Eva es una mujer cuyo trabajo consiste en editar películas y entre sus labores más recientes está el montaje acerca de diferentes casos de personas con ceguera, el cual lleva a cabo junto a Rami, su asistente. Actualmente, Eva no está pasando por un buen momento. Sus ganas de seguir haciendo cine disminuyeron considerablemente y la reciente muerte de Juan, un amigo cercano al que apoyaba editando sus películas, acrecentó aún más su apatía hacia lo que ama.
El cine transmite ideas de todo tipo y como el arte que es no tiene una apreciación única. Depende mucho del momento en que se realiza la obra y el momento en que uno ve la película que se genera una experiencia particular en cada espectador, y es justamente esa experiencia, sea contada desde algo más sensorial o analítico, lo que hace que la obra perdure en el tiempo.
Hay que recordar que, para que esas experiencias perduren, antes es la obra misma la que tiene que ser conservada. En la actualidad, gracias al internet, es sencillo buscar una buena parte de archivo filmado en el pasado y si es que ahora lo podemos ver es porque este se supo conservar. Lamentablemente, es necesario hacer hincapié en el “buena parte”, ya que es sabido que no todo lo que se ha filmado lo podemos ver ahora.
Al menos en el caso del cine, sabemos que cada cierto tiempo aparecen versiones remasterizadas de películas antiguas en la mejor calidad disponible. No obstante, sabemos que ese es un lujo del que gozan solo un puñado de filmes avalados por su prestigio global, dejando que muchas otras obras más pequeñas se queden sin la oportunidad de tener una nueva vida, desapareciendo completamente al no generar nuevas experiencias en gente que las vea.
Es viendo Las cosas indefinidas, tercer largometraje de la directora argentina María Aparicio, que ideas como las expresadas anteriormente rondaban mi cabeza. Claro que el modo en que estas fueron puestas no llegan al mismo nivel de introspección al que el filme, en su aparente simpleza, logra llegar. En tiempos en los que las imágenes abundan como nunca hicieron, es acá donde podemos caer en cuenta del valor de atesorar aquello que se filma.
Una de las primeras escenas consiste en Eva hablando en unas de sus clases acerca del cine y cómo este es registrado para posteriormente ser archivado. Será este monólogo donde la tesis de la película queda perfectamente explicada y lo que será visto posteriormente será un relato que jugará con distintos niveles de realidad.
Para ser más precisos, Las cosas indefinidas cuenta con tres niveles de realidad que se conectan entre sí. El primero es el de la película sobre la ceguera que se está editando, donde dos entrevistados, cuya vista se perdió con el paso del tiempo, hablan sobre las imágenes que, grabadas en sus mentes, les permiten sentir lo que hay a su alrededor. El segundo nivel será la historia de Eva lidiando con la pérdida de su amigo y la falta de pasión para seguir adelante con el proyecto (el nivel “principal” del film, por así decirlo). Por último, está el tercero, que vendría a ser el del mundo real, donde la directora Aparicio, creadora de las dos realidades anteriores, busca a través de estos personajes encontrarle un valor a lo que registramos y revelar por qué eso está tan vinculado hasta con la vida misma.
Todo esto se logra con un aspecto clave: el montaje. Al ser Eva montajista de profesión y Rami su asistente (la persona que lo interpreta es justamente el editor de la película que estamos reseñando), las conversaciones que sostienen girarán en torno al enfoque que puede tener la cinta en la que están trabajando. Además, será la edición lo que nos transportará hacia diferentes formatos con los que los personajes van trabajando, desde el digital hasta el Super 8 (un añadido de los niveles de realidad explicados previamente), manteniendo en todo momento un ambiente distante y difuso, algo propio de la apatía que siente la protagonista.
Junto a otra muy interesante película de este año como lo es Retratos fantasmas del brasilero Kleber Mendonça Filho, Las cosas indefinidas pone sobre la mesa una reflexión muy valiosa sobre la vida que cobran las imágenes que capturamos al momento de hacer cine. En épocas donde el “contenido” reina y nada parece tener un valor especial, son obras como esta las que buscan hacer un llamado de atención a quienes hacen y consumen este arte, invitándonos a no contribuir a su banalización y a través de su circulación permitir darles la vitalidad que se merecen. A fin de cuentas, al filmar uno siempre pondrá un poco de su vida en cada fotograma.
Deja una respuesta