[Crítica] “Vaguito” (2024), de Alex Hidalgo

Vaguito pelicula 2024

Como pocas veces suele ocurrir en la cartelera peruana, se ha dado la extraña circunstancia que varias películas nacionales coincidan durante su estreno, y, más extraño aún, que tres de ellas encabecen la lista de las más vistas, consiguiendo esta modesta producción desplazar a otras con mayores pretensiones comerciales como Chabuca y “Vivo o muerto”, como si el público, harto de la chismografía en redes desatada por la primera o por la caprichosa mirada conspiranoica de la segunda, decidiera castigar a estos “tanques” dándole su preferencia a Vaguito en una suerte de pacto sentimental con una producción que se ha impuesto como fin social el ayudar a los perros en abandono.

Ejemplos de historias en las que se establecen lazos entre personas y animales más allá de la relación amo/mascota para forjar un estrecho lazo como amigos y compañeros incondicionales, abundan y sobran en la filmografía mundial. El director Alex Hidalgo, en su afán por hacer la comunión con el público desde ese vínculo que toca fibras sensibles, ha buscado la referencia a un clásico del género como “Hachi-ko” (1987) de Seijirô Kôyamay haciendo el cruce con una historia real ocurrida en la playa de Punta Negra, sobre un leal perro que espera en la orilla del mar a su amo muerto en una faena pesquera.

Si bien ambas producciones comparten ese filón por retratar a un perro inicialmente problemático y difícil de dominar, pero que en la convivencia del día a día va haciéndose querer, Vaguito rompe con el retrato costumbrista propuesto por su predecesora, representado en el caso presente en el contexto de una villa de pescadores, al insertarle códigos propios de las telenovelas más convencionales, llegando a construir un universo absolutamente diferenciado entre personajes nobles y entregados contra facinerosos y criminales de alma negra en los que no cabe mayor matiz.

En ese afán, no deja de crear más de una duda la elección de Julián Legaspi en el rol de un pescador artesanal y que se percibe más afín con el perfil de un limeño clasemediero y con un status de vida muy diferente a quienes se dedican a ese humilde oficio, siendo el hogar en el que crece el perrito de marras una especie de burbuja que rompe con la realidad social para buscar su reflejo en otros públicos.

Pero estos no son los únicos problemas de Vaguito, ya que ese mundo de ensoñación que intenta a la fuerza hacer match con los códigos populares, se resiente aún más por una puesta en escena en la que la dirección de fotografía se conforma con encuadrar las tomas para construir atmósferas desde lo más básico, un desarrollo dramático que al no encontrar personalidades complejas que confrontar debe buscar refugio en la omnipresencia de una música lastimera, y lo más grave aún, el resolver la película con la sensación de que el final pudo ocurrir en 2 o 3 ocasiones previas. 

Revisando las películas anteriores de Alex Hidalgo como las comedias musicales Sueños de gloria (2013) y El gran criollo” (2017) –ambas más una exposición de intenciones que de aciertos- o la fallida pieza de terror Nazca Yuukai” (2017), no deja de llamar la atención que teniendo todas ellas un acabado técnico más pulcro que Vaguito, sea esta última -pese a evocar más a una producción amateur- la que ha podido conseguir un suceso en taquilla que pocos le hubieran augurado. En todo caso, su concepto de marketing desde la empatía con los amigos caninos ha sido la clave de su insospechado éxito, con un público que se ha volcado a las salas para hacer complicidad con una historia que les conmueve más allá de sus muchos errores. Amores perros, les dicen.

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