“Gregorio” (1984) ha regresado a la cartelera en versión remasterizada por su 40 aniversario. Esta película marcó un hito en el cine peruano. Por un lado, por la representación de la vida de un niño migrante, que viaja de la sierra a Lima y se enfrenta a una serie de choques culturales, que le hacen cuestionar todo: su identidad, la relación con su familia, la relación con el entorno y su instinto de supervivencia. Al mismo tiempo, es el retrato de una ciudad indiferente y hostil, que crece de forma desordenada y empuja a los que vienen de afuera hacia los márgenes.
Esta película fue dirigida por Fernando Espinoza, Alejandro Legaspi y Stefan Kaspar, tres de los fundadores del Grupo Chaski, un colectivo cinematográfico que se formó en Perú en 1982. Los cineastas optan por un formato híbrido, que si bien se inscribe dentro de la ficción, toma mucho del documental, al registrar los cambios en la vida de esta familia migrante y, sobre todo, al retratar a un grupo de niños de la calle que se ven obligados a cometer robos para sobrevivir. La influencia documental se evidencia cuando varios de estos niños realizan testimonios conmovedores y descarnados ante cámaras, que no son producto de un guion, sino que ellos narran sus propias experiencias de vida.
Alejandro Legaspi, el único de los tres directores de “Gregorio” que sigue vivo, declaró hace poco que la película se inspira en el neorrealismo italiano, entre otros referentes de la época. Efectivamente, se pueden reconocer muchas características de ese movimiento europeo en “Gregorio”. A nivel temático, muestra la vida cotidiana de personajes marginados dentro de la sociedad, así como sus duras condiciones de trabajo y de subsistencia. A nivel de puesta en escena, se usan escenarios naturales en vez de sets de filmación: la película transcurre en las calles y espacios públicos de Lima, como la Plaza San Martín en el Centro Histórico, la Avenida Larco en Miraflores y los arenales de Villa El Salvador.
Asimismo, de igual forma que en el neorrealismo, los personajes son interpretados por no actores, para darle mayor verosimilitud a sus vivencias. Destaca el desempeño de los niños, quienes logran una espontaneidad y frescura poco comunes en las actuaciones infantiles en el cine peruano. El protagonista Marino León conduce el relato con convicción y naturalidad, mientras su mirada se va transformando de la curiosidad inicial al descubrimiento de nuevos mundos que le ofrecen adrenalina, riesgo y también una profunda desilusión.
La mirada de los directores es empática, sin pisar jamás las trampas del miserabilismo ni del moralismo didáctico. Más bien, abren una ventana a través de la cual podemos asomarnos a una época de muchos cambios en el Perú, en el que la migración interna generó nuevas dinámicas sociales y supuso un punto de quiebre en la vida de aquellos que empezaron de cero en un entorno caótico y agresivo.
Luego de 40 años de su estreno original, “Gregorio” nos recuerda que la arquitectura o el aspecto físico de la ciudad de Lima pueden haberse transformado o modernizado, pero las profundas grietas sociales, las desigualdades, el racismo y la discriminación siguen hoy tan vigentes como lo eran entonces.
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