[Crítica] «Tenet»: del thriller a la eternidad

Tenet

“Un invento que falta todavía: hacer reversibles las explosiones.”

Elías Canetti, “La provincia del hombre”, Madrid: Taurus, 1982; p.46.

Hace más de una década, posiblemente en 2009, estaba sentado en una panadería semi vacía, tomando un café vespertino. Raramente veo fútbol pero ese día había frente a mí una enorme pantalla de televisión donde emitían un partido amistoso entre las selecciones de Brasil e Inglaterra. Estaban 0 a 0, jugaban a la defensiva, con la suficiente “cancha” como para no correr riesgos, con pases precisos y eficacia habitual; hasta que, de pronto e inesperadamente, en el último minuto, Brasil mete un gol. Ahí acabó el partido y todo cambió, sentí eso que llaman “la magia del fútbol”. Mi perspectiva del juego se transformó, regresé con otro ánimo a la oficina. Aún lo recuerdo.

Algo así me ocurrió con “Tenet” (2020), el thriller de ciencia ficción de Christopher Nolan. La acción avanzaba a buen ritmo, por no decir expeditivamente, con escenas de acción, persecuciones y un despliegue técnico espectacular, pero extrañamente rutinario. El argumento iba de un lado a otro, con más acción externa que acumulación dramática. El protagonista se la pasaba peleando, era casi imbatible, incansable y aparentemente invulnerable. El problema era evitar la destrucción del mundo. La trama era entretenida, aunque extravagante y crecientemente convencional. Me costaba tomar en serio la película. Entonces, de pronto e inesperadamente, casi al final de la cinta, Nolan mete el gol. Sentí eso que llaman “la magia del cine”. Mi perspectiva de la película cambió.

Un thriller algo convencional

El comienzo de “Tenet” es una muy buena secuencia de acción en la Opera de Kyv –premonitoriamente, en Ucrania–, pero luego me pareció inverosímil que al protagonista –un innominado agente de la CIA llamado, valga la redundancia, “El protagonista” (John David Washington)– se le “reconstruyera” perfectamente la cara y dentadura casi inmediatamente después que se las hubieran destruido (lo que no se muestra, solo se dice). Pero, luego, el rechazo se me pasó cuando vi en acción la “reversión del tiempo”, mecanismo de ciencia ficción que se extenderá a lo largo de toda la película, ante lo cual la inverosimilitud ya no venía mucho al caso. 

Sin embargo, el uso constante de este mecanismo llega a convertirse en una especie de rutina, pese a que las escenas de acción y persecución son buenas y hasta originales (como sucedía –salvando las distancias– con el “jogo bonito” en aquel partido de los brasileños); lo que me parecía indigno del talento del director. Parecería que Nolan querría convencernos de que él también es capaz de hacer un filme de espionaje, de pura acción externa y más o menos vacuo. 

Incluso en cierto momento casi daba risa su obsesión con el tiempo a través de esas acciones reversibles simultáneas con el avance cronológico hacia adelante. Este componente introduce una característica clave en la filmografía de ciencia ficción de Nolan: la complejidad. En esta ocasión se trata no de viajes en el tiempo sino de que una persona, órgano u objeto puede invertir la dirección del paso del tiempo por un periodo determinado, luego del cual retorna a su presente; pero, mientras eso ocurre, se da la peculiaridad de ver ambas acciones en simultáneo, solo que una de ellas “en reversa”. 

De esta forma, se presentan situaciones revertidas del futuro en el presente o vueltas hacia el pasado para resolver problemas del presente; siempre en medio de rutilantes escenas de acción y siendo este el principal efecto visual de la película. De hecho, existe en YouTube la versión completa de “Tenet”, pero “en reversa”, con lo que, como se comenta irónicamente en ese link, el filme terminaría convirtiéndose en un bucle permanente.

(En esa línea, también se resuelve el tema planteado por Canetti en la cita que encabeza esta reseña, al menos en el ámbito de la ficción, y en la que el realizador muestra cómo causa y efecto se trastocan con la reversión del tiempo).  

El uso recurrente de este artificio genera esa complejidad que corre paralela al avance de la acción externa, lo que complica al espectador, ya que se presentan diversas modalidades de “reversión”; lo que pretende generar su intensificación pero –dada la compleja explicación científica– el público tiende a pasarla por alto y/o integrarla como un “plus” más de la acción externa. Debido a ello, este componente pareciera ser meramente acumulativo e ir convirtiéndose en parte de esa cierta rutina de mera acción externa; encima, la película tiene un tempo rápido que no deja mucho espacio al público para la reflexión sobre el trasfondo científico.   

Por si fuera poco, hasta la música de Ludwig Göransson no llega a tronar –con esa fuerza épica y siniestra– en la misma medida que en su posterior banda sonora de “Oppenheimer”, ni en obras previas (como “Interestelar”), con música de Hans Zimmer. Quizás porque no hay suficiente brío heroico en el protagonista, quien –a diferencia de los tremendos obstáculos que Nolan le coloca al superhéroe en “El caballero de la noche”–, supera los desafíos que se le presentan con relativa facilidad. Así, un simple agente de la CIA recién llegado, que actúa por la libre y ni siquiera amerita tener un nombre, resulta poseer mayores poderes que Batman, un legendario superhéroe de larga trayectoria.

El dilema cósmico

Tenet

A ello se suma que el protagonista de “Tenet” tampoco parece estar del todo claro con respecto a la manipulación de la “entropía” y deberá ir entrenándose en su uso, mientras enfrenta a su enemigo, el temible oligarca ruso Andrei Sator (Kenneth Branagh), se enreda con su esposa Katherine ‘Kat’ Barton (Elizabeth Debicki) en un peligroso triángulo sin futuro y es apoyado en su misión por Neil (Robert Pattinson) e Ives (Aaron Taylor-Johnson), de la organización Tenet. Tras múltiples peripecias, el héroe no se aparta del estereotipo y tampoco se transforma como personaje (salvo en lo relativo a su misión) e incluso personajes como Kat y el propio Sator parecen más desarrollados, aunque relativamente convencionales. 

Sator es un genio del mal en comunicación con el futuro y, por tanto, con control del pasado y el futuro; a consecuencia de ello posee un ego colosal pero –al mismo tiempo– es consciente de su finitud, a la que asocia con la de la humanidad. En su diálogo final con el protagonista, a distancia y en tiempos invertidos, le menciona el algoritmo fatal citándole un verso conclusivo de T.S. Eliot que sintetiza ambos asuntos:  “así es como el mundo acaba / no con una explosión sino con un gemido”. Se trata de un personaje de corte wagneriano, como Wotan, quien tenía un conocimiento del mundo mucho mayor que el resto, pero que –por lo mismo– era consciente de la próxima destrucción del mundo y de los dioses. 

De allí que el enfrentamiento de Sator con el protagonista adquiera ribetes cósmicos en el contexto de evitar la destrucción de la humanidad. Quizás para neutralizar lo manido de este tópico, propio de las películas de James Bond, la contrabandista de armas Priya Singh (Dimple Kapadia) le comenta al protagonista que durante la fabricación de la primera bomba atómica, su creador, Robert Oppenheimer, advirtió que la reacción en cadena desatada por el artefacto podría descontrolarse, arrasar la atmósfera terrestre y destruir el mundo. Lo que busca establecer un (imposible) dilema ético entre los antagonistas de “Tenet”, pero que sí consigue en su posterior biopic sobre el famoso físico estadounidense (además de anunciarlo con esta breve mención).

Kat, en cambio, es un personaje más terrestre, sometida a un chantaje por su siniestro marido y luego víctima de sus celos y paranoia; ella solo aspira a recuperar y mantener a su hijo pequeño, hasta entonces en manos de Sator; factor que servirá de base para una accidentada alianza con el protagonista. Al mismo tiempo, este deberá entrenarse en la reversión temporal para enfrentar a su enemigo, con el apoyo de Neil.          

De todas formas, para evitar que su héroe resulte totalmente inverosímil y pese a su cuasi invulnerabilidad, casi es vencido por Sator y debió ser auxiliado por Neil e Ives en el momento decisivo (y en más de una ocasión). Este ligero desbalance en el plano estereotípico y los aspectos citados me generaron la sensación de que el talento de Nolan se había diluido un poco en esa eficacia rutinaria, artesanal, algo repetitiva y sin muchos riesgos, aunque siempre con su acostumbrada excelencia profesional y el componente de complejidad. 

Entonces, ¿cuál fue el gol?

Las acciones reversibles en el tiempo

Tenet

Digamos que, al igual que en el partido, hacia el final de la película todo cambió de golpe y lo que parecían debilidades revelaron ser toda una estrategia creativa. Así, hubo un traslado del Nolan-realizador al Nolan-metafísico. Para el clímax de la cinta, el realizador toma (y adapta) la idea de la “maniobra de tenazas” de “Dunkerque”, su película histórica; en la que la Wehrmacht cerca con esta operación táctica al ejército franco-británico en las playas del Canal de La Mancha durante la II Guerra Mundial. Mientras que en “Tenet”, tenemos un “movimiento de pinzas temporal” en el que la mitad de una fuerza de ataque avanza a una ciudad soviética abandonada y, al mismo tiempo, la otra mitad va “en reversa” hacia el pasado, mostrando a los del presente lo que va a ocurrir en lo inmediato. 

A partir de este punto, el Nolan-delantero emprende una carrera destellante de dribleos y zigzags sorteando adversarios, manda un pase de esos “con efecto”, en el que la pelota hace un giro “extraño” que desconcierta al arquero, lo sobrepasa y deja el balón a cargo del (desdoblado) Nolan-metafísico. Y aquí –en la siguiente escena– viene el gol: se evidencia que Neil y el protagonista se han relacionado en épocas distintas (en el futuro y desde el pasado, que ahora concluye), mientras que en una acción ejecutada a continuación –en el presente– sugiere el destino que tendrá el protagonista en adelante para Tenet, la institución para la que está realizando su misión. 

Para no confundir (más), diré que pasamos de los cambios en la dirección del paso del tiempo a lo puramente intemporal. De esta manera, se abre una puerta hacia la eternidad. Golazo del Nolan-metafísico. 

Me explico. En este desenlace se aprecia que estamos en un cruce de tiempos (pasado y futuro), lo que descuadra un poco al espectador por la velocidad de las “jugadas”. Un cruce en el que se habla indistintamente de asuntos pasados y otros por ocurrir; es decir, en el que el presente se empina hacia lo intemporal. 

Aunque hay un desenlace claro, en el que se resuelven los conflictos dramáticos, al final queda un espacio abierto donde ya es irrelevante qué pasa antes y después, porque estamos en un ahora intemporal. Y este es el gol de tiro libre, extrañamente tranquilo, en el que ya se había superado al arquero (el tiempo). 

Toda la perspectiva del filme cambia en estas tres secuencias finales, en las que hemos alcanzado un ámbito reflexivo, desde donde podemos vislumbrar, más allá del futuro del protagonista, la eternidad. Memorable, como sucede con esos resultados inesperados, en el último minuto, en los partidos de fútbol y que –por la “magia” del juego– permanecen en nuestro recuerdo. 

En los dominios de lo intemporal

Solo hacia el final del partido, perdón, de la película, se entiende la presencia de personajes en reversa desde la secuencia inicial y en otras. Esto no es solo un efecto o “truco” visual. Más allá de lo técnico, es un mecanismo semántico que conecta la acción dramática (relato de espionaje) con el plano metafísico del tiempo, no solo como contenido de la película (enmarcado en el género de ciencia ficción) sino también a nivel formal, del propio lenguaje audiovisual, de la simultaneidad de ambos planos de sentido ante nuestros ojos, desarrollándose durante la puesta en escena.

La primera estructura (thriller de acción) le sirve al realizador para llegar al público con los códigos de este género (sumados a los de la ciencia ficción), lo que le garantiza taquilla. En este plano de sentido, todo es explícito, dialogado, explicado y definido mediante la acción dramática y un guion eficaz, a este nivel.

Pero dentro de esta estructura se integra otra, la de la complejidad, de carácter metafísico y en torno al cambio en el paso del tiempo (hacia atrás o hacia adelante, pero siempre en el presente). La física teórica provee los conceptos y su traducción audiovisual va evolucionando desde los primeros ejemplos (la bala “en reversa”) hasta lo intemporal. Estas son las partes exigentes para el público.

En esa ruta nos topamos –más de una vez– con un dispositivo de inversión del tiempo, desarrollado en el futuro, que permite el pasaje de los personajes hacia la reversión temporal. Este es el equivalente, en “Todo, en todas partes, al mismo tiempo”, el filme de Los Daniels, a similar dispositivo pero para saltar entre distintos multiversos; lo que deberá aprender y, luego, practicar Evelyn, la lavandera protagonista de esta cinta de kung fu y ciencia ficción en clave de comedia dramático-familiar. De igual forma, el protagonista de la cinta de Nolan tendrá un aprendizaje creciente en el campo de la manipulación del paso del tiempo, que culminará con el “movimiento de pinzas” militar, antes mencionado y el trasfondo del desenlace arriba descrito. En otras palabras, estará actuando en el plano de la intemporalidad. 

Cuando en los próximos siglos, si aun subsiste la especie humana, alguien se pregunte ¿qué cineasta habría imaginado que podíamos vencer al tiempo? La respuesta sería: Nolan. En “Tenet” va hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Quien accede a pasado y futuro, indistintamente, ya está casi en la eternidad. 

De otro lado, ¿qué significaría que el futuro tuviera preeminencia en estos flujos en el tiempo, como lo sugiere veladamente Neil en su conversa final con el protagonista? No en vano, este personaje antes le advierte que “lo pasado, pasado está”. Por tanto –y especulo–, existe la posibilidad de que lo visto en la película ya estuviera predestinado (total o parcialmente, en alguna medida) a ocurrir. Si existiera tal predestinación, como pareciera sugerirse en esa conversación, tal estado del futuro sería ya (algo muy cercano a) la eternidad.     

El cineasta británico-estadounidense se ha enfocado en la base, la piedra angular de la trascendencia: el tiempo, además de la memoria, el sueño, entre otros asuntos, mediante una exploración metafísica a través de aportes al lenguaje audiovisual. Pensemos en “El origen” o “Interestelar”, para no hablar de “Memento”. Solo por estas obras el afamado director ya tiene garantizada la trascendencia artística. 

Si bien “Tenet” es inferior a las mencionadas, al considerar su trabajo en el plano del lenguaje, cabe colocarla en el grupo de las películas importantes no solo de Nolan sino también del cine contemporáneo. Con la salvedad de ser aparentemente light, como esos partidos entre las principales selecciones del fútbol mundial que son meramente amistosos, de entrenamiento rutinario; pero en los que, inesperadamente, al final, ocurre algo mágico, que ilumina todo el juego y lo perenniza mediante un gol en la memoria.

Lo que en el campo del arte cinematográfico supone permanecer, trascender, vencer al tiempo. Y este es el gran logro de la película.  

Nota.- La memoria es frágil y engañosa. Así que quise asegurarme de que el partido entre Brasil e Inglaterra realmente ocurrió. Efectivamente, el score quedó Brasil 1 e Inglaterra 0, pero el gol fue al inicio del segundo tiempo, y para entonces me había retirado de la cafetería.

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