Actualmente, la imagen del villano ha sido suavizada por Hollywood y en el mundo real tendemos a mirar hacia otro lado mientras actos de suma violencia están ocurriendo. Que la película de la que voy a escribir ahora muestre el mal sin ningún filtro, con frialdad y sobre todo con realismo, es algo a lo que vale la pena darle una mirada para así poder reflexionar sobre nuestro propio fuera de campo.
Me refiero a Zona de interés (The Zone of Interest), la nueva película del cineasta británico Jonathan Glazer, que desde su debut en el Festival de Cannes en mayo pasado obtuvo toda una serie de halagos que la terminó llevando hasta el Oscar de este año.
En los años de la Segunda Guerra Mundial, el comandante alemán Rudolf Höss vive junto a su esposa e hijos en Auschwitz, al costado de un campo concentración donde enviaban judíos a ser exterminados. Es en ese contexto que la familia intentará tener una vida de ensueño mientras el horror sucede a solo unos metros de ellos, día a día.
El concepto del “mal sin rostro” no es nada ajeno en el cine. Cuando se busca hacer un mayor énfasis en la hazaña de los protagonistas al intentar sobrellevar los obstáculos, la figura del mal puede ser un ente invisible que mueve los hilos, y que a pesar de no ser visto, su presencia es igual de evidente. Esta idea ha estado presente en el cine bélico, teniendo a Dunkerque como el mejor ejemplo, poniendo a los nazis como esas figuras que fuera de campo acorralan al bando contrario. Y esa puede ser la única función de esta clase de mal: operar desde las sombras. Su verdadera motivación para hacer lo que hace puede ser un misterio, sin saber si puede ser un deseo real por hacer daño o un simple trabajo que hay que cumplir. Una duda cuya respuesta, en casos puntuales, no debería ser tan elaborada. Ahora, la respuesta a qué podría mover a ese mal acaba de tener una película cuyo planteamiento me resulta hasta insólito, lo cual no es algo incorrecto como tal.
Mencionaré primero las razones por las que se me es imposible quejarme del film, porque, objetivamente, están muy bien hechas. Lo que hace el director no es solamente componer planos abiertos que cuentan con una puesta en escena ensayada al milímetro por un mero gusto estético. Ya desde el inicio se sabe cuál es ese mal que está rodeando el ambiente y, una vez sacándose de encima ese misterio, solo queda observar su accionar cotidiano. Dicho accionar está marcado por rutinas, visitas y formas de recreación que son vistas desde lejos, como si de un documental se tratara.
Y lo que a simple vista puede parecer mundano en realidad cuenta algo importante a largo plazo. ¿Por qué lo digo? Porque, a fin de cuentas, sí hay un viaje narrativo que tenemos que seguir. Ese viaje consiste en ese silencioso trayecto que el mal emprende para poder mirarse al espejo y asimilarse como lo que es. La casa en la que esta familia alemana vive es solo una enorme fachada, un edén sintético, un gran cascarón conformado por gente cuya carencia de sensibilidad los termina volviendo entes vacíos. Por eso tanto el diseño de producción como la cinematografía muestran un entorno plano, por eso la banda sonora carece de un ritmo y por eso las actuaciones son de una frialdad absoluta.
Sé que usualmente este tipo de propuestas carentes de empatía y aparente monotonía no tendrían que gustarme. No obstante, debo darle crédito a Jonathan Glazer por lograr tener mi total atención en algo que, lejos de ser perfecto, funciona de todos modos. Y es justo aquí donde debo hacer una parada obligatoria para mencionar lo que no me termina de cerrar, impidiendo que me parezca magistral. Al inicio dije que hablar de un “mal sin rostro” en el cine no es algo nuevo y menos todavía si ese mal son los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Si bien esta interpretación puede resultar muy bien lograda técnicamente y arriesgada narrativamente, no creamos tampoco que está logrado por completo.
Los méritos mencionados anteriormente los sostengo y creo que a quienes les guste la película estarían de acuerdo con ellos. En general, pienso que Zona de interés no es complicada de entender. Todo está bastante claro y ya cualquier análisis que se le pueda hacer para ir a fondo con lo que cuenta queda al criterio de cada uno, y es justamente bajo esa percepción personal que creo que, sin ahondar en detalles clave, la falla de la cinta está en su final. Similar a otro caso del 2023 como Oppenheimer, esta película comete un error al darle un cierre a su idea principal de un modo más obvio del que tal vez debería. De nuevo, entenderla no es complejo, pero llega a un punto en el que da la impresión de tener la necesidad de subrayar innecesariamente aquello que estaba desarrollando. Eso sí, a diferencia de Nolan, Glazer no se apoya del diálogo expositivo al contar con un guion que está lejos de lo tradicional, mas no quiere decir que hacer ese trazo grueso de manera visual no sea igual de negativo, al menos en mi opinión.
En conclusión, dejando de lado su subrayado final que parece demostrar sus ganas por querer llegar a un gran público a como dé lugar, Zona de interés me gustó. Respeto la intención que tiene de ser abiertamente malévola y que lo haga con una finura exigente, hace de su visionado una experiencia atípica en un contexto donde la miseria humana es expuesta de manera explícita en el cine, cuando a veces solo basta con escucharla para sentir ese horror. Aunque la primera emoción que me invadió luego de verla fue el desconcierto, fue luego de pensarla un poco que le fui encontrando méritos y toda clase de emoción que consiga a generar, desde el amor hasta el odio, no le impedirá seguir siendo una interesante exploración de un mal que es capaz de construir un falso paraíso con tal de seguir operando con impunidad.
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