[Crítica] “Vivo o muerto: el expediente García” (2024): la verdad y sus mentiras

vivo o muerto alan garcia

Ya en sus primeros minutos, Vivo o muerto (2024) recrea lo que podría considerarse un “mito” en la historia del país: el ex presidente Alan García Pérez “saltando techos” para escapar de la detención del régimen autoritario. Incluso si el autogolpe de Estado de 1992 es irrefutable, la persecución nace del testimonio de Jorge del Castillo y el propio García, una película de acción con militares y disparos incluidos.

Lejos de ignorar los eventos que dan título al filme, la escena, en apariencia inconexa, logra redondear la tesis del proyecto en cuestión. Sin una cámara para respaldar los hechos, la reconstrucción de “mitos” se convierte en el arma cinematográfica por excelencia, la oportunidad de representar, reescribir o deformar discursos entendidos (o no) como ciertos. Dicho de otra forma, la imagen se convierte en una “realidad momentánea” que, en circunstancias ajenas, pasa a percibirse como mera posibilidad ante lo comprobable. 

Ejemplificando dicho procedimiento, el director Jorge ‘Koko’ Prado Alvarado se limita a exponer lo conocido, elabora una ficción que reconoce sus límites como producto de perspectivas subjetivas. Más que ofrecer respuestas, la película explora la construcción de conspiraciones y la ética periodística, juega con las medias verdades desde el suicidio simulado, pasando por una investigación que, finalmente, se reconoce como entendimiento de los mecanismos mediáticos. Habla de desinformación, corrupción e influencia, de la innegable conexión entre el poder político y el mass media.

Desde un tratamiento genérico, Carmen Ríos (Stephanie Orúe) se nos presenta como protagonista del relato, una periodista afanada por develar la verdad sobre el suicidio de Alan García. Así, luego de unos rimbombantes créditos iniciales, la sucesión de hechos deriva en intentos fallidos por generar tensión, ya sea por el invasivo soundtrack o la facilidad con que se resuelven los conflictos. Al abusar de elipsis narrativas y plot armor, el relato pierde credibilidad, se convierte en una persecución (Carmen vigilada por los poderosos) que no cumple las expectativas de lo que desea contar y cómo desea contarlo. 

No obstante, e incluso si el conflicto pierde relevancia por una ejecución plana, la cinta mantiene el interés a raíz de su diálogo interno. Más allá de interacciones forzadas o conveniencias argumentales, la sustancia reside en ese cuestionamiento de la información, en ese juego entre película y espectador sobre la veracidad de lo que se muestra en pantalla. Retomando el principio explicado con anterioridad, el hecho de que Alan García esté “vivo” o “muerto” pasa a un segundo plano, siendo las teorías generadas en torno a su muerte responsables de resucitarlo en el imaginario colectivo

A la par de dicho planteamiento, el filme se enfoca en recrear escenarios “falsos” desde su realidad, plasma la perspectiva de sus personajes en pantalla. Así, cuando Carmen se dedica a interrogar, las palabras reciben especial atención, ya sea mediante diálogos extensos o ágiles montajes de lo que se cuenta. Sea con un taxista, un hacker o una especialista en armas, la visión de cada secundario recibe el interés necesario para entender sus motivaciones que, aunque ilógicas y sesgadas en ocasiones, son una muestra de esa diversidad de subjetividades

Sumado a ello, la relevancia del smartphone para el desarrollo de la película vale ser mencionada. Con apariciones constantes en el encuadre, tweets y mensajes de texto hacen de los cibernautas peruanos una presencia palpable, ya sea para meter presión en la búsqueda de la protagonista u ofrecerle contratos cuestionables. En contraposición, la prensa corrupta y aliados de García buscarán detener la búsqueda, sea destituyendo a Carmen de su posición o amenazándole directamente.

Finalmente, destacar un apartado técnico que, aún siendo deficiente, ofrece algunas panorámicas y movimientos de cámara bien planteados. Incluso sí el filtro grisáceo resulta en visuales genéricos, hay cierta personalidad al momento de seguir a nuestra protagonista por la ciudad, planos abiertos (cenitales y contrapicados) que capturan el desorden limeño y la magnitud del evento. Con una cantidad óptima de extras y actores competentes, la película se deja ver a pesar de sus inconsistencias, y de sus evidentes bajones de calidad en secuencias menos comprometedoras (el set televisivo o el punto de vista de la cámara, vergonzosos).

Lejos de ser una producción portentosa, diría que Vivo o muerto es capaz de mantener sus narrativas recicladas gracias a su valor subtextual. Sin ser propagandista, el centrarse en la muerte de Alan García no es más que un recurso para desenvolver, con baches evidentes, un relevante comentario sobre la prensa y su responsabilidad con el ciudadano. Escrito, sonoro o visual, el poder del medio reside en transmitir “verdades”, tal vez, en hacernos creer sus “mentiras”. 

Archivado en:

,

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *