Anunciada desde el año pasado, lo que Wonka (2023) iba a ofrecer como típico blockbuster para las navidades según los avances que se habían publicitado, omitía injustificablemente el detalle no menor de que estaríamos frente a una cinta musical de las más clásicas que uno se pueda imaginar. Esta sorpresa no lo es tanto si es que hemos venido siguiendo las últimas campañas comerciales de películas de este corte puesto que existe, ya desde hace tiempo, un evidente temor en los estudios cinematográficos por vender cualquier producción que caiga en este género y que surge de una incomprensible repulsión del público a abrazar estas películas. Está sucediendo, por ejemplo, con el remake de Mean Girls, que estará llegando a cines en enero próximo y cuyos primeros vistazos tratar de camuflar a cualquier precio su no tan secreta naturaleza.
Este era, a criterio personal en el caso de Wonka, el impedimento más grande para poder confiar ciegamente en la nueva adaptación del mítico personaje nacido de la literatura de Roald Dahl. Sí tenía, por todo lo demás, ciertas expectativas positivas tras saber que el responsable detrás de esta sería nada menos que Paul King, quien merecía como mínimo el beneficio de la duda, tras haber dirigido las sorpresivamente magníficas Paddington (2014) y Paddington 2 (2017).
Para Wonka será necesario tener en cuenta que esta es una historia de origen de personaje que sirve a modo de precuela para el relato que todos conocemos, pero que no guarda relación con ninguna de las versiones cinematográficas, ya sea Willy Wonka y la fábrica de chocolate (Mel Stuart, 1971) o Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005) en las que el famoso chocolatero era interpretado por Gene Wilder y Johnny Depp, respectivamente. Esto es especialmente importante dado que esta versión de Willy Wonka joven no está construida como el solitario y excéntrico dueño de un imperio comercial de dulces, sino como un ávido soñador, entusiasta y solidario muchacho cuya candidez lo impulsa a confiar en la bondad de los demás. Es Timothée Chalamet el elegido para dar vida al protagonista y, aunque el neoyorkino siempre ha estado más cercano a papeles dramáticos, visto su trabajo pareciera que siempre hemos estado parados frente a una verdad tan irrefutable como no comprobada anteriormente: el sombrero le ha calzado a la perfección.
Sucede que desde que inicia, Wonka tiene un número musical que ya invita a hacernos una idea de lo que estamos por ver. El buen Timothée, al que carisma no le falta, nunca decepciona en su faceta de cantante y bailarín mientras que la trama va avanzando e introduciendo nuevos personajes y ciertas temáticas más maduras que van envolviendo una historia entretenidísima que se pasa volando como si se hubiera engullido los propios chocolates con los que Willy Wonka se presenta ante el cartel de chocolateros malvados liderado por Slugworth (Paterson Joseph). Y aquí está el encanto del guion que Paul King escribe a cuatro manos con Simon Farnaby. Mientras, por un lado, la historia llena de fantasía y ternura va encandilando a propios y extraños gracias al tono de cuento infantil al que la película nos invita de la manera más armoniosa posible, por otro lado, aun utilizando personajes unidimensionales, esta característica jamás se percibe incómoda sino que ayuda a elaborar una interesante temática en la que se aborda la ambición desmedida de los empresarios, la corrupción de las autoridades en personificación del jefe de la policía (Keegan-Michael Key) y hasta la complicidad de la iglesia a través del personaje de Rowan Atkinson, quien interpreta a un sacerdote. Eso sí, la inocencia del propio Willy Wonka y de Noodle (reluciente Calah Lane llevando gran parte de la carga emotiva), la intrépida niña que se hace amiga de Willy tras ser engañado por la dueña del hospedaje (una divertidísima y ‘tronchatoresca’ Olivia Colman), protege a toda la trama para siempre mantener el ritmo encantador y el tono alegre y optimista.
Y en esta identidad tan distinta en la que Wonka logra enfocar su energía para crear elementos infantiles lejanos a cualquier versión un poco más oscura ya vista del personaje, pero con un trasfondo más profundo de lo que se podía suponer para un título familiar, aparece inevitable la pregunta sobre lo que la centenaria Disney, presa de feroces críticas de ultraconservadores que critican su agenda woke incluso cuando no la tiene, podría lograr con sus live-action si tan solo le aplica la mitad del azúcar con el que esta película logra preparar su chocolate, siempre dulce y nunca empalagoso. Quiero decir, nada es frío en el desarrollo, siempre priorizando la fantasía por sobre la lógica (sin hacer disparates, eso sí) con Wonka y es muy posible que alguna lagrimilla aparezca, pero nunca hay una intención desmedida por buscar los momentos conmovedores, lo que en muchos casos terminaría siendo contraproducente, pues la sorpresa es esencial en este apartado.
Además, obligatorio mencionarlo, se nota un comedido trabajo artístico para siempre mantener una atmósfera optimista repleta de luz y vivacidad, incluso cuando saltan las chispas de cinismo que el relato decide andar por algunos breves pasajes y que forman parte de la esencia del protagonista. Ya sea que estemos hablando del acabado visual, como de escenarios y del vestuario, o incluso de la interpretación lúdica que brindan los villanos, siempre es coherente el estilo entre teatral y caricaturesco que Paul King desea para su largometraje y eso hace que Wonka se sienta auténtica.
Y ya solo para redondear la idea con la que iniciaba esta reseña respecto a la categoría de musical. Pues, sí. No hay nada que ocultar. Estamos frente a un musical. Pero negarse la oportunidad de ver este clásico instantáneo en pantalla grande solo por la antipatía que se le puede tener a un subgénero debe ser algo verdaderamente amargo. Sobre todo porque los números musicales están fantásticos. Incluso el tema del Oompa-Loompa, interpretado por un Hugh Grant en busca de papeles más exóticos cada vez. Otro plus para darse una oportunidad a saborear la estupenda mezcla de sabores del Wonka de Paul King.
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