Encantadora película noruega. Hacía tiempo que no me sentía tan vivificado y hasta gratificado tras ver un filme, así sea por streaming (en Prime Video). La sensación fue de una frescura por partida doble. De un lado, por la liviandad que da la inmadurez asumida como tal, sin prejuicios, ni culpas, ni grandes tensiones, por parte de Julie (Renate Reinsve), la protagonista; de otro lado, por el descaro con que se lanza a los vaivenes de la vida, cometiendo errores, algunos irreparables pero al mismo tiempo edificantes.
La cinta está compuesta por 8 episodios titulados con un prólogo y un epílogo. A lo largo de la misma se muestra a la protagonista, una treinteañera millennial que no logra encontrar sentido a su vida y lo busca de forma más bien intuitiva. En el prólogo pasa de estudiar medicina a sicología y luego a fotografía; al mismo tiempo, cambia de una pareja a otra.
En el resto de la película, Julie suma a la intuición el aprendizaje vital conjunto y repite el cambio de pareja pero esta vez en forma ampliada; es decir, el filme desarrolla cada relación sentimental. Aparecen entonces dos grandes partes (una por pareja, traslapadas) y los episodios más o menos intercalan secuencias de avance de la acción en términos a veces intuitivos con otras donde se da ese “aprendizaje vital” en las interacciones de la protagonista con ambos compañeros y sus respectivos entornos; algunos introspectivos, otros exploratorios, en pos de ese crecimiento humano compartido. A lo que se suman secuencias del contexto sociocultural noruego.
De acuerdo con este punto de partida, tiene sentido que Julie se sienta atraída por Aksel (Anders Danielsen Lie), un hombre quince años mayor, dibujante de cómics políticamente incorrectos que tampoco se muestra muy seguro de querer relaciones largas o establecidas; sin embargo, se juntan. Con él parece “sentar cabeza” (¡por fin!) y conoce un entorno familiar e intergeneracional, con sus encantos, cotidianeidad y pequeños roces. En contraste, se le revelan los conflictos con su padre y la relación con su madre divorciada. Pero, sobre todo, descubre sus cualidades profesionales como fotógrafa, potencial escritora y hasta vocera generacional en redes sociales.
Una noche, en una fiesta, conoce a Eivind (Herbert Nordrum), un barista con quien sostiene un largo y delicioso flirteo que dura hasta el amanecer, pero sin llegar a mayores (ni sexo, ni besos). Se despiden dejando todo al azar. Y este, lógicamente, funciona –Oslo es una ciudad relativamente pequeña– provocando la doble separación: Julie de Aksel y Eivind de su novia Sunniva (Maria Grazia Di Meo). En su nueva relación se da el efecto inverso que en la anterior: es Julie la que avanza más en su proceso de maduración (por el lado profesional), mientras que Eivind se estanca en su oficio. Casi al mismo tiempo, ella reinicia una relación solo que puramente amical y de acompañamiento con Aksel, en la que, digamos, se completa un ciclo de experiencia y aprendizaje vitales de la protagonista. Lo que conduce a una nueva separación y, como veremos, a un posterior desenlace de carácter abierto.
Pero la clave, el corazón de la película, está en el switch de Aksel por Eivind; y, especialmente, en la separación entre la protagonista y el dibujante. Aquí se expresa la contradicción en toda su crudeza ya que Julie asume totalmente la responsabilidad de la ruptura. Emplazada por Aksel, dice entender completamente el impacto que va a tener el acabar la relación, lo que implica la destrucción emocional de algo construido sentimentalmente (o sea, aprendizajes mutuos que se perderán). Ella le dice: “te amo pero ya no te amo” e incluso en el mismo momento de la ruptura hacen el amor; a su manera, es totalmente sincera. Más contradictorio no puede ser, pero ella es así.
Aquí nos encontramos en el terreno de lo propuesto por la escritora colombiana Carolina Sanin, que citamos en nuestra reseña de “Barbie” de Greta Gerwig: “la posibilidad de pensar dos cosas al mismo tiempo y la complejidad del ser humano, que podamos ser de muchas maneras al mismo tiempo y cambiar”. Este es justamente el ámbito en el que se desarrolla “La peor persona del mundo”, el de la complejidad de la persona humana (focalizada, aunque no exclusivamente, en Julie); con sus contradicciones, ambivalencias y cambios, los que se expresan muchas veces en fases de ambigüedad.
En torno a este centro neurálgico de la película se presentan, antes y después, situaciones de contexto. Desde el punto de vista dramático, el antecedente tiene que ver con la maternidad deseada por Aksel pero rechazada por Julie. Esto no genera la ruptura, pero la prepara, toda vez que –posteriormente– Eivind tampoco lo desea; lo que podría constituir un incentivo adicional para esta nueva relación. Más adelante, las opiniones de la nueva pareja se invertirán, en parte; pero esto es un componente secundario ya que la verdadera razón de Julie para su cambio de pareja tiene que ver con el citado “aprendizaje vital” (más con Aksel y, luego, menos con Eivind).
Quien desee profundizar en este punto puede ver (o volver a ver, lo vale) “La vida de Adèle» de Abdellatif Kechiche, sobre todo el capítulo 2. En esta película se exhibe y valora la experiencia de convivir y cambiar juntos, y se muestra cómo la separación se genera cuando una de las partes cesa en el proceso de cambio (aunque, claro, esto no es una regla) o, mejor dicho, de crecimiento humano (el “aprendizaje vital”); como ocurre también en la cinta que comentamos.
Aparte de ello, nuestra protagonista tiene el mismo problema que Barbie; es decir, una crisis existencial. Al final, Julie descubrirá, como en el desenlace de la cinta de Gerwig, que ella siempre ha sido autónoma e independiente; incluso cuando entiende su inmadurez y escoge caminos (de pareja) para superarla. El vacío existencial no la bloquea, al contrario, la protagonista lo enfrenta –exploratoria e intuitivamente– como un reto.
Pero está decisión solo se puede entender en una sociedad donde los varones también asuman esta autonomía; o sea, que las personas no se realizan en función de otros sino en función de sí mismos, y que los otros más bien interactúan en el marco de un aprendizaje compartido, de mutuo beneficio, hasta que este se agote y se presente (eventual pero no necesariamente) la perspectiva de una separación.
El desarrollo de esta capacidad de agencia es otro de los grandes logros de la protagonista y de la película. Lo que nos conduce al segundo gran factor de contexto, que es la “corrección política”. Así, vemos a Aksel debatir agriamente en un programa radial con dos feministas a propósito de críticas hacia elementos de incorrección política del personaje de su comic. En paralelo, Eivind resiente la aparentemente exigente dedicación de Sunniva al yoga, la “vida sana”, el veganismo y sus rígidos mandatos (lo que podría interpretarse como exceso de “corrección política”).
La relación entre estos episodios y Julie es muy laxa, pero sirve para contraponer lo que podrían ser debates teóricos o ideológicos –que la película enuncia pero no desarrolla para nada– con esa “complejidad humana” que mencionamos más arriba. El enfoque del director Joachim Trier muestra el feminismo de la protagonista no teóricamente sino como la afirmación –en todo momento– de autonomía, crecimiento y capacidad de agencia; ante lo cual no le importa si se tiene que quedar sola.
Quizá uno de los rasgos más llamativos de la película es que evita todos los lugares comunes de las historias de amor, sean dramas o comedias. No hay aquí la búsqueda del más guapo, ni del príncipe azul, ni tampoco la necesidad de emparejarse como sea, a pesar de estar ya en la treintena. Lo que esta película consigue es retratar la vida cotidiana, la emergencia de emociones a flor de piel, el aprendizaje vital a través de la intuición, el dolor, la alegría, y todo lo bueno y malo que envuelve la libertad.
Julie experimenta su crecimiento humano de manera algo egoísta –de allí que se califique como “la peor persona del mundo”– pero no parece que sus dos parejas se sientan frustrados por la separación, ni mucho menos ella por el desenlace. Incluso vemos que Eivind ha cambiado de opinión, posiblemente como resultado de su experiencia con Julie, sin que ello implique mantener o retornar a esa relación. Nuevamente, “aprendizaje vital”, cambio, avance.
Cuando el filme acaba el espectador siente un final feliz al haber visto una película maravillosa y espontánea, llena de sorpresas inesperadas. Pero, al mismo tiempo, para la protagonista es un final abierto, en el que ella se siente satisfecha por haber hecho fecunda su soledad como fuente de autonomía.
Parte importante de este logro es la sobresaliente actuación de Renate Reinsve, además de la originalidad del guion, la exploración de lo humano –con toda su carga de contradicción y ambigüedad–, el cuestionamiento a los excesos (y rigidez) de “corrección política” en Noruega y las canciones que acompañan los distintos episodios de esta obra. Película altamente recomendable.
Deja una respuesta