida en dupla con Joe Swanberg titulada Noches y fines de semana – Night and Weekends, del 2008, para los estudiosos de minuciosidades filmográficas) tras las impolutas Lady Bird y su versión de Mujercitas. Sin embargo, eran Frances Ha y Mistress America, un par de títulos que, al igual que Barbie, fueron guionizados por ella y su ahora esposo Noah Baumbach, los que verdaderamente me inclinaban a creer que esta cinta podía ser la oportunidad perfecta para que la búsqueda existencialista femenina retratada en una plausible nota ‘indie’ en ambas cintas pueda llegar masivamente a un público que rara vez consume películas de presupuesto reducido.
Prefiero empezar comentando sobre el revestimiento de la producción ya que el trasfondo de la película me ha parecido bastante complejo y con una capa adicional que creo que será muy complicada de rebanar y por ello me gustaría cerrar con ese tópico. Haciendo un repaso general por los puntos más altos, el diseño de producción no merece otro calificativo más que inteligente y cuidado en cada detalle para dar la sensación de estar en un mundo de fantasía. Igualmente, el diseño de arte evoca inequívocamente la nostalgia de cualquier niña que tuvo una muñeca Barbie y homenajea la identidad misma del juguete. Por otra parte, la banda sonora es divertida y recordable y no sé si será la pegadiza ‘I Am Ken’ de Ryan Gosling o la melancólica ‘What Was I Made For?’ de Billie Eilish, pero alguna de las dos canciones tendrá su nominación en los próximos Oscar. La misma suerte correrá el propio Gosling, pues su interpretación de Ken es divertida y profunda, pero especialmente comprensiva del cambio de tono que sufre su personaje. Ryan Gosling debe ser el actor dramático que menos prejuicios tiene para probar nuevos géneros. Aquí no solamente recupera sus recursos cómicos que tan bien le funcionaron en Loco y estúpido amor y Dos tipos peligrosos, sino también sus dotes de baile y canto probados en La La Land. Si dependiera de mí, también sería nominación fija para la siempre excelente Margot Robbie, quien ya acumula dos nominaciones previas (Yo, Tonya y Bombshell) aunque la Academia ya la ha olvidado injustamente por Babylon el último año, así que habrá que esperar. El resto del reparto acompaña muy bien dentro de lo que les corresponde, pero son muy pocos los que tienen opción para resaltar. America Ferrera, quien tiene a cargo un discurso poderoso, es una de ellas.
Ya entrando en los hechos de la cinta, a modo de prólogo, tenemos una referencia al mismo prólogo de 2001: odisea del espacio, que sirve para explicar la importancia cultural del producto Barbie en la sociedad y especialmente en el género femenino desde su creación hace más de sesenta años. De hecho, aunque esto ya se había visto en algunos avances (así que no es spoiler), era lógico pensar que Mattel obligaría a incluir este mensaje como parte de la estrategia comercial que impulse el reposicionamiento de la muñeca en el mercado. Ese debía ser el objetivo final detrás de esta producción, pero…
En ese sentido, esperaba que detrás de la marketinera ola rosa que levantaron Warner Bros. y Mattel, viniera casi encriptado un mensaje sigiloso sobre las preocupaciones y dilemas de la feminidad acompañado de una disimulada crítica a los parámetros patriarcales que aún se pueden ver en algunos aspectos de la sociedad. La filmografía de Greta Gerwig me invitaba a creer que Barbie tomaría esa ruta porque era lo que la directora tenía más ensayado. No pude estar más lejos de la verdad. Greta decide zafarse de sutilezas y ser tan frontal como lo era su personaje de Lady Bird interpretada por Saoirse Ronan contra su madre en la película homónima, solo que esta vez no utiliza a su personaje principal para rebelarse, sino a su guion para satirizar la realidad y no dejar indiferente a nadie.
Al desprenderse de la timidez de reflejar perspectivas de género y sociales con más delicadeza, Gerwig está implícitamente aceptando su paso a un cine comercial que requiere de un megáfono para hablarle a un público amplio en lugar del uso de volumen de la voz natural en una conversación en un bar como lo hacía el personaje de Frances que ella misma interpretaba en Frances Ha. En efecto, la directora está asumiendo además que este público no está obligadamente entrenado en las tendencias feministas online, por lo que dentro del discurso feminista que salpica con su conocida chispa cómica, el registro posee una acidez propia que por momentos se acerca al de una tira cómica de Maitena (disculpen la tropicalización del asunto). Esto no es necesariamente malo y no es siquiera mi intención insinuar ello pues me he reído con casi todos los chistes que construye, pero si quiero remarcar que posiblemente el espectador más cinéfilo que tenía a Greta en alta estima podría sentir que está presenciando un cambio drástico en el estilo de la cineasta al intentar salir del nicho y universalizarse.
Con esta decisión, Gerwig abre una caja de pandora que puede desviar la atención. En primer lugar porque podría dejar descontentos a todos los grupos ‘intelectuales’. Por ejemplo, el mansplaining es un concepto que los colectivos más deconstruidos ya comprenden a la perfección y lo que el argumento pretende es explicarlo de la manera más sencilla posible, por lo que podrían apreciarlo como un recurso demasiado básico. Por otro lado, está plasmado de una manera tan práctica que la parte menos deconstruida y a la que alude sin reparo alguno, podría sentirse infantilizada, aunque posiblemente, considerando que las herramientas narrativas conceptuales parten de que es un mundo de juguetes, esto forme parte de su objetivo.
Si es que esto, en algún punto, erróneamente se convirtiese en una discusión de hombres contra mujeres, debo oponerme para afirmar que la cinta jamás plantea esa discusión y ello debe quedar claro en el planteamiento del segundo acto. Para que las finalidades de las Barbies y los Kens se equilibren como opuestos equidistantes, Barbieland y el Mundo Real tendrán que ser proporcionalmente opuestos o, en el peor de los casos, el Barbieland dominado por los Kens debería ser el antónimo perfecto del Barbieland inicial, lo cual no sucede en ningún momento. En el Barbieland original, todas las Barbies son perfectamente autónomas y olvidan por completo la existencia de los Kens, no en el aspecto profesional, sino en el sentimental. Ningún Ken pretende resaltar por ser presidente, astronauta, médico o abogado, sino por estar presentes en la vida de sus Barbies, lo que se convierte en un vacío emocional del que Barbie no se da cuenta. Cuando el escenario cambia drásticamente, por más que los Kens acaparen todos los puestos e impongan sus reglas, no logran estar completos sin una Barbie a la que puedan tener en casa, listas para escucharlos explicarles cosas todo el día. En posición de poder, Ken aún necesita una Barbie que sea sumisa. Cuando Barbie tenía el poder, Ken era sencillamente olvidado.
Ya dependerá de que tan abierto esté cada espectador a asumir que esto es una crítica que lo aborda o no, pero por mi parte solo puedo renovar mi admiración en el ingenio de Greta Gerwig para explicar esto con ‘muñequitos’. No es una batalla de sexos por ver quien debe asumir el poder, es una discusión en la que las motivaciones del género opuesto son rara vez entendidas. Habiendo tratado de examinar este punto, se comprende ahora que el Mundo Real es más que un recurso para desarrollar a la Barbie estereotípica como personaje central y al Ken de Ryan Gosling como el motor de cambio en la trama. Es del Mundo Real de donde sacan la ‘iluminación’ del patriarcado que finalmente modifica Barbieland, lo que ratifica al Mundo Real como el sitio imperfecto del que aún se deben desterrar varias conductas opresoras que ocurren de manera involuntaria. Este punto es especialmente relevante ya que las consecuencias de los problemas del Mundo Real no se condensan principalmente en aspectos cuantificables como cuantos miembros femeninos tiene Mattel en puestos importantes, sino en sensaciones cualitativas como las reflexiones que realiza el personaje de America Ferrera para sí misma y que se reflejan en la Barbie de Margot Robbie cuando decide explorar en sus inseguridades internas. El mismo ejercicio se hace desde el otro lado, pues el Ken de Ryan Gosling también tiene inseguridades que la estructura social de Barbieland le ha producido.
No se trata, en realidad, de que las mujeres no tienen las mismas oportunidades de destacar que los hombres, sino cómo las transforma y afecta el enfrentarse a las presiones cotidianas de no poder fracasar. El mensaje es más poderoso del que podemos observar a simple vista, pero no lo podremos ver si por creer que esta película está inspirada por las vivencias de muchas mujeres, automáticamente se convierte en una cinta ‘anti-hombres’.
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