Festival de Venecia: «Vivants» (2023), de Alix Delaporte

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Así como All the President’s Men (1976), de Alan J. Pakula, o Spotlight (2015), de Tom McCarthy, la nueva película de Alix Delaporte hace un tributo al periodismo. Ahora, la distinción de esta producción francesa respecto a esas, así como muchas otras similares, radica en que el ejercicio de dicho oficio no se expresa a propósito de un único conflicto. Por ejemplo; en la película de Pakula, somos testigos sobre cómo los esfuerzos de un grupo de periodistas se concentran en los antecedentes que darán como origen al destape del Watergate, mientras que en la película de McCarthy pasa lo mismo solo que el centro de atención son los casos de pedofilia provocados por curas que fueron cubiertos por la archidiócesis de Boston. Es decir; ambas son historias en donde un hecho mueve a un equipo periodístico convirtiendo a sus miembros en figuras comprometidas y apasionadas por un oficio realmente estresante. Por su parte, lo que vemos en Vivants (2023) es más bien el panorama a la rutina energética de un tipo de periodismo, a veces planeado, muchas veces improvisado, asistiendo a un programa de noticias. En ese sentido, no estamos tratando con un espacio periodístico que demanda un único escenario informativo, sino diversos, aquellos que están mediados por la coyuntura, las primicias, el ocio, las convenciones y las modas. He ahí un aditivo de dosis enérgica que se le otorga al oficio, pero que también agrava el efecto agotador, tanto físico como mental.

Vivants inicia con el ingreso de una novata al colectivo periodístico. Gabrielle (Alice Isaaz) hasta cierto punto dejará de ser espectadora de ese nuevo escenario para luego comenzar a asimilar lo aprendido e ir definiendo su propia identidad dentro del terreno. Pienso en el aprendiz de la estupenda Nightcrawler (2014). Aquí el novato sería un equivalente a un simple testigo. Más allá de aprender, sus acciones están reducidas a las direcciones (o exigencias) de su superior reduciéndolo a una suerte de herramienta periodística. Eso no sucede con Gabrielle. Es en una escena en especial en que comienza a brillar por sí sola. Ella ha generado su propia chispa porque ha aprendido la lección de la improvisación y el del punto de vista personal. Pero la película tiene más. No solo se trata de un aprendizaje lucrativo. Vivants atiende también a los efectos secundarios provocados por la responsabilidad de esa labor. Es a partir de ello que se define la figura del héroe. El periodismo, por muy moderno que sea su interpretación, siempre estará asociado a un perfil romántico. Ahí están los dramas personales de los implicados producto de su convenio para con su oficio. En cierta perspectiva, el periodista es un mártir. Este expone su vida, sea en un sentido físico, sentimental o emocional. Vivants me recuerda Deadline USA (1952), de Richard Brooks, de esas pocas películas que muestra a un periodismo diversificado, alentador, vital, pero también ocultando un lado triste y hasta depresivo.


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