La realizadora argentina Paula Hernández (Buenos Aires, 1969) estrenó esta semana su sexto largometraje «El viento que arrasa» (A Ravaging Wind) en el Festival Internacional de Cine de Toronto. La coproducción argentino-uruguaya está protagonizada por dos veteranos, el chileno Alfredo Castro y el español Sergi López, quienes comparten pantalla junto a los noveles Almudena González y Joaquín Acebo. Luego de su pase por el festival canadiense, el film competirá en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián. Conversamos a continuación con la directora:
Sinopsis: Presa de la fe ciega de su padre, el Reverendo Pearson, Leni lo acompaña en su misión evangélica. Un accidente banal los obliga a detenerse en el taller del Gringo. Cuando el Reverendo se obsesiona con salvar el alma de Tapioca, el hijo del mecánico, Leni entiende que es momento de asumir su destino.
Paula, la película está basada en la novela homónima de Selva Almada. ¿Qué te motivó a hacerle una adaptación cinematográfica?
El proyecto llegó a mi a través de Hernán Musaluppi, productor de Cimarrón Cine. Cuando me ofreció adaptar el libro de Selva Almada, hizo hincapié en mis últimos trabajos y me proponía libertad creativa para encarar esta película. Había leído otros libros de la autora pero no justamente esta novela. Al leerla entendí porqué me habían convocado. Había allí temas que me interesan: las familias, la descendencia, el encierro espacial, la endogamia, la concentración de pocos personajes en un espacio. Pero también, se abría una puerta desconocida que era el mundo religioso y el mundo rural. Soy agnóstica y plenamente urbana. Y fue un trabajo interesante reflexionar sobre esas conductas ligadas a las nuevas creencias, en territorios en donde la necesidad es fuerte y la ayuda a veces no llega. Esos sitios cooptados por el evangelismo, y en este caso, en zonas ligadas a la frontera.
Tuve en claro que no quería caer en el estereotipo del pastor evangélico, porque Pearson es alguien más complejo que un cliché. Es alguien fanático y avasallante que cree ciegamente en su misión y la lleva adelante sin miramientos. Así que esta película, que es una especie de fábula en donde se plantean ideas morales, me obligó a pensar en la religión. Tuve que sacudir prejuicios, leer, entrevistarme con creyentes y pastores, tratar de entender la fe como no la había concebido antes.
En términos narrativos, una de las preguntas que me hice cuando leí la novela fue desde dónde contar la historia. Cuando uno adapta un libro hay un montón de caminos posibles. Lo leí y releí y en el proceso fui marcando aquello que me interesaba. Me gustaba lo que ocurría en el mundo familiar: no había otras mujeres más que una hija, no había madres, eran hijos criados por hombres. Me pareció interesante trabajar la mirada de una chica (que va haciéndose mujer) sobre el mundo que estaba transitando. Entonces la primera decisión fue que la película se contara desde la perspectiva de Leni.
Tenía claro también que no me atraía contar una historia fragmentada en el tiempo sino un relato en tiempo presente. Que fuera un viaje, y que en ese transitar de los personajes emergieran cuestiones del pasado, o bien por situaciones que cobraban otro sentido del original, o bien por vivencias que están inscriptas en la identidad de los personajes. En ese sentido, esta película fue un salto hacia algo desconocido y estimulante.
“Las siamesas” era un road movie que aborda la compleja relación entre una madre y una hija. “El viento que arrasa” hace un paralelo entre dos padres y sus respectivos hijos. ¿Qué es lo que más te atrae de explorar esas relaciones paternofiliales en tus películas?
Las historias que vengo trabajando abordan temas relacionados con la intimidad del universo familiar. En “Las siamesas” pero también en «Los sonámbulos», en donde el foco está puesto en las formas de maternar dentro de una familia endogámica.
En “El viento que arrasa”, si bien la crianza de estos hijos es masculina, no se deja de hablar de la maternidad, pero lo hace desde la ausencia, la marca de ese vacío que deja en Leni y en el Chango. Yendo de lleno a tu pregunta, diría que me interesa explorar en la intimidad de los vínculos, y en todos estos casos la forma en la que los adultos imprimen en sus hijos sus huellas, dejando marcas, y muchas veces, interviniendo psíquicamente en sus conciencias. Cómo hacen esos hijos/as para encontrar quienes son ellos cuando crecen al compás de creencias tan avasallantes.
¿Cómo se dio la elección del actor chileno Alfredo Castro y el actor español Sergi López para interpretar los personajes del reverendo Pierson y el mecánico El Gringo, respectivamente?
El planteo del casting inicial fue que la película tuviera una proyección internacional desde el elenco, por lo menos en los personajes del Reverendo y el Gringo. Tomé ese requerimiento como un desafío: no sabía a qué actores nos iba a llevar, pero sí tenía claro qué tipo de actores, por más internacionales que fueran, no quería para esta historia. El registro que imaginaba no era amplio y la lista de descarte era enorme. Una historia que se concentra en cuatro personajes en casi una única locación requería ser muy preciso en la elección y en la preparación de esos roles. Compartíamos esa mirada con Hernán. Empezamos a sugerir algunos primeros nombres y edades posibles de los personajes. A mí me gusta ver en el cine actores y actrices curtidos, en los que se siente el paso del tiempo en el cuerpo, en los pliegues de la piel, en la mirada y en la voz. Así que subimos un poco la edad respecto de la novela. Alfredo Castro es un actor que siempre me interesó por cómo aborda sus trabajos, y creía que era apropiado para lo que imaginaba de Pearson. Es un actor que le gusta jugar en los límites, es extremadamente emocional y arriesgado. Además, me gustaba su decir para este pastor evangélico. Era ideal para quien debía transmitir la palabra religiosa y quien pondría en funcionamiento toda esta fábula. Nos comunicamos con él y, para nuestra alegría, dijo que sí. Y la idea de incorporar a Sergi López también estuvo desde el inicio. Su cuerpo, su silencio, sus tiempos, su mirada, su emocionalidad sutil y su aplomo tenían tanta fuerza como la palabra en Alfredo. Así que de golpe teníamos a los padres y faltaba buscar a sus hijos.
En los roles de los hijos están los jóvenes Almudena González como Leni y Joaquín Acebo como Chango. ¿Cómo lograste equilibrar en pantalla ese balance entre los actores más experimentados y los más jóvenes, quienes en comparación, no tienen tanto recorrido en cine?
Trabajando intensamente con ellos. Simplemente eso. No pienso si un actor tiene poca o mucha experiencia para encarar un personaje. Creo intuitivamente en lo que veo durante el proceso de casting, y me lanzo a la creencia de que lo que falta se conseguirá trabajando para llegar a lo que necesitamos. El cine es una construcción colectiva que lleva tiempo y dedicación de las partes, tengan o no experiencia. En este sentido los meses de entrenamiento previos al rodaje, más la gran disposición y generosidad que tuvieron Alfredo y Sergi para con Almudena y Joaquín en relación a la construcción de esas duplas, hicieron que el rodaje fuera muy fluido. Y justamente en las diferencias es donde aparecen las riquezas.
La mayoría de escenas transcurren en un entorno rural, marcado por condiciones climáticas como el excesivo calor o la lluvia torrencial. ¿Cómo trabajaste junto al director de fotografía Iván Gierasinchuk la creación de esas atmósferas que influyen en el estado de ánimo de los personajes?
Con Iván venimos trabajando juntos hace ya varias películas. En todas ellas, hay un sentido sensorial que traspasa a los personajes. El calor, el encierro, la lluvia, la naturaleza calando en los cuerpos. Me gusta contar de esa forma. No busco tener un marco “paisajístico” de las locaciones, sino más bien espacios en los que los personajes tengan que lidiar con él. Eso los pone en estado, los condiciona, los estimula, los limita, etc. Lo que uno ve en relación a esas atmosferas, tiene que ver con elecciones de encuadre y fotografía pero también con la elección de esas locaciones, con lo que diseñamos junto al director de arte, con el trabajo sutil y minucioso que tiene el maquillaje, el pelo y el vestuario. El roce en la ropa, la transpiración, el pelo húmedo y algo grasoso de los viajantes, las capas de grasa negra y de piel percudida de los mecánicos, etc. Es un pensamiento colectivo sobre este mundo rural, fronterizo, algo detenido en el tiempo, sin precisar la época.
La elección del formato también influye en lo atmosférico: la inmensidad del espacio y la escala de los personajes dentro del cuadro filmados con anamórficos o la decisión de pasar a ópticas esféricas cuando filmábamos cámara en mano. Hubo pruebas de todo esto. Eso nos hizo llegar a rodar con algunas decisiones corroboradas previamente. Por supuesto, ese trabajo previo te permite también delirar hacia algo más improvisado cuando lo necesitábamos. A veces, la urgencia o el límite nos hacía filmar cosas fuera de plan que son escenas que hoy me gustan mucho de la película, como todo el trayecto hacia el camino de los corderos, que son puramente sensoriales.
También tuvimos, en relación a lo atmosférico, la referencia permanente de la pintura religiosa (la luz brillante y clara entrando al cuadro, a la posición de cámara contrapicada, el tipo de exposición, etc.) y la referencia de lo diabólico, desprendidas de ciertas películas de género, en relación al tratamiento del color, al rojo principalmente.
La confianza que construimos con Iván a lo largo del tiempo hace que hoy por hoy tengamos mucha complicidad y libertad en nuestro trabajo. Eso nos habilita a arriesgarnos hacia zonas desconocidas.
La película describe un entorno en el que las palabras de un pastor evangélico se convierten en ley para mucha gente que lo escucha y lo sigue. ¿Sientes que esa realidad se ha vuelto más marcada en los últimos años en Argentina y otros países de América Latina?
Es un hecho que el evangelismo está en todas partes, llega a lugares recónditos, donde otros no llegan. Crecen levantando pastores e iglesias donde no hay nada, o donde hay un sistema que está perimido o roto. Conectan con un sentido religioso que no cambió: la creencia en el milagro. Y la iglesia pentescostal lo hace desde un lugar más directo con sus fieles comparado con la iglesia católica. Encuentran una forma cercana de llegar, sin tanto intermediario y acoge ampliamente a sus seguidores. La transmisión es através de la Biblia, no es una cuestión jerárquica o institucional como se da en el catolicismo. El vínculo es Cristo y su fiel, nada más. Así como los evangélicos encontraron un lugar de crecimiento en esos espaciosmás marginales, también lograron un crecimiento en otros ámbitos. Son entidades muy fuertes con cuestiones organizativas, teológicas, sociales y culturales, que crecen porque logran estar al día, se adaptan permanentemente con su prédica a lo que acontece socialmente. Entonces pueden estar en un pequeño poblado pero también están en el poder. Mira lo que ocurre en el campo político en varios países. Es un fenómeno complejo que crece día a día en un mundo que está patas para arriba. Por un lado, está la palabra de Dios que salva y la acción concreta de la iglesia llegando a sus fieles, pero también hay muchos derechos ganados por la sociedad que quedan en jaque las nuevas creencias. Es un fenómeno muy amplio, con muchas aristas y zonas en las que no se hace simple congeniar. Todos estos ingredientes fueron interesantes de leer y escuchar para construir la película, que no es un tratado sobre el mundo evangélico, sino una historia sobre el mundo de este reverendo puntual y su hija. El de un religioso que sabe cómo que llegar a alguien y que puede intervenirlo psíquica y emocionalmente. Es un ser abusivo, inteligente, carismático, manipulador. Tiene el don de la palabra y esos textos son dagas precisas. Con esa peligrosidad empuja el límite y por eso Pearson lleva la historia de la película sobre sus hombros.
“El viento que arrasa” forma parte de la sección Centrepiece en el Festival de Toronto y competirá en la sección Horizontes Latinos en San Sebastián. ¿Qué expectativas tienes sobre la participación en estos dos importantes festivales?
Son dos grandes festivales en los que estuve con películas anteriores. La expectativa es un poco la de siempre, ¿no?: dar el puntapié para que la película empiece a caminar, acompañarla, intercambiar con otros y dejar que de a poco se desprenda de uno. Y hacerlo en contextos tan estimulantes como Toronto y San Sebastián, donde el cine autoral es valorado y cuidado, es todo un privilegio.
¿Cuáles son tus siguientes proyectos cinematográficos luego de “El viento que arrasa”?
Aun no hay nada concreto más que los inicios de lo que quizás sea un nuevo guion: ideas, anotaciones, descartes, preguntas, personajes que se cuelan en esas ideas. Por ahora solo un inicio.
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