[Premios Oscar] «Yo capitán» (2023): una trágica travesía en busca de los sueños prometidos

io capitano

Hemos sido testigos, en los últimos años, de la relevancia que la política migratoria ha tomado en las carreras electorales en varios países y quizá es por ello que una parte de la producción cinematográfica se haya volcado a plasmar estas historias, desde diversas dimensiones humanas. Desde luego que el asunto ha estado presente desde cintas tan clásicas como la propia West Side Story (Robert Wise, Jerome Robbins, 1961), pasando por la poco comestible Fast Food Nation (Richard Linklater, 2006), hasta otros largometrajes más recientes ya sea en un drama como Minari (Lee Isaac Chung, 2020) o en una comedia como Flamin’ Hot (Eva Longoria, 2023) pero, como en todos estos ejemplos, el eje central se asienta en el choque cultural, en la marginación social y en las oportunidades que la inmigración ofrece, a veces por un precio demasiado alto.

Este año, una de las nominadas en la categoría de Mejor Película Extranjera en los Premios Oscar, nos propone expandir fronteras -aunque no necesariamente territoriales- para acercarnos al fenómeno migratorio en otras latitudes. Más cercana a una America America (Elia Kazan, 1963) que a las películas mencionadas anteriormente, Io Capitano (Yo capitán), competidora italiana dirigida por Mateo Garrone (Gomorra, Pinocchio), aborda un impactante relato de la migración africana hacia las costas europeas del Mediterráneo centrado en dos jóvenes senegaleses, Seydou (Seydou Sarr) y su primo Moussa (Moustapha Fall), que huyen de Dakar con intención de llegar a Italia para vivir nuevas experiencias y alcanzar su sueño de ser famosos. Para ello, huyen de casa con unos cuantos ahorros propios y empiezan un viaje que pronto se convertirá en una odisea llena de peligros.

Garrone decide evocar una imparcialidad política que aleja cualquier acusación a favor o en contra de lo que mencionaba en el párrafo de entrada, y escapa de integrar matices que impacten desde el choque social y cultural pero, aun así, termina ofreciendo un largometraje sumamente político y activamente preocupado por cuestiones humanas. En principio, el guion, elaborado por un equipo de escritores africanos e italianos encabezados por el propio Garrone, no coloca al protagonista ni a su compañero de viaje en situaciones extremas que los obligue a irse de Senegal. Si bien las condiciones de vida no son las de un país desarrollado, no hay violencia que amenace a su familia ni extrema pobreza o hambruna que los aqueje. La decisión parte, más bien, del espíritu aventurero de dos jóvenes que quieren encontrar un mundo con otro tipo de oportunidades y que idealizan Europa como un lugar en el que pueden convertirse en famosos y millonarios. No en vano es que el vestuario que vemos puesto en los dos jóvenes y en otros personajes secundarios que van apareciendo se encarga de llamar notoriamente la atención de que el pensamiento que tienen para empezar aquella aventura es que Europa es el lugar donde todo sucede y en el que hay que estar para poder ser alguien. Aquello se ve representado en las camisetas de fútbol de equipos europeos como el Real Madrid, Barcelona, Arsenal, Roma y varios más por un lado y outfits de Louis Vuitton, Gucci y Dolce & Gabbanna por otro, que los protagonistas utilizan recurrentemente.

A Io, Capitano, que en cuestiones meramente técnicas vendría a ser un coming-of-age dentro de una road movie muy fácil de seguir en cuanto a ritmo dinámico pero no en cuanto a tono dramático, no le va a interesar tanto ser una película apegada a la realidad, pues en algún momento se adentra en la mente de Seydou para fantasear, pero sí una bastante creíble y con eso le bastará para impactar sin importar la ideología que uno pueda tener. Eso sí, debe recurrir a la naturaleza humana de sentirse conmovido frente a situaciones tortuosas sin importar como es que una persona haya llegado a ellas. Para ello, Garrone prepara el camino con escenas que puedan arrancar risas en el público por la ingenuidad de los dos chicos y que además ayude a describir a sus personajes. En el resto de la travesía, el desierto y el mar supondrán solamente riesgos por los que continuamente el pensamiento que cruzará por la mente de Seydou y Moussa, así como por la del espectador, es el de “esto no vale la pena”. Y es verdad, no hay promesa de éxito, por más segura que sea, que equivalga a atravesar experiencias tan trágicas como los que la cinta por ciertos pasajes muestra, ingresando casi con los dos pies en el terreno del terror. No las comentaré aquí, porque es mejor que ustedes puedan sorprenderse durante el visionado, pero ya esperen que no solo las condiciones climáticas sean un riesgo a la integridad física, sino también ciertas personas que se topan en el camino.

No estamos por tanto, aunque el grito final de la cinta complete un desarrollo estupendo de la madurez del protagonista, ante un largometraje obsesionado con la dimensión psicológica y espiritual de un personaje, sino ante la intención genuina de visibilizar un fenómeno colectivo desde una experiencia individual, sin recurrir a la manipulación emocional ni al activismo político. Io Capitano se limita, y qué bien que lo hace, a exponer una realidad oscura y tristísima desde una historia no tan extrema, pues que un par de muchachos soñadores, sin muchas necesidades y sin responsabilidades familiares, vean en Europa una posibilidad de alcanzar la fama es quizá el caso más frívolo que se pueda encontrar. Ahora bien, ¿qué sucede, sin embargo, cuando los inmigrantes son refugiados políticos? ¿Qué sucede cuando huyen de la guerra, de la miseria, de la esclavitud? ¿Qué sucederá cuando Moussa y Seydou lleguen a Europa? No son preguntas que Io Capitano se realice para sí misma y mucho menos que se responda. Son preguntas que debemos hacernos nosotros.


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