[Netflix] «Fair Play»: intenso drama sobre las dinámicas de poder y la hostilidad en las relaciones

Fair Play

Las tendencias laborales enfocadas hacia la equidad de oportunidades en el mundo laboral incluyen políticas globales de cuotas de género en cargos altos y salarios iguales por similar responsabilidad a los de un trabajador masculino. Más allá de las áreas grises y discusiones que se pueden tener al respecto sobre la aplicación de estas y sobre las que no nos detendremos en esta crítica, el factor inherente sobre el que es comparativamente mas difícil generar cambios es la mentalidad y conductas históricas que están impregnadas en nuestra sociedad respecto a este asunto. Sin intentar cerrar el debate, sino encontrar otros enfoques desde donde activar la conversación, el reciente estreno de Netflix, Fair Play, llega a la plataforma tras ser adquirida por US$20 millones en el último Festival de Sundance.

La cinta es la primera que dirige la realizadora estadounidense Chloe Domont, quien tiene experiencia como guionista y directora de algunos episodios de series ambientadas en el mundo corporativo como Billions y Suits, lo que evidentemente le brinda las herramientas suficientes para ambientar un aplicado guion, escrito por la propia Domont, dentro de la estresante realidad de Wall Street, en la que la moral es escasa y la ambición se torna desmedida. Fair Play es, esencialmente, un intenso drama al que algunas opiniones previas clasificaban dentro del thriller erótico, aunque es legítimamente más descafeinado en esta asignatura que la mayoría de los largometrajes que tomaríamos como referencia, por lo que apenas termina rozando esa etiqueta.

Fair Play inicia ubicando a Emily (Phoebe Dynevor, conocida por su papel en Bridgerton) y a Luke (Alden Ehrenreich del spin-off de Star Wars, Solo) en el mejor momento de su relación amorosa: viven juntos en un departamento y hay planes de casamiento a la vista. Lo particular de su relación es que pronto nos enteramos de que trabajan como traders en la misma firma dentro del mercado bursátil y que deben mantener la relación en secreto por protocolos de conducta que tiene la compañía. Cuando el gerente de producto es despedido, ambos creen que Luke será promovido a ese puesto, sin embargo termina siendo Emily quien obtiene el ascenso.

Este suceso es el desencadenante de una serie de hostilidades que la pareja empezará a atravesar. Conductas erráticas e inmaduras de ambas partes comenzarán a resquebrajar una relación que parecía bastante estable, aunque valdrá decir que también hay factores externos que descolocan la tranquilidad de la pareja. Por un lado, Emily tiene la sensación de que no está en un lugar en el que vayan a tener mucha tolerancia con ella. Es la única mujer dentro de la oficina y las conductas toscas, si no machistas, son parte del día a día. Aún así, inicialmente trata de ayudar a que Luke consiga un mejor puesto, pero él no es bien visto por los jefes. El propio Luke, por su parte, se siente amenazado por el éxito de su pareja sin que previamente haya dado luces -o sombras- de ser un hombre con masculinidad frágil. Sucede que en Fair Play, la incertidumbre y la falta de asertividad son la moneda corriente dentro de la historia, ocasionando una inmensa bola de nieve que por acumulación destruye los puentes de comunicación.

En este tira y afloja, los desbalances en las actitudes de Emily y Luke salen a flote siendo cada vez más complicado para ambos poder soportar el estado actual de su contraparte. Aquí es cuando la película empieza a ganar en intensidad y los límites terminan desapareciendo. Puede ser que por ciertos momentos la cinta decida tomar ciertos riesgos y llevar al extremo algunos hechos, pero dentro del desarrollo de la historia y también de la degradación personal y emocional de los personajes, queda muy creíble todo lo que llegamos a ver, apoyados por las convincentes actuaciones de Alden Ehrenreich y especialmente de Phoebe Dynevor, sin olvidar al siempre correcto actor de reparto Eddie Marsan como el pedante y desagradable CEO de la compañía.

Ahora bien, Fair Play se podría percibir como un estimulante que gatilla una doble conversación. Por un lado, propone la examinación de las dinámicas de pareja pues, si bien son complicadas y singulares una de la otra, todas están una ‘conversación difícil’ de sucumbir a inseguridades que se han alojado en la moral personal por motivos tan propios como el orgullo y tan ajenos como los comentarios malintencionados de terceros, algo que atraviesa el propio Luke frente a lo que comentan sus colegas. En segundo lugar, la forma tan precisa (que me consta porque mi carrera me llevó a realizar prácticas en una mesa de trading e inversiones) de plasmar la cotidianeidad de un ambiente laboral en el que el 99% de los ejecutivos son hombres sin ningún tacto ni sensibilidad para comunicarse, permite atropellos sobre los que la inestabilidad emocional de Emily empieza a derivar en situaciones que la llevan a perder su identidad y caer en vicios que no cooperan a encontrar una alternativa saludable, sino más bien a un destino fatal.

Así es como Chloe Domont plasma en Fair Play un tópico sumamente actual al que, por incómodo, muchas veces preferimos voltearle la mirada. No contiene la verdad absoluta e incluso tengo la seguridad que la decantación del final va a causar cierto escozor en algunas personas, pero de todas formas la inversión resulta rentable con el visionado de esta cinta pues, como mínimo, es un recordatorio de que es mejor evitar involucrarse sentimentalmente con alguien del trabajo.

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