A24, la productora de cine indie más famosa entre los cinéfilos ‘de nicho’, viene trabajando hace unos cuantos años en una clara estrategia de incluir en su portafolio varios títulos dirigidos y protagonizados por personas asiáticas que encuentren vías para incrementar orgánicamente su llegada a públicos diversos. Quizá la excelente Minari (Lee Isaac Chung, 2020) no logró la popularidad deseada, pero luego dio el gran golpe sobre la mesa con Everything Everywhere All At Once (Daniels, 2022) y consiguió además ingresar con éxito al mercado de las plataformas de streaming a través de Netflix con la miniserie Beef (Lee Sung Jin, 2023).
Para continuar la buena racha que está hilvanando, la empresa cinematográfica neoyorquina, que dicho sea de paso no está siendo afectada por la huelga de guionistas y actores debido a que sí aplica condiciones justas para sus trabajadores, confió este año en Past Lives, escrita y dirigida por la debutante Celine Song (su experiencia previa más conocida es como coescritora para la serie de fantasía medieval de Prime Video, The Wheel of Time), quien ha empleado un guion semiautobiográfico para explorar temas muy cotidianos pero al mismo tiempo sumamente introspectivos, como las relaciones amorosas, la pérdida de la identidad y los impulsos que produce el miedo al arrepentimiento.
Past Lives, explicada de la manera más escueta posible, se enfoca en Nora Moon (Greta Lee), una escritora surcoreana con un matrimonio estable y una carrera en ascenso en Nueva York, quien recibe la visita de Hae Sung (Teo Yoo), un amigo de la infancia a quien dejó atrás hace veinticuatro años cuando ella tuvo que migrar con su familia de Seúl hacia Canadá. Nora deberá enfrentarse a los impulsos de acercarse a sus orígenes o priorizar la vida que lleva actualmente.
Puesta de esta manera, la trama de Past Lives podría asomarse cercana a Brooklyn (John Crowley, 2015), cinta nominada al Oscar en su momento en la que una inmigrante irlandesa interpretada por Saoirse Ronan se debatía entre mantener su nueva vida en Nueva York con su esposo o volver a su país y ser cortejada por un muchacho de una posición acomodada. Brooklyn, sin embargo, carecía de la tenacidad que Celine Song le aplica a su guion para poner en marcha un ejercicio reflexivo que conjugue la intersección sentimental con las implicancias de que la migración borre por completo la vida que se deja atrás y con ello una parte inherente de la propia persona. Past Lives no pretende resaltar la indecisión de elegir entre dos personas, sino que utiliza el dilema amoroso para materializar la confrontación de la realidad, a menudo vista como monótona y aburrida, contra el potencial del ‘hubiera’, mucho más romantizado e idílico.
Aunque el título de la película hace referencia principalmente al concepto coreano de in-yun, el cual explica que dos almas que se han encontrado en vidas pasadas están destinadas a encontrarse nuevamente en su vida actual, también de manera sutil estas vidas pasadas aludidas son representadas bajo la decisión de tener tres tiempos narrativos, utilizando saltos al pasado y luego a un pasado más cercano para tomar impulso y devolvernos al punto de partida en la trama, en el que veremos todo con una mirada distinta a la que teníamos una hora antes. Este recurso es necesario para moldear la exploración de los sentimientos que Nora, en manos de una fantástica Greta Lee, adquiere sobre su lugar de origen cuando ya no tiene ningún tipo de relación con este, uno de los puntos sobre los que la historia se sostiene. La protagonista es, al igual que la directora, una hija de familia surcoreana que migró a Norteamérica cuando ella tenía doce años. Ahora, en la mitad de sus treintas, ya casada y con una carrera en Nueva York, el vínculo que guarda con el lugar al que alguna vez perteneció es muy frágil, por no decir inexistente.
Hubo, hace unos cuantos años como nos deja saber el segundo tiempo narrativo, la posibilidad de que Nora pudiera reconectar con ‘vida pasada’, cuando Hae Sung logra ubicarla gracias a las redes sociales. Como si el tiempo no hubiese transcurrido, ambos empiezan a ser parte de la vida del otro aunque, claro está, solo de manera virtual por la distancia entre Nueva York y Seúl. La cinta otorga un tiempo prudencial para construir este vínculo, pues representa también el reencuentro de Nora con los lazos que creía perdidos. De cierta manera, este pasaje de Past Lives podrían asemejarse a Normal People (2020), el drama romántico en formato miniserie de la BBC que lanzó al estrellato a Daisy Edgar-Jones y Paul Mescal en el que también las comunicaciones a larga distancia suponían un cable a tierra para los personajes aunque, por supuesto, en aquella trama los devaneos amorosos y la inestabilidad emocional eran el eje central, algo en lo que Celine Song no tiene mucho interés por enrollarse. De hecho, lo que la directora propone para su protagonista es la decisión de escapar de esa incertidumbre propia de una relación a distancia, cortando toda comunicación y finalmente decidiéndose por sujetarse a la vida que tiene actualmente, a la que somos introducidos en lo que vendría a ser el tercer tiempo narrativo o ‘la vida actual’.
En este, Nora lleva unos cuantos años de casada con Arthur (John Magaro) quien, en principio, no tiene problema alguno en que su esposa acompañe a Hae Sung en su recorrido por la ciudad cuando este le avisa que visitará Nueva York finalmente. Quizá pueda pasar desapercibido, pero uno de los grandes aciertos del guion es no contraponer las intenciones de ninguno de los personajes, pues no hay una figura antagónica en un relato tan honesto e íntimo como el que propone Celine Song. Eso sí, los construye marcadamente distintos, incluso edificando la barrera del idioma que imposibilita la comunicación entre Hae Sung y Arthur y que genera dos especies de ecosistemas sentimentales opuestos para Nora. Sucede que, en efecto, estamos inmersos en un dilema de adultos que debe ser afrontado de manera madura y mesurada, lejos de los caprichos adolescentes que podríamos ver en producciones juveniles (como cierta veraniega serie de moda en Prime Video). Renunciar a esos impulsos no es gratuito, pero tal como llegamos a escuchar en algún diálogo en los primeros minutos, cuando se renuncia a algo se obtiene otra cosa a cambio. El problema, por otro lado, es que aun creyendo que es una decisión propia el renunciar a ciertas cosas, la contraparte afectada no es quien tiene autonomía sobre ello, debiendo resignarse a asumir que esta vida no era en la que le correspondía obtener o acceder a lo que deseaba.
Allí es cuando más bien el concepto de las vidas pasadas podría entenderse como solo un consuelo que el subconsciente intenta crear para evitarse la dolorosa verdad de tener que vivir solamente una vida a la vez. Nora no puede satisfacer todas las expectativas que los demás tienen de ella. Está obligada a dar una negativa a ciertas personas y a determinadas situaciones, pero aún más trágico es que debe negarse ciertas cosas a ella misma. No puede mantener la vida que ideó en Nueva York junto con la estabilidad que Arthur le brinda y simultáneamente recuperar la vida que dejó cuando era una niña y que anteriormente ya la ha seducido porque está en su esencia e identidad. La impotencia de darse cuenta de ello le deja un vacío, no de aquellos que la inhiben de sentir, sino de los que dan espacio a la angustia y el ahogo emocional. Y aquí es cuando el pulso de Celine Song se aprecia finísimo. Rehusándose al melodrama y evitando el sentimentalismo desde el libreto pero también desde la sobriedad técnica, lo que nos conduce hacia el clímax de la película son solamente conversaciones que bien podrían salir de la trilogía ‘Before’ de Richard Linklater, en la que implícitamente y sin ninguna pomposidad intelectualoide cada personaje encuentra la manera de capturar nuestra simpatía. Y es entonces cuando la cinta finalmente revela que no podrá tener un final feliz, solo un final auténtico.
Past Lives tiene una identidad tan única y unas maneras tan propias de hacernos caer en cuenta de algo que ya se sabe y que, como individuos racionales pero también sensibles, nos negamos a aceptar. Me animaría a pronosticar que no causará sorpresa alguna su nominación, como mínimo, a la categoría de mejor guion original en los próximos Premios Oscar. Sin embargo, eso sería poco para la incisiva obra introspectiva que Celine Song ha creado. El verdadero reconocimiento será que no habrá alguien que vea este largometraje que no logre conmoverse por la ineludible realidad en la que preferimos no detenernos a reflexionar. Para mí, afortunadamente, esta fue la vida en la que pude disfrutar (y sufrir) esta película.
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