El pasado 2023 ha sido el año más caluroso desde que existen registros, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), lo que anuncia deshielos de glaciares, incendios forestales, sequías y otros desastres; cada vez menos espaciados y más intensos, hoy en curso en distintas partes del planeta. Mientras que hace apenas dos años el mundo padeció una pandemia causada por un virus letal para millones de personas, que produjo serios problemas sanitarios y económicos, de los que aún no se sale del todo. Es posible que ya estemos viviendo un periodo de progresiva catástrofe global provocada por el cambio climático y sus consecuencias generadas por la intervención humana en la naturaleza.
Son tiempos en que rememoramos vidas pasadas, más apacibles y relativamente pacíficas; con estaciones de climas marcados y temperaturas relativamente predecibles. En las que ocurrían días perfectos en los que la vida era rutinaria, segura y sostenible; pese a conflictos puntuales focalizados. Los años sin Historia o donde algunos creían que esta había terminado. Para otros, en cambio, fueron tiempos de marginación, migración, pobreza y soledad (pese a que varios viven en países ricos). Tiempos de hojas muertas y pobres criaturas que creen o ansían vivir en un cuento de hadas; y lo consiguen, a su manera o en pequeña escala. Todo en un contexto internacional en el que surgen dudas o inquietudes sobre la sobrevivencia de la vida en la Tierra; las que son ignoradas o incluso invisibilizadas por el día a día, por las rutinas laborales o preocupaciones cotidianas, y sus ocasionales satisfacciones.
Poor Barbenheimer y Real Poor
Épocas convulsas –y no solo por temas climáticos–, como la presente, son propicias para la creación artística e intelectual. No es raro, entonces, que el año pasado hayamos visto bastantes buenas películas y, a la vez, muy variadas y contrastantes; cuyos títulos ilustran el clima cultural de nuestro tiempo. Quizás los polos más llamativos sean, de un lado, las exuberantes “Oppenheimer” de Christopher Nolan, “Barbie” de Greta Gerwig y “Pobres criaturas” de Yorgos Lanthimos; mientras que, al extremo opuesto, podríamos mencionar las sutiles y hasta etéreas “Hojas de otoño” de Aki Kaurismäki, “Días perfectos” de Wim Wenders y “Vidas pasadas” de la debutante Celine Song. No son las únicas pero quizás sean las que mejor se presten a una comparación temática, motivo de este artículo.
Sin pretender ser del todo exhaustivos, llamaremos “estilizadas” al primer grupo y “minimalistas” a las del segundo. Las primeras tienden a ser formalmente recargadas, con argumentos más o menos extensos, de tramos enrevesados, mirada subjetiva (dos de ellas fantasiosas: “Barbie”, “Pobres criaturas”), con abundancia de información, y que podrían inscribirse en un patrón de complejidad. Las segundas, en cambio, siguen un tratamiento realista y muy pocos soportes formales, con estructuras dramáticas mayormente sencillas (en la de Wenders, casi inexistente), enfoque objetivo, apuntando hacia la desnudez emocional, con relativamente poca información y más o menos ambigüedad, las que se guían por el principio de simplicidad.
Las “estilizadas” son muy dialogadas y los conflictos (y contexto) externos se combinan con los conflictos internos, aunque con un peso relativamente mayor de los factores externos: Historia, en lo referido a “Oppenheimer” y “Pobres criaturas”, y Marketing, en el caso de “Barbie”. En cuanto a lo interno, tanto el filme de Gerwig como el de Lanthimos están estructurados en torno a los temas de aprendizaje, autorrealización y empoderamiento de la mujer; siguiendo enfoques feministas en mayor o menor medida.
Mientras que “Pobres criaturas” y “Oppenheimer” desarrollan el tema de la ciencia en contextos históricos distintos, con un enfoque racionalista y anticipatorio (retrofuturista), propio de la ciencia ficción (Lanthimos), y el otro más bien desde vertientes de la física teórica (relatividad, indeterminación), ética y política. De hecho, el conflicto fundamental (y principalmente interno) del personaje de Nolan es el dilema moral relacionado con el avance del conocimiento científico y su relación con armas de destrucción masiva, incluyendo –potencialmente– la de toda la especie humana.
A diferencia de estas características de las “estilizadas”, las películas “minimalistas” tratan asuntos universales (amor, soledad, marginación), las que son desarrolladas a pequeña escala por gente hasta cierto punto común y corriente; vamos, ciudadanos de a pie y no “grandes” figuras científicas, fantásticas o mediáticas. Tienen –en general– pocos diálogos (salvo en la obra de Song) y los conflictos internos de los personajes adquieren un peso mucho mayor que los externos; los cuales poseen una cierta relevancia (Kaurismäki) o casi ninguna (Wenders). En este grupo, la importancia del contexto histórico y social es casi nula, salvo –repito– en “Hojas de otoño”, la que abarca contenidos del entorno socioeconómico y menciones a la guerra en Ucrania.
Esta ausencia de referencias al contexto externo afecta incluso al ámbito de los conflictos internos en algunas de estas cintas; por ejemplo, en “Hojas de otoño” no conocemos nada del pasado de los intérpretes, mientras que en “Días perfectos” datos pretéritos importantes del protagonista están solo sugeridos; aunque de manera magistral, por cierto. Los filmes de este grupo –realistas, sugestivos, en cierta medida poéticos– invitan a una comparación más detallada.
Hojas de otoño en días perfectos de vidas pasadas
Una aclaración previa. “Vidas pasadas” se diferencia de las cintas de narrativa acotada (Kaurismäki y Wenders) en que tiene un argumento más dilatado. De hecho, cubre hasta media vida de los protagonistas, desde su infancia hasta la edad mediana (aunque en dos tramos con 12 años de diferencia); o sea, en tres actos con sus dos extensas elipsis, por lo que cabría caracterizarla como “semi minimalista”.
Con esta atingencia, es interesante observar que tanto “Hojas de otoño” como “Días perfectos” muestran constantemente la jornada laboral de sus protagonistas, quienes pertenecen a la clase obrera; son personajes con oficios marginales (Wenders) o temporales (Kaurismäki), los que además se perciben (o son percibidos) como “perdedores”. En la obra japonesa del director alemán, la labor de su personaje principal es uno de los componentes fundamentales; mientras que en la del director finlandés, el trabajo tiene un gran peso en relación con los conflictos interno y externo de los personajes. Cabe anotar que en la cinta finlandesa la jornada laboral equivale a explotación, mientras que en “Días perfectos” funciona como estructuración y disfrute.
Por contrario, en “Vidas pasadas” este factor ocupa un tercer plano en las prioridades de la puesta en escena; además, se trata de trabajo cualificado profesional (dos son escritores, el otro, ingeniero), a diferencia de las labores sin calificación en las otras dos cintas. No obstante, el proyecto de vida laboral de la protagonista origina, en parte, el conflicto dramático principal; junto al asunto de las consecuencias de la migración en su vida y el costo emocional que tiene que cargar por sus decisiones profesionales como mujer autónoma.
Dos filmes son historias de amor (“Hojas de otoño” y “Vidas pasadas”), mientras que en “Días perfectos” aparentemente hay (o hubo) una relación de pareja en la segunda mitad, la que flota en el aire y queda como un misterio en la cinta. Y en esa línea, dos son nostálgicas (Song un poco más que Wenders) y la tercera es relativamente convencional. En las tres obras, el amor está reprimido o es comedido o vence a la timidez. No hay grandes explosiones sentimentales, ni parejas disruptivas (“Oppenheimer”), ni sexo despiadado (“Pobres criaturas”), ni dilemas sobre equidad de género (“Barbie”). Si bien entre las “estilizadas” el amor está casi ausente, en las “minimalistas” lo vemos como la punta de un iceberg, apenas visible pero con inquietas turbulencias submarinas. En este grupo, todo es otoñal, anterior, supuesto, calmo y –sobre todo– humano e imperfecto.
De otro lado, el argumento de “Hojas de otoño” es muy simple, con protagonistas sin pasado, pesimistas, aunque el desenlace es optimista, pese a que sus personajes exhiben un talante inexpresivo y cercano a la mudez. A diferencia de “Días perfectos”, cuya trama no parece avanzar casi, salvo por un par de hechos pretéritos insinuados o sugeridos, pese a lo cual es un filme optimista con un final abierto y ambiguo (con leve predominio de lo esperanzador) y en el que su protagonista es tan parco como los de la cinta anterior, pero bastante más expresivo.
A diferencia de las dos citadas, “Vidas pasadas” cuenta una historia más desarrollada en el tiempo, con una pareja de un pasado conocido (al punto que este es un componente fundamental de la película), con personajes de una expresividad contenida y hasta (en un caso) retraída. En comparación, hay bastantes conversaciones pero sus pausas y silencios son altamente significativos. En el fondo, es una obra pesimista pero de apariencia optimista y con un final triste, enternecedor y, en mínima medida, abierto. Es admirable la sutileza y delicadeza con que Song logra contener, sobrellevar y finalmente aliviar las emociones que se agolpan amortiguadamente a lo largo del filme.
Kaurismäki y Wenders son melómanos y en estas películas nos comparten sus gustos musicales. El primero es más variado y nos obsequia una breve sesión de karaoke con tangos, canciones finlandesas y clásicos, mientras que el segundo su protagonista se especializa en canciones escogidas de los años 60 y 70, incluyendo una de Lou Reed que inspiró el título de la obra: “Perfect Day”. La fotografía en la cinta japonesa tiende a ser luminosa y clara (como también en “Vidas pasadas”), mientras que la finlandesa procura los escenarios (internos y externos) oscuros y nocturnos.
En general, las tres cintas tienen un desenlace sereno, dejan al espectador con una sensación pacífica, relajada y, en el caso de la ópera prima de Celine Song, profundamente emocionados. Están producidas con recursos suficientes y un poco por encima de lo básico (en comparación con las “estilizadas”). Considerando todo lo anterior, diría que “Hojas de otoño” sería un filme minimalista “seco”, “Días perfectos” ejemplificaría un minimalismo “sutil” y “Vidas pasadas” un minimalismo “conmovedor”; aunque ese calificativo también podría asignarse –en degradé– a las otras dos obras.
En la oscura cámara de ensueños
Cuando recuerdo los albores de la revolución industrial que se muestran, con sus máquinas a vapor, en “Pobres criaturas”, se me ocurre que en esas épocas se originó (o quizás, profundizó) el proceso que hoy genera el calor infame que cae sobre Lima y entra aplastante por mi ventana. No debería quejarme, puesto que en Rio de Janeiro se ha llegado a una sensación térmica de 50°C, a diferencia de los (inusuales) 37°C que han llegado a azotar las calles limeñas que observo con creciente sofoco.
Las que me traen a la mente “Hojas muertas”, el título original del filme de Kaurismäki, mientras escucho –apropiadamente– “Flores secas” (una canción de Schubert) y asocio este momento con un lejano coletazo de la monstruosa eclosión de calor y energía durante “Trinity”, tal como la muestra Nolan en su magnum opus (otra+). Un calor vertical que invita a la inamovilidad, el pasmo y más análisis críticos cinematográficos.
Envidio entonces a los habitantes de Barbieland, en sus días perfectos en la playa, con su vida repetitiva y engañosamente rutinaria, como en ese cuento de hadas con filos oscuros en que viven las pobres criaturas, tod@s perturbad@s por la ausencia de amor o su imposibilidad o su mínima aparición. Me preparo entonces para salir al cine y aprovechar así el aire acondicionado en las frescas salas de esa oscura cámara de ensueños, cuyos productos reseñaré luego con el sudor de mi frente.
Continuará…
(Imagen de portada creada con IA, usando tecnología de DALL-E 3
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