Las películas coming-of-age tienen algo único que permite que muchos podamos conectar, de alguna forma, con la historia que nos cuentan. Todos hemos atravesado los avatares de la infancia y la adolescencia, el querer ser grande y a la vez intentar no tener que lidiar con la ‘madurez’ que los adultos de nuestro entorno nos piden. En Reinas, de Klaudia Reynicke, Lucía y Aurora son dos hermanas -una niña, la otra adolescente- de una familia de clase media quienes podrían estar pasando su último verano en Lima, en 1992, debido al nuevo empleo de su madre que las haría migrar hacia Estados Unidos. Carlos, padre ausente de las niñas, tiene un acercamiento a ellas a tientas, sin saber cómo ser el papá que, hasta el momento, no tuvieron sus hijas. Las inestabilidades emocionales y familiares se suman a las del clima social y político de su tiempo, en los años del conflicto armado interno en el Perú.
Reinas es un relato sobre las incertidumbres. Están las incertidumbres de Lucía, una niña pequeña que siente una admiración profunda por su hermana mayor Aurora, aún cuando a veces esta use alguna astucia para zafarse un tanto de la más pequeña; y están las incertidumbres de Aurora, adolescente que explora el romance, la sexualidad, el deseo de ejercer su autonomía pero limitada a la voluntad de los demás. Están las incertidumbres de Carlos, sin saber cuándo tendrá alguna estabilidad laboral y económica, y recién con el anuncio de la partida definitiva de sus hijas intenta aprender a ejercer la paternidad; duda entre dejar que las niñas vayan con su madre en busca de una nueva oportunidad, o negarse a dejarlas ir ahora que siente que podría asumir su rol de papá. Y están las incertidumbres de Elena, madre de Lucía y Aurora, con el temor persistente de que Carlos no acepte avalar legalmente la salida del país de las niñas, sumado al hecho de que ella sabe que les puede esperar una vida diferente a la que viven en Lima, pero no sabe si les esperará una vida más feliz de verdad.
Las faltas de certeza a nivel personal están enmarcadas en la incertidumbre del contexto de su época, que no tiene un rol protagónico en los sucesos. Esta es una interesante característica de la película, pues se sale de un lugar -entendiblemente- común en el cine peruano, en el que las historias vinculadas al conflicto armado interno suelen tenerlo como eje del desarrollo narrativo. Podemos recordar, como ejemplos de ello, películas como Las malas intenciones de Rosario García-Montero, o La bronca, de Daniel y Diego Vega (este último, justamente, es quien coescribe el guion de Reinas junto a Klaudia Reynicke). Es aquí que se siente afianzado el paralelismo entre la vida en una tierra sísmica como la peruana con los remezones de sucesos que van ocurriendo a nivel familiar. Todos los personajes están remecidos de por sí, por la migración próxima y por la violencia que los rodea de forma relativamente silenciosa. Es parte del privilegio que ellos tienen y lo saben.
La película, aún con debidos conflictos internos y externos presentes, no es oscura, como pueden serlo otras cintas ubicadas en el Perú de los años 90. La calidez del verano es un muy adecuado canalizador de la ternura de las niñas. Ellas viven la realidad familiar y nacional desde otro plano, con otra perspectiva, encontrando el juego y la amistad a pesar de los apagones, la inflación y los cortes de agua. La luz y colorización del filme son parte de esa mirada dulce y amorosa, del descubrimiento y de las ganas de ser felices como se pueda. Ese corazón inocente es el motor de la película. Y las actuaciones del elenco principal se conjugan con ello de forma adecuada, desde la frescura de Luana Vega y Abril Gjurinovic en los papeles de Aurora y Lucía, sumados a la experiencia y peso escénico de Jimena Lindo, Gonzalo Molina y Susi Sánchez. Fabrizio Aguilar tiene un personaje que despierta interés, aunque queda un poco irresuelto en su línea argumental, tal vez porque al seguir la mirada de las niñas, el foco termina arrojando menos luces sobre él.
Cierro con un comentario que, quizás, es más personal, desde la experiencia propia de migrar siendo niña en 1992, de una nueva migración de retorno en la preadolescencia en el 2000, de saber de la crisis y el dolor que vive el país pero estar, en cierta forma, apartada de ella, protegida por una burbuja que la familia intenta crear, de usar lentes de sol, esos lentes del verano que recordamos a medias. Reinas es una historia entrañable sobre separaciones que, paradójicamente, pueden unir. Es una mirada dulce de la complicidad infantil y fraternal en tiempos azarosos. El paso de la niñez a la adolescencia, el primer romance y los primeros miedos conscientes, son una etapa difícil pero nostálgica para los adultos en los que nos hemos convertido.
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