Cuando The Favourite fue estrenada allá por el año 2018, Yorgos Lanthimos había encontrado un nuevo elemento para agregar a su fórmula cinematográfica. A comparación de las melancólicas The Lobster (2015) y The Killing of a Sacred Deer (2017), la película que le valió el Oscar a Olivia Colman se presentaba como una sátira rimbombante decorada con elementos victorianos y momentos de humor seco. Aún si el estilo del director griego se mantenía reconocible (la presentación de los cuerpos, la crítica social), estaba claro que el éxito de estos nuevos agregados lo motivarían a seguir experimentando.
Dicho esto, Poor Things (2023) puede considerarse como el resultado que, cinco años después, vuelve a cautivar tanto a la crítica como a buena parte del público general. Protagonizada por un cast de ensueño, la película sigue a Bella Baxter en su viaje de autodescubrimiento alrededor de los placeres y disgustos propios de una sociedad individualista. Teniendo de trasfondo al mítico Frankenstein y los cuentos de hadas, la experiencia se convierte en una representación agridulce del empoderamiento femenino, partiendo así desde el encierro (literal y figurado) hacia la realización de su protagonista como mujer en un contexto mayoritariamente masculino.
En su valor de metáfora contemporánea, la presentación del filme destaca por ser caricaturesca y generalmente despreocupada, ofreciendo momentos de humor absurdo que se valen de la condición de su protagonista. No obstante, e incluso si llega a pecar de excesiva, el recorrido que plantea termina por encantar gracias a su ejecución y las grandes actuaciones que ofrece, en especial por una Emma Stone a quien vemos crecer en pantalla. Con una propuesta atrapante que se cae de momentos, los picos altos del filme logran opacar varias de sus inconsistencias, aunque no por ello la redundancia y, por ende, alargado innecesario de su metraje sean menos notables.
Retomando el escenario victoriano, Yorgos logra crear una fantasía gótica que nace de la infantilización y el despertar sexual femenino. Siendo el resultado de un experimento, Bella Baxter se constituye como un ser de mentalidad pueril en un cuerpo maduro, una mujer cuyo entendimiento de sus formas e identidad cisgénero pasa de lo mundano hacia la búsqueda de algo más significativo. En este sentido, el planteamiento inicial del filme se vale del blanco y negro para representar la ignorancia, el encierro, el mundo sin color en el que habita quien desconoce de sus propias facultades y, por ende, se deja manipular por el entorno.
Estableciendo de forma temprana las dinámicas del poder, la presentación de Willem Dafoe como creador de está mujer artificial equivale a la del padre conservador en todas sus formas. Caracterizado como el arquetipo de “científico loco”, la figura del mismo resalta por sus deformaciones y traumas de la infancia, una persona que se muestra inalterable a pesar de su clara vulnerabilidad emocional. En relación a esto, la dinámica entre ambos se presenta como meramente académica aunque claro está que el cautiverio y vigilancia impuestas hacia Bella encuentran su origen en algo más complejo.
Por otro lado, la relación entre el Dr. Godwin (entendido como Dios) y su creación también puede entenderse como el primer contacto de Bella con la figura masculina, aunque el carácter asexual del mismo lo diferencie de otras interacciones en el filme. Tomando en cuenta ello, se plantea al deseo carnal como esa fuerza primitiva que mueve el mundo de sus personajes, una variable fundamental al momento de colocar a Bella frente al resto de hombres que la rodean. Reminiscente a la curiosidad infantil, el descubrimiento del placer en su ya maduro cuerpo sirve de motivación inicial para la protagonista, campaña que encuentra apoyo en la figura de Duncan Wedderburn.
Interpretado por Mark Ruffalo, la personalidad explosiva y depredadora del personaje se ve fascinada por la inocencia que transmite Bella, una muñeca de porcelana de quien puede aprovecharse con facilidad. Sin embargo, en un giro irónico de los hechos, la degradación del mismo será puesta en marcha por la propia protagonista, proceso que se presenta cómicamente mediante tomas distorsionadas (el lente ojo de pez siempre presente) y la misma performance de Ruffalo, quien termina convertido en una caricatura. Tratándose de la relación que da pie al conflicto principal, resulta única la forma como Lanthimos plantea el empoderamiento femenino mediante el sexo, elemento cuya prohibición logra enloquecer a Wedderburn hasta dejarlo en la ruina.
Relacionado a ello, es necesario entender al filme como la representación satírica que es, aunque de igual manera le sea criticable la poca sutileza con que sus ideas son expuestas. Aun si se mantiene constante como ejercicio metafórico, la reincidencia en el tópico sexual se convierte en una excusa para generar más conflictos y estirar el filme. Incluso si la castración termina saliendo a colación, el hecho de no ofrecer una perspectiva más amplia sobre la experiencia femenina (el ciclo menstrual, los embarazos) la hace sentir incompleta, postura que podría parecer contradictoria considerando su duración. En pocas palabras, la fijación de Lanthimos por recalcar puntos dificulta la exploración de otras temáticas, sacrificio que puede afectar la percepción de su obra más allá del ingenio con que transforma escenarios reconocibles en historias demenciales.
Aún así, tampoco es que estos excesos hayan sepultado mi interés, pues el largometraje logra renovarse introduciendo distintas dinámicas y conceptos a su repertorio. En este sentido, los sucesos en el barco y el prostíbulo sirven para redondear el desarrollo de la protagonista. Sobre el primero, el cuestionamiento moral y filosófico por parte del personaje de Jerrod Carmichael constituye el momento crucial en la que la “burbuja infantil” de Bella es reventada, la revelación de que los placeres del mundo se dan a costa del sufrimiento ajeno. En cuanto al segundo espacio, este permite ampliar la perspectiva sexual que ofrece el filme, dándole un significado más individualista en cuanto a las necesidades académicas y económicas de Bella refiere.
Por último, vale la pena destacar el apartado técnico del filme, el cual erige una fantasía a lo Tim Burton con elementos victorianos y eróticos. Desde los colores pasteles hacía la decoración claramente artificiosa, la identidad visual del largometraje le permite constituirse como la caricatura que recrea. Asimismo, el soundtrack permite una atmósfera general de incomodidad gracias a sus agudos de violín y distorsión que aplica sobre el teclado, manteniéndose constante en los cambios tonales mediante ambos instrumentos.
Considero a Poor Things como un vistazo único a los roles de género asignados por las sociedad, así como a las dinámicas de poder ligadas a dichos estándares. Por más que tienda a perseguir su propia cola, la repetición y aparente simpleza con que sus conceptos son presentados permite un redescubrimiento de los mismos, una visión infante del caótico mundo adulto.
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