[Crítica] «Napoleon» (2023), de Ridley Scott

napoleon 2023

«Waterloo, I was defeated, you won the war» («Waterloo, fui derrotado, tú ganaste la guerra») decía un verso de la canción con la que la célebre agrupación sueca ABBA ganaba el Festival de Eurovisión de 1974. En esa breve línea, haciendo referencia a la batalla que sentenció la suerte de Napoleón Bonaparte, se condensa tan solo una pequeña muestra de cómo el nombre del personaje histórico ha podido transitar de los libros de historia hacia la cultura popular para convertirse en un símbolo de tragedia no solamente militar, sino también sentimental.

Es también ese el retrato que Ridley Scott, veterano de ‘guerras cinematográficas’, pretende esbozar con su Napoleon. Pero no es el director británico el primer cineasta que intenta invadir la pantalla grande plasmando la vida de un personaje tan relevante para su tiempo como lo es para la actualidad, pues muchos ideales del emperador y militar francés indirectamente se han ido cumpliendo en la sociedad globalizada del siglo XXI. Sí podríamos decir que es el primero en conseguirlo a niveles tan prominentes en mucho tiempo, quizá desde las maratónicas cinco horas y media de la versión muda dirigida en 1927 por Abel Gance, un clásico de la historia del séptimo arte. Ya decía que no en intentarlo, cabría aclarar, dado que uno de los sueños frustrados de Stanley Kubrick fue realizar un largometraje sobre Napoleón, sobre el que se documentó exhaustivamente, pero que por diversos motivos, entre ellos la mediana aceptación de su posteriormente mejor valorada Barry Lyndon (1975), no pudo concluir.

Para el Napoleon de Ridley Scott debemos considerar varios puntos a matizar. El primero es que, por las dimensiones colosales de lo que el también director de Thelma y Louise suele proponer, su historia es compatible con el costoso despliegue que solo Apple Studios estuvo dispuesto a cubrir. Es que podrán darse cuenta durante el visionado que US$200 millones de dólares pueden hacer maravillas si de aspectos técnicos y puesta en escena se trata. Eso sí, la versión que tenemos de estreno en cines es un corte comercial de solo dos horas y media en la que vamos revisitando varios pasajes de la vida de Napoleón (interpretado por el ganador del Oscar, Joaquin Phoenix) desde que presencia la ejecución en la guillotina de la reina María Antonieta en plena Revolución Francesa hasta su propio muerte en el exilio en la isla de Santa Elena, teniendo como principales focos argumentales las guerras napoleónicas y su turbulenta y pasional relación amorosa con Josefina de Beauharnais (una mejor Vanessa Kirby, en este caso).

Otro punto que podría haber pasado como una mera anécdota pero que termina proyectándose sobre lo que sucede en el filme es que el propio Ridley ha comentado sin reparo alguno que no se zambulló en libros de historia ni en el archivo, sino que eso fue trabajo de David Scarpa, quien firma el guion de la cinta. Podría parecer tan solo un dato curioso, pero da luces de lo que Napoleon llega a ser como cinta épica y de lo que no llega a ser como drama de época. Un despliegue descomunal de vestuario, diseño de producción y de arte, un uso magistral de extras y una puesta en escena que durante las batallas termina hipnotizando porque nunca se percibe miedo al exceso (ni al gore), son los puntos más altos de una cinta que por momentos cae en escenas anticíclicas en las que se pretende abordar a un Napoleón integral, especialmente en su relación con Josefina y alguna que otra vez en cómo sus rivales lo percibían, pero que siempre terminan siendo dibujos incompletos. Alguna vez Marlon Brando interpretó en una de sus mejores actuaciones a Napoleón en Desirée (Henry Koster, 1954), una cinta que se enfocaba especialmente, aún con muchos datos ficcionales, en la vida amorosa del emperador francés y quizá allí el tono maridaba mejor con las intenciones.

Quienes estén familiarizados con la filmografía de Ridley Scott, conocerán de lo prolífico y, al mismo tiempo, de lo impredecible que puede ser el director británico. El temperamental Ridley, quien no teme hablar sin una pizca de diplomacia incluso contra contemporáneos suyos como Scorsese, ha dirigido por lo menos diecisiete largometrajes desde el año 2000, y más de veinticinco desde que debutó con Los duelistas (ya volveremos sobre ella) en 1977. Su impredecibilidad, por otro lado, viene más por el lado de la cantidad de géneros que ha explorado y del nivel de inspiración tan variado que ha presentado. Incluso cuando ha estrenado más de una película en un mismo año, sus producciones han tenido resultados tan dispares que cuesta un poco creérselo. Bastaría, por ejemplo, retroceder solo un par de años, cuando en 2021 estrenó una magnífica cinta ambientada en el medioevo como El último duelo, para inmediatamente decepcionar de manera estrepitosa con La Casa Gucci.

A Napoleon le sucede que encontramos lugares comunes con varios otros de sus títulos. En Los duelistas, por ejemplo, los caballeros que decidieron batirse en constantes duelos a muerte se contraponían entre otras cosas, por la ideología de su contexto histórico francés en plenas guerras napoleónicas. Mientras el Feraud de Harvey Keitel era justamente un napoleónico hasta las entrañas, el d’Hubert de Keith Carradine era más bien apolítico y poco interesado, algo que se extrapolaba a sus características y sobre las que podríamos identificar al propio Napoleón, por un lado metódico, analítico y estratega, mientras al mismo tiempo era egocéntrico y temperamental. 

Con los años, por otro lado, el tres veces nominado al Oscar, ha entendido que su lugar dentro de la constelación hollywoodense es realizar producciones que tengan como principal atractivo el espectáculo que capture al público, por encima de plantear un cine de autor con un fondo más profundo que el mero entretenimiento. No hay crítica ni desdén en este comentario, sino todo lo contrario. Saberse director de varios clásicos le ha permitido especializarse en sus atributos, por ejemplo con el despliegue fantástico que también tiene las escenas bélicas en La caída del Halcón Negro (2001) tanto como lo tiene en Napoleon. Ridley Scott sabe como hacer que cada secuencia luzca mejor que lo que haría cualquier otro director de su talla. No desde una paleta de colores característica, ni desde la composición de planos simbólicos, sino desde lo que él entiende que funciona mejor en la pantalla, algo en lo que suele acertar.

Para esto no tiene ningún problema en ponderar su producción por encima de la base sobre la que se desarrolla este. Si algunos críticos y usuarios en redes sociales mencionaron que Napoleon contiene notables fallos históricos, pues bastaría con revisar las omisiones y errores cronológicos de 1492: la conquista del paraíso (1992) o de la propia Cruzada (2005) -ahora iremos sobre ella-, para determinar que a Ridley Scott le importa casi nada el rigor histórico en este tipo de largometrajes. Aclaro, nuevamente, que esto no es un reclamo, solamente una descripción de un director entregado a hacer la mejor producción posible. 

Lo que sí podría constituir una especie de reclamo sería que con Napoleon está dejando que uno de sus títulos tropiece con la misma piedra que la propia Cruzada. Bajo el nombre original de Kingdom of Heaven, la cinta ambientada en la defensa cristiana de Jerusalén del ejército musulmán fue recortada hasta las dos horas y media por la 20th Century Fox para hacerla más comercializable en cines. El resultado fue poco menos que desastroso en su tiempo, y solo pudo ser medianamente remendado por el corte de director que incluía cincuenta minutos adicionales. La cuestión aquí sería responder si a la más reciente cinta de Ridley Scott le afecta la reducción de ochenta minutos que sí serán incluidos en la versión que llegará próximamente al streaming. Creo no solamente que le afecta, sino que es su principal y casi único problema. 

Se hace muy notorio en ciertas secuencias (me descuadró personalmente justo antes de llegar a la coronación de Napoleón en Notre Dame), pero especialmente impacta en la poca profundidad que se le puede dar al propio protagonista en el metraje. Todo está muy comprimido, irónicamente en el largometraje de un personaje al que se le atribuye, inciertamente, la icónica frase «Vísteme despacio, que tengo prisa». No se hace explícita la realidad de Francia mientras él ascendía meteóricamente en su carrera militar, ni tampoco entendemos detalladamente sus motivaciones. Sí hay alguna referencia a su relación con su madre, pero son los libros de historia que ya tenemos grabados y no el guion propio de la película quien hace casi todo el trabajo descriptivo de Napoleón. Por ello es por lo que Vanessa Kirby, que algo mejor desarrolla a su Josefina, gana un poco más de adeptos que el propio Joaquin Phoenix para competir por alguna estatuilla en la categoría de actuación en la venidera temporada de premios. 

No es para nada la falta de una trama mejor desarrollada un problema menor, pero aun así, el trabajo para lograr escenas magníficas en el campo de batalla vale toda la pena y elevan la película a un lugar privilegiado en la filmografía del director y en mi ranking anual, pues podría decir con toda seguridad que son pocas las películas que nos quedan por ver en el futuro que logren tal nivel de excelencia en este campo. Así que, si es que hay un consejo por dar es que se dejen conquistar por la puesta en escena de Napoleon. Eso sí en pantalla grande, antes de ser exiliada al streaming.

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