El tercer largometraje de André Novais Oliveira podría definirse parcialmente como una comedia de situaciones anticatártica en torno a un protagonista de por sí jocosamente errático al que seguimos por día y medio mientras intenta poner en orden su vida. Como su título refleja, “El día que te conocí” también es parcialmente una película romántica atípica en la que un “amor a primera vista” se consolida con un prolongado intercambio de temores y decepciones entre los futuros amantes. Aunque su historia resulta atractiva por explorar a un personaje decadente desde una mirada de empatía, además de aportar una reflexión sensata sobre la depresión crónica, el filme pierde su picardía inicial y se torna gradualmente tedioso en su etapa romántica, tanto por su elección de composiciones ordinarias como por lo apurado y cuestionable de su desenlace.
La primera parte se centra exclusivamente en Zeca (Renato Novaes), un hombre soltero de aspecto corpulento y maduro que paradójicamente se muestra inseguro e infantil con su compañero de piso al que le ruega insistentemente que le despierte temprano porque ni siquiera las alarmas de su teléfono funcionan. A partir de aquí se genera una serie de situaciones, predecibles pero efectivas, que muestran el intento de Zeca por llegar a tiempo a la escuela primaria donde trabaja como bibliotecario. Los efectos bochornosos de su irresponsabilidad son menos hilarantes que los momentos que vive Zeca entre cada situación desafortunada y que en una película convencional no existirían por su divagación narrativa. Novais Oliveira acierta al mantener estas escenas pues no solo permiten apreciar el instinto travieso de Zeca sino que también extienden la tensión por la incertidumbre de si llegará a tiempo a su trabajo. En estas escenas también se aprecia el hábitat urbano de Belo Horizonte, autobús incluído, que es equiparable al de cualquier barrio popular latinoamericano. En ese sentido tiene un atractivo localista auténtico, especialmente cuando la cámara destaca elementos de ciertos espacios como los de un local de comida.
La segunda parte incluye a Luisa (Grace Passô), una nueva colega de Zeca que parece compadecerse de su vida tragicómica al ofrecerle llevarlo a su casa. El largo viaje en auto de esta inesperada pareja se presta para una sesión casi terapéutica en la que la honestidad, aunque brusca y vergonzosa, también despierta una cierta correspondencia romántica. Esta situación de intimidad entre dos personajes imperfectos, provenientes de un contexto urbano popular, resulta gratificante como representación cultural. También es apreciable el intento de Novais Oliveira por alejarse de los estereotipos del género romántico. Sin embargo, el presunto enamoramiento entre Luisa y Zeca no termina de ser del todo convincente. Que a la primera le baste un cambio de planes abrupto para considerar pasar la noche en casa de un extraño poco persuasivo como Zeca resulta ingenuo y forzado, por no mencionar lo sospechoso que resulta en un país con una exorbitante tasa de feminicidios. El contraste de ritmo y tono también resulta odioso respecto a la primera parte, más aún cuando casi todas las conversaciones transcurren al interior de un carro y de noche. El efecto somnífero que genera este ambiente de intimidad es inevitable. El desenlace parece más adecuado para otra película y para otro protagonista, o al menos para un Zeca que primero logre recomponer su vida.
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