Una forma de observar el mundo en forma diferente y descubrir facetas olvidadas, minimizadas o invisibilizadas es delimitarlas y centrar la mirada en ellas (transmutadas en personajes y narrativas); las que, sumadas, nos conducen –cinematográficamente– hacia una puesta en escena concisa pero reveladora. Es lo que ocurre en películas como “Días perfectos”, de Wim Wenders, o, la que comentaremos ahora, “Hojas de otoño” (Fallen Leaves, 2023), de Aki Kaurismäki.
La primera exhibe una narración que se va abriendo como una flor de loto, dejando ver apenas unas sombras jugando de la mano de su protagonista, levitando en el aire. La segunda, por contrario, se interna en un mundo sombrío y frío, excavando como una raíz en tierra agreste al mismo tiempo que emerge a la superficie, donde aparece –como en el desenlace de la cinta anterior– una luz sobria y suavemente esperanzadora.
Ambas exhiben un enfoque minimalista (argumentos acotados y sencillos, distanciamiento emocional, personajes parcos, silenciosos y nulo recargamiento formal) y comparten el tema de la jornada laboral, aunque con tratamientos audiovisuales muy distintos. El del director alemán es luminoso, optimista, edificante y con un protagonista expresivo, mientras que la obra del finlandés tiende a la penumbra y la oscuridad, es casi totalmente pesimista, sus personajes son inexpresivos y están poseídos por una amargura no exenta de ironía.
Destaco en “Hojas de otoño” el que muestre la pobreza en un país rico, percibido como moderno o desarrollado, democrático, así como socialmente equitativo. Para ello, el director ubica a sus personajes en un entorno industrial y de servicios considerado como marginal en comparación con el sector tecnológico o el del conocimiento. Al interior del cual Holappa (Jussi Vatanen), un obrero metalúrgico, y Ansa (Alma Pöysti), trabajadora de un supermercado, padecen diversos maltratos, deben rotar constantemente de trabajo y (sobre)vivir en condiciones precarias.
La película muestra los abusos del capitalismo contra estos seres humanos solitarios; por ejemplo, Ansa tiene solo un plato y una cuchara como vajilla en su pequeño departamento, mientras que Holappa vive en un contenedor, junto a otros obreros. En los espacios laborales son vigilados y explotados. El sistema no los extermina pero sí los agrede mediante diversos abusos, que ellos rechazan y enfrentan sin perder la dignidad. Sin embargo, al ser individualistas, esto no los lleva a la organización y la lucha sindical o política. De hecho, Holappa también termina peleado con el sindicato.
En cambio, en la radio de la casa de Ansa y en otros lugares escuchamos constantemente noticias de la invasión rusa a Ucrania. Si recordamos que, al inicio de la guerra, Putin amenazó también a Finlandia y Suecia, entenderemos que este factor crea una tensión constante para el espectador finés y europeo. Esta será posiblemente la principal, sino única, tensión en una puesta en escena caracterizada por un tempo lento, la sensación de extrañeza que emiten los protagonistas y el distanciamiento emocional.
Lo segundo es que sus personajes son circunspectos, de pocas palabras y distantes. Quienes hemos adquirido el hábito de permanecer en silencio durante largos periodos de tiempo en reuniones sociales y la capacidad de dormir con los ojos abiertos en ciertos espacios laborales, no podemos menos que sentirnos identificados con estos secos antihéroes escandinavos.
Ser atrapados –involuntariamente– por nuestros razonamientos, pensamientos, obsesiones o música que viene de nuestra memoria, y perdernos –ocasionalmente– en viajes imaginarios y ensoñaciones varias, nos genera la vaga sensación de elevación espiritual, de estar por encima del mundo; aunque quizás estas sean formas inesperadas de proyectarnos o aferrarnos a lo más terrestre, mediante la pura observación de lo real y tangible, como ocurre con el protagonista de la película de Wenders.
A diferencia de este, los protagonistas de Kaurismäki avanzan (valga la paradoja) hacia un elevado nivel de pasmo y relajo; incluso cuando las pequeñas angustias y abusos cotidianos los asedian. Todo lo toman con calma y, refunfuños aparte, en silencio. Fuera de estas características, conocemos muy poco (o lo indispensable) sobre ellos. No parecen tener pasado o de este se menciona apenas un dato para dar consistencia al argumento. Casi nunca sabemos qué es lo que tienen en mente y lo que desean, salvo cuando lo dicen o evidencian; de manera muy escueta, por cierto.
Esto afecta un poco el tratamiento realista del filme ya que, aparte de estas limitaciones de los personajes, la estructura dramática –una historia de amor– también es bastante simple y los cambios en la acción dependen del azar, de la dejadez de los inciertos amantes o de su comportamiento demasiado “racional”; por ejemplo, si Ansa le dice a Holappa que el alcohol es malo, él lo entiende y lo deja; y ya. Estamos ante un realismo algo irrealista o, mejor dicho, un poco inverosímil.
No obstante, pese a ser demasiado básicos y concretos, los personajes no llegan a ser unidimensionales ya que, al mismo tiempo, son melómanos y cinéfilos. En el karaoke escuchan una variada selección de canciones escogidas por Kaurismäki, que incluyen piezas folklóricas, tangos (uno por Gardel), la Serenata de Schubert, entre otras; cantadas con comedimiento y mínima emoción, ante un público pétreo o abatido por el alcohol.
Mientras que Ansa y Holappa se van al cine a ver “Los muertos no mueren”, una película de zombies, de Jim Jarmusch (entre otras menciones a autores favoritos del director, como Bresson). Aunque la cita también podría ser una sutil broma hacia su mortecina pareja protagonista. Esto nos conduce al humor, a veces sutil, otras, sardónico; ambos principalmente a cargo de los amigos de la pareja: Huotari (Janne Hyytiainen) y Liisa (Nuppu Koivu), a la que pretende; ironía que se extiende ocasionalmente a otros detalles del filme (por ejemplo, el perrito de Ansa se llama «Chaplin»).
Muchos críticos y cinéfilos encuentran en esta mezcla de humor y distanciamiento a personajes entrañables, perdedores a los que el director trata con benevolencia. En realidad, los maneja casi como un deus ex machina, a falta de una caracterización mayor. Mientras que, del lado positivo, consigue que sus intérpretes parezcan actores no profesionales (pero sin sus limitaciones); es decir, actores que logran transmitir una sutil dosis de autenticidad (pese a su frío talante).
Para algunos, todo esto conduciría a la quintaesencia del arte cinematográfico, lo que a mí se me escapa. Capto el humor, sí, pero sospecho que también es a costa del espectador y, especialmente, de sus fans. De todas formas, es una película interesante que merece verse por su estilo poco convencional y las características audiovisuales que hemos destacado.
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