Dentro del fatídico año comercial que está teniendo la industria hollywoodense y el desalentador futuro cercano que obligará a replantearse muchos estrenos por la huelga de guionistas y actores, podía parecer descabellado, memes aparte, la existencia de un suceso como el ‘Barbenheimer’, el cual nacía más desde el instinto vengativo por parte de Warner Bros. hacia Christopher Nolan tras romper relaciones comerciales luego de Tenet (2020), que de una ecuánime decisión ejecutiva. Comprendía, sin embargo, que el retroceso ya sea de Warner con su Barbie o de la propia Universal con la primera película que produce del director británico como lo es Oppenheimer (2023), podían ser interpretados como malos indicios por la crítica y el público por lo que no se vislumbraba otra salida más que la convivencia de ambas cintas en la cartelera mundial durante las mismas fechas. La situación, finalmente, ha traído dos conclusiones positivas. La primera es que, conocidas las primeras cifras de la taquilla mundial, es gratificante que los espectadores no hayan tomado a ninguno de los títulos como una dicotomía polarizadora, sino como cine complementario que puede convivir y ser disfrutado de manera masiva. De aquí se desprende la segunda gran noticia y es que ha quedado demostrado empíricamente que solamente alguien con el nombre de Christopher Nolan en su espalda es capaz de llevar el tipo de cine que Oppenheimer propone a un público tan amplio y, particularmente, obtener un gran recibimiento.
En este punto creo que el consenso está bastante claro. Oppenheimer no es una película sencilla de ver por varios motivos y me parece que el sendero para argumentar ello se debe empezar a trazar desde la explicación de cómo Nolan construye su largometraje. En la previa y casi como estrategia publicitaria, la cinta es un biopic sobre el hombre que construyó la bomba atómica. Conocido por todos, pero celebrado por nadie, el centro de la trama, evidentemente, es el físico nuclear J. Robert Oppenheimer, interpretado por Cillian Murphy, quien deberá ir abandonando su discreto estilo de vida en los próximos meses tras la nominación y casi segura victoria en los próximos Oscar. En una cinta en la que el diálogo abunda, Murphy dice tanto con la gesticulación contenida y la mirada profunda que no es necesario ir a buscar fotos del archivo para encontrar al personaje de la vida real, pues poco importa si la personificación es similar ya que la humanización de este es más que suficiente para presentarlo como un mártir, una figura con la que Christopher Nolan tiene predilección como ya lo hemos visto, por ejemplo, en su Batman: El caballero de la noche (2008) y en Interestelar (2014).
En este punto es donde el también director de El gran truco (2006), que adaptó el guion de esta película del libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin, American Prometheus, utiliza explícitamente el mito griego de Prometeo para asemejarlo al arco del protagonista y hacerlo navegar entre subgéneros dramáticos para desplegar todas las facetas que le conocemos. Por ello, aunque suene a cliché, es casi una obligatoriedad señalar que Oppenheimer es la cinta en la que Christopher Nolan es más Christopher Nolan que nunca. Ya mencionado lo del mártir como señal propia de sus roles protagónicos, además emplea aquí los saltos y devoluciones en el tiempo para contar hasta tres o cuatro historias distintas en las que el protagonista siempre es J. Robert Oppenheimer. Tengo ciertos reparos en esta característica del estilo de Nolan, pues aunque sabe como atar las ramas temporales sin problema alguno, en algunos casos como en su Dunquerque (2017), lo sentí innecesario sin que ello afectase notoriamente el resultado. En el caso de Oppenheimer, sin embargo, este recurso narrativo está perfectamente justificado.
En primer lugar porque resulta beneficioso para la construcción propia del personaje principal que recién logra completarse en la contundente frase final. En segundo lugar, porque le da una riqueza a la cinta en términos de registros. La línea que se presenta en blanco y negro que es en la que el Lewis Strauss de Robert Downey Jr. (dentro de algunos años voltearemos la cabeza atrás y nos daremos cuenta la bestialidad de actores que desfilaron por el Universo Cinematográfico de Marvel) toma relevancia es casi un diálogo en bloque con el resto de las líneas temporales que incluyen los años de juventud del físico y su cercanía con las ideas comunistas, convirtiéndolo en un drama político del estilo de Buenas noches, buena suerte (George Clooney, 2005), pero bastante más intrincado. Así también hace juego con el plato central que es el tiempo en el que el argumento transcurre en Los Álamos, lugar donde se hicieron los estudios y las pruebas de la bomba atómica y en el que la «farándula» científica convivió durante aquel tiempo. Este segmento, más allá del propio drama histórico que se plasma, desemboca en dos cuestiones innegables que dan cierre al segundo acto. La primera es que la puesta en escena de la prueba final de la bomba en pleno desierto en Nuevo México está rodada con un nivel de excelencia que va a quedar para la historia. Aunque dure unos cuantos minutos, el liderazgo técnico, otra característica inherente al estilo Nolan, que imprime el director para cada aspecto técnico involucrado en esta secuencia en particular genera una experiencia cinematográfica inverosímil, partiendo del hecho de que, fuera de la película, ya conocemos el desenlace. La segunda cuestión relevante es que esta escena da pase a un tono de épica existencialista en la trama que no era difícil de prever, pero no por ello es ejecutado con menos pericia a partir de escenas abstractas con similar perfección técnica y desde allí hacia la forma en la que Oppenheimer asume la condena moral que le toca atravesar, a pesar de voces externas, como la de su esposa Kitty (Emily Blunt, correctísima siempre, ya sea en comedia, musical o drama), que le señalan que no le corresponde transitar aquellas complicaciones, pero ya, a esta altura, sabemos que esa es la particularidad de la figura de mártir que crea Nolan. Así como Cillian Murphy en esta cinta, son los personajes de Christian Bale en Batman o de Matthew McConaughey en Interestelar quienes se autoimponen la sentencia de sufrir por un bien mayor sobre el que finalmente no tienen la certeza de que valga la pena.
Oppenheimer, entonces, es un drama que plantea un dilema sin respuesta -o muchas respuestas- al que se le podría reclamar que le faltan algunas aristas, pero para tal caso debemos contextualizar que el guion monta la cuestión existencialista desde el interior del protagonista y no necesariamente desde el pensamiento de tiempos actuales. Seguramente habrá más de uno que cuestione como una grave omisión el no haber considerado mostrar japoneses en ningún momento. Entiendo que ese argumento vendría de la tendencia de visibilizar a la víctima, pero Nolan tendría algún problema si accediese a ello. En primer lugar, había mencionado que durante unos años en Los Álamos convivió la «farándula» científica, pero creo que sería más preciso señalar que convivió la «nobleza» científica. En tal caso, y disculpen la descontextualización del siguiente ejemplo pero creo que se podría asemejar, cuando Sofia Coppola no consideró al pueblo francés dentro de la vida de su María Antonieta (2006) fue porque sencillamente para la protagonista no existía un contacto directo con este. De igual manera, no podría Christopher Nolan intervenir su guion para que la alta sociedad de ciencias estadounidenses tuviese cercanía o conocimiento del pueblo japonés en específico pues, para ellos, y especialmente para el propio Oppenheimer, su preocupación moral excedía el espacio y tiempo más inmediato, como su propia evolución en la trama lo plasma. Otorgarles rasgos físicos a las víctimas sería encoger el problema a un determinado momento en la historia, cuando la intención correcta es extender las consecuencias hasta la actualidad, objetivo que Nolan persigue y cumple.
Habiendo tratado de diseccionar las complejidades de un guion que encuentro difícil de procesar, pero con el que Nolan coopera para poder mantener al espectador a flote, y habiendo elogiado la corrección técnica irreprochable del director, creo que aún me falta destacar lo que me parece la mejor cualidad de la película y debe ser en gran parte mérito del propio Christopher Nolan. Esto es, nada más y nada menos, que el cuantioso reparto que utiliza y al que presenta a tope de sus capacidades. Matt Damon, Florence Pugh, Josh Hartnett, Ben Safdie, Rami Malek y Tom Conti, entre otros, son parte de un elenco que interviene esporádicamente pero que mantienen la cinta siempre en el mejor de sus momentos. Si bien hay materia prima para lograr grandes performances, sin un director de la talla de Nolan no sería posible que todo el reparto realice la mejor actuación de sus carreras en simultáneo. Y solo para terminar, disculpen la insistencia porque ya perdí la cuenta de cuantas veces lo mencioné pero es que podríamos resumir todo en que Oppenheimer es Nolan, Nolan y más Nolan.
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