Y llegamos al final. “El retorno del Rey” es, para muchos, la mejor entrega de la trilogía de “El Señor de los Anillos” —un clímax épico, emocional e influyente, y la única película de fantasía épica medieval en ganar once Premios de la Academia estadounidense. Todo un logro para el director y coguionista Peter Jackson, pero también para el cine de género. Es una película que se ha quedado grabada en las mentes de muchos cinéfilos de cierta generación, y que logró romper con una supuesta maldición relacionada a las terceras entregas de trilogías famosas —una teoría que manifestaba que la tercera película siempre era la peor (véanse “El Padrino Parte III”, “El regreso del Jedi”, “Volver al futuro, parte III”, “Matrix revoluciones”, y muchas más), y que fue puesta a prueba por esta magnífica producción. Para la satisfacción y relajo de muchos espectadores, claro está.
Porque eso es lo que “El retorno del Rey” termina siendo: una producción magnífica. La culminación de meses y meses y meses de trabajo, en la que (casi) se ha perfeccionado todo lo que Jackson y su equipo aprendieron con las dos entregas anteriores. Es un filme de épicas proporciones, enorme en escala y llena de momentos de violencia y emoción, pero también una experiencia íntima y emotiva, en donde muchos de los espectadores terminan soltando varias lágrimas. Hasta hace poco era, de hecho, mi entrega favorita de la trilogía, y aunque últimamente disfruto más de “La Comunidad del Anillo”, no se puede negar que “El retorno del Rey” no se queda muy atrás. De hecho, no se me ocurre una mejor manera en que podrían haber concluido la trilogía.
¿O sí? He evitado mencionar las versiones extendidas en estos textos, principalmente porque me he estado concentrando en las versiones “regulares” de estos filmes —versiones que se han reestrenado recientemente en los cines de Lima. Pero ahora que nos encontramos en el final, debo decir que, a mis ojos, las versiones extendidas son las superiores, y aquello se hace particularmente evidente en “El retorno del Rey”. En la versión para cines no llegamos a ver lo que sucede con Saruman (Christopher Lee); simplemente se le menciona brevemente para luego olvidarse de él. Y todo lo relacionado a las subtramas de personajes secundarios como Faramir (David Wenham) o Éowyn (Miranda Otto) es expandido en el corte más largo, lo cual convierte a aquella versión de “El retorno del Rey” en una más completa. La he pasado magníficamente al ver estas cintas en el cine, pero sí; sigo prefiriendo las versiones extendidas.
“El retorno del Rey” comienza poco tiempo después del final de “Las dos torres”. Frodo Baggins (Elijah Wood) y Samwise Gamgee (Sean Astin) siguen yendo a Mordor, acompañados por un Golllum / Sméagol (Andy Serkis) empecinado en traicionarlos, llevándolos a la guardia de una criatura muy peligrosa. A la par, tenemos a Aragorn (Viggo Mortensen), Legolas (Orlando Bloom), Gimli (John Rhys-Davies) y Gandalf el Blanco (Ian McKellen), quienes se encuentran en un Isengard conquistado, junto a Merry (Dominic Monaghan) y Pippin (Billy Boyd). Este último termina agarrando el palántir de Saruman, lo cual termina por conectarlo a distancia con Sauron, asustando a sus amigos.
Es así que Pippin es llevado por Gandalf a la ciudad de Minas Tirith en Gondor, lugar donde se libra la batalla por la libertad de la Tierra Media. Humanos, orcos, uruk-hai, trolls… se trata de un enfrentamiento épico, a pocos kilómetros de la frontera con Mordor. Y es a Mordor, precisamente, donde por fin llegan nuestros hobbits, y donde tienen que enfrentarse a todo tipo de retos y obstáculos, adentrándose en parajes desolados y violentos. Tal y como Gandalf dice en cierto momento: el tablero está puesto, y las piezas se mueven. La gracia de “El retorno del Rey”, entonces, es ver precisamente qué es lo que hacen estas piezas, colocadas con precisión en las películas anteriores, y cómo es que se resuelven todos los conflictos —internos y externos— ya establecidos.
Al igual que en “Las dos torres”, Peter Jackson y sus coguionistas, Fran Walsh y Philippa Boyens, han realizado toda suerte de caminos estructurales para que “El retorno del Rey” funcione mejor como el clímax de la historia de las tres películas. Por ende, muchas de las escenas de Frodo, Sam y Gollum yendo a Mordor pertenecen, en realidad, al segundo libro. Y la Batalla de los Campos de Pelennor incluye muchos más detalles, poniendo en evidencia el talento que Jackson tiene para escenificar violencia y presentarla de tal manera que resulte particularmente tensa y emocionante. En general, todo en “El retorno del Rey” está intensificado, como para extraer la mayor reacción emocional posible en el espectador.
Lo cual, felizmente, no se siente manipulador ni mucho menos. Hemos pasado más de nueve horas con estos personajes, conociéndolos, preocupándonos por ellos, viendo cómo cambian y crecen y se pelean. Por ende, ver el final de la película —y de la saga—, donde la mayoría de conflictos son resueltos, y muchos héroes se reencuentran con amigos que no veían desde hace tiempo, lógicamente resulta muy emotivo. Mucho se ha escrito, eso sí, sobre los múltiples finales de “El retorno del Rey”. Para algunos, resulta excesivo, autoindulgente. Para vuestro servidor, nuevamente: se siente ganado y completamente justificado. Luego de pasar tanto tiempo con estos personajes, resulta fascinante ver no solo cómo terminan ganando la Guerra por el Anillo, sino también ver qué es lo que pasa con ellos una vez que llegan a casa.
En ese sentido, Tolkien y Jackson parecen estar queriendo decir algo sobre el estrés postraumático, y sobre lo difícil que puede ser llegar a la paz luego de tanto tiempo de guerra. La violencia cambia a la gente, y por más de que traten de readaptarse al mundo “normal”, no todos logran hacerlo. Y aparte de eso, y de forma similar a las dos entregas previas, “El retorno del Rey” también nos dice mucho sobre el coraje y el valor de la amistad. Ver a Sam cargar a Frodo para finalmente llevarlo a las puertas del Monte de la Perdición, o ver a Aragorn murmurar “por Frodo” antes de correr hacia un ejército de orcos cerca a la entrada de Mordor, jamás dejará de erizarme los pelos. Esto sucede no solo gracias a los talentos de Jackson en lo que se refiere a la composición de imágenes o creación de efectos digitales, sino también a la empatía que sentimos por estos personajes. Lo que vale en “El retorno del Rey”, más que cualquier elemento de espectáculo, es el factor humano.
Y finalmente, esa es la razón principal por la que la gente regresa a esta trilogía una y otra vez. Sí, el contexto en el que la historia se lleva a cabo es muy divertido, y sí, la mayoría de fanáticos disfrutamos del lore, de los trolls, orcos, hobbits y secuencias de guerra. Pero sí “El retorno del Rey”, en particular, funciona tan bien, es porque logra generar una reacción emocional muy potente en el espectador. En la función a la que fui, muchos miembros del público terminaron la película moqueando y llorando —durante las escenas de despedida, o durante momentos narrativamente significativos, como la Coronación de Aragorn, o la última aparición de un Bilbo (Ian Holm) muy anciano. “El retorno del Rey” se siente como una despedida agridulce; satisfactoria y alegre por momentos, pero bastante triste en otros.
A nivel técnico, “El retorno del Rey” es una culminación de todo lo aprendido en las dos cintas anteriores. Se trata de una producción más ambiciosa, más épica, más grande y, por momentos, más defectuosa. Ahora bien, esto último no es culpa de los artistas de VFX. Ya se sabe que la postproducción de “El retorno del Rey” fue ardua y cansada, y que la película se terminó meras semanas antes del estreno mundial en Nueva Zelanda. Por ende, me imagino que los encargados de los efectos visuales tuvieron que priorizar, dejando ciertos planos en un estado que, seguramente, no era de su agrado. Por ende, y especialmente veinte años después, “El retorno del Rey” se percibe como un blockbuster lleno de momentos espectaculares, pero también de planos incompletos, o al menos, de calidad visual cuestionable.
Es así que tenemos varios planos con efectos de chroma poco convincentes —muchos de ellos involucrando a los actores que hacen de los hobbits—, o secuencias que mezclan animación digital con actores reales, dando resultados mixtos. Consideren, por ejemplo, la escena en la que Legolas se deshace, él solito, de un olifante en la Batalla de los Campos de Pelennor. Ya de por sí se trata de un momento algo inverosímil, pero el hecho de que Legolas sea, en varios momentos, un doble digital y no Orlando Bloom, y que los efectos de chroma no sean los mejores, ciertamente no ayuda. En general, y al igual que las películas anteriores, “El retorno del Rey” sigue siendo una clase maestra en diseño y composición y la utilización de diferentes técnicas de arte para traer a la vida a la Tierra Media. Pero a la vez, me da un poco de pena que el equipo de efectos visuales, claramente, se haya quedado sin tiempo.
Sin embargo, al final del día, nada de aquello importa demasiado. Como suele pasar, si la historia es lo suficientemente buena, y si los personajes son lo suficientemente desarrollados, y los efectos visuales están al servicio de la película, no importa si algunos planos lucen inverosímiles. La Tierra Media se sigue sintiendo como un lugar real, lleno de detalles, y uno se sigue emocionando cuando Aragorn le da un discurso a los soldados de Gondor antes de cabalgar hacia Mordor, o cuando Éowyn le revela su identidad al Rey Brujo de Angmar antes de clavarle su espada en la cara. Nuevamente: los mejores momentos de “El Retorno del Rey” tienen que ver con los personajes. El espectáculo y la violencia son complementarios, como la cereza encima del pastel.
Finalmente, la banda sonora de Howard Shore, al igual que en las entregas previas, destaca tanto por lo bien que complementa las imágenes en pantalla, como por lo memorable que resulta por sí misma. Acá regresan los temas introducidos en las primeras dos cintas, desde el tema del Anillo Único, hasta la música heroica de la Comunidad, y por qué no, el gentil tema de los Rohirrim. Pero ahora, por ejemplo, podemos disfrutar del tema principal de Minas Tirith en todo su esplendor —magnífico, inspirador—, o de la emotiva música que Shore compuso para la destrucción del Anillo. Ciertos momentos, incluso, como el descenso final del Lord Denethor (John Noble) a la locura, resultan más memorables gracias al trabajo de Shore. La trilogía es verdaderamente espectacular, pero mucho de su poder se debe, en gran medida, a la banda sonora.
Es así, pues, que termino con la trilogía de “El Señor de los Anillos”. Hace años que tenía ganas de escribir sobre estas películas, y gracias a su reestreno en cines limeños, por fin encontré la oportunidad. En general, ver estas películas de nuevo, aunque sea en su versión “regular”, ha sido una experiencia genial —verlas con otras personas igual de emocionadas que uno, y verlas en la pantalla grande, donde verdaderamente se lucen. Sí, “Las dos torres” sigue siendo la más flojita de las tres, pero solo porque no es prácticamente perfecta. Considerando lo emotivas, emocionantes y espectaculares que son “La Comunidad del Anillo” y “El retorno del Rey”, realmente no podemos quejarnos. Puede que por momentos las películas luzcan como productos de su época —especialmente esta última—, pero en general, la trilogía no ha perdido su potencia, y estoy seguro podrá ser disfrutada por mucha más gente durante un buen tiempo. Solo espero que nadie se anime a realizar remakes —no se me ocurriría un emprendimiento más inútil, la verdad.
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