“One and one, one, two, three”, tararea Trent Reznor una vez finalizada «Challengers» (Desafiantes, 2024). Titulada «Compress/Repress», la canción no es solo un agregado más al, de por sí, excelente soundtrack, pues engloba la filosofía nuclear de este triángulo amoroso.
Siendo un juego de a pares, el tenis se convierte en catalizador de la vida de nuestros challengers, en especial de Tashi Duncan (Zendaya). Lejos de sus papeles adolescentes, la actriz ofrece un personaje adulto, manipulador, una tenista que presenta su postura monogámica a la par que esconde su carácter posesivo. El tenis se juega de a dos, por lo que Tashi, ante la iniciativa de Patrick Zweig (Josh O’Connor) y Art Donaldson (Mike Faist) para formar una “relación abierta”, pondrá a prueba su “amistad”, los pondrá a competir por su “amor” en un ida y vuelta entre pasado y presente, entre raquetas rotas y pelotas perdidas.
Dicho ello, ambos términos (amistad y amor) son variables a la perspectiva de los protagonistas. Para Tashi Duncan, podría referirme a contratos, intercambios calculados sobre el beneficio que cada “candidato” ofrece a su campaña por convertirse en alguien relevante, una figura de poder. En ese sentido, el carácter “marketero” de la cinta complementa su visión: la creación de íconos capaces de apelar a las masas, de generar beneficios palpables, un product placement con sentido narrativo. Adidas, Dunkin Donuts, Coca Cola, AppleBee’s… sea la chica superdotada del tenis (la imagen de The Duncanator en el campus universitario), el “esposo trofeo” (el rostro de Art Donaldson en las raquetas Wilson) o la pareja “ganadora” (Art y Tashi en un enorme cartel que recita “Game Changers”), todo ello le ofrece esa oportunidad de ser “algo más”, no solo “una chica que golpea bolas con su raqueta”.
Por otro lado, Zweig y Art son presentados como un par, “pareja” incluso. Nuevamente, Luca Guadagnino juega con los escenarios homoeróticos, en este caso, de la amistad masculina y el evidente deseo entre sus personajes. Reprimiendo sus sentimientos, la ruptura a lo largo del filme es más una decisión que un producto de las circunstancias, más un sacrificio que una necesidad del dúo de tenistas. En ese sentido, Zendaya funciona como detonante de está separación, quien, en primera instancia, “se resiste” para no convertirse en “rompehogares”; comillas necesarias ante el peso vacilante de la palabra, pues la narrativa se termina revelando en lo visual.
Por lo mismo, se plantea un juego de mensajes codificados, de expresiones y señales interpretables a costa del diálogo. Al respecto, la aceptación tardía de Zweig y su bisexualidad no requiere de monólogos, algunas miradas y un right swipe en Tinder son suficientes para entender dicho desarrollo. En cuanto a Tashi, su verdadera naturaleza se va revelando conforme indagamos en su vida romántica y frustraciones personales, su obsesión enfermiza por escribir el futuro de sus parejas tenistas (Zweig en los años universitarios; Art a lo largo de su carrera profesional). Por último, el cierre ofrece un ejemplo perfecto de este tipo de interacciones, una posición de raqueta capaz de comunicar suficiente, de reconstruir vínculos y rememorar el contacto perdido.
Así, el director italiano retoma el lenguaje de los cuerpos, esa capacidad de capturar la anatomía en todo su esplendor. Centrándose en las formas masculinas, el partido decisivo entre Zweig y Art ofrece variedad de enfoques a sus sudorosas formas, la intensidad del momento se mantiene a pesar de la edición no lineal gracias a los planos cerrados, perspectivas invasivas al sentir de los deportistas. Inmersivo de principio a fin, el match que acompaña al filme es comparable al baile sincronizado, un acto coital entre raquetas al servicio de movimientos digitales de cámara.
Cargada de saltos temporales, esta intimidad acompaña al dúo desde sus años mozos, una dinámica tensiva sin llegar a lo sexual, interacciones sugerentes donde el contacto se limita frente a lo normativo. Churros, plátanos, abrazos e incluso besos, los 13 años que separan su primer encuentro con Tashi y el partido decisivo para “ganársela” desenvuelven su relación, invitan a conocer más de sus dinámicas amicales que rozan con lo romántico y sexual. Entre las emociones que pretende emular el filme, las que fluyen entre sus figuras masculinas emanan sinceridad, un contraste evidente al trato recibido por Tashi Duncan en sus respectivas vivencias.
De esa manera, como inquiriendo dichas dinámicas, la cinta opta por los planos cerrados (bustos y primeros planos) en los que Art comparte encuadre con otros varones (Zweig en primera instancia), ello a diferencia de los planos americanos o medios que comparte con Tashi. No por nada, la toma inicial presenta, mediante un cenital, una equis en medio del campo de tenis (la net y la línea central cruzadas perpendicularmente; la cámara posicionada entre ambas), simbología usual en la representación de parejas (el italiano juega explícitamente con el Art X Zweig, evita la línea divisoria de la net en ese primer acercamiento). Dicho de otra forma, y citando las palabras de Tashi, el tenis termina representando un espacio de “conexión”, un momento en el que se arman y deshacen los vínculos al ritmo de la pelota.
Igualmente, la fugaz relación entre Duncan y Zweig se convierte en un indicio de lo que está por venir (la camiseta del tenista clamando “I Told Ya”, «Te lo dije»), una Zendaya prepotente que se ve enfrentada por un O’Connor rebelde, adolescente. Al no compartir la cancha en ningún momento, se nos da a entender que dicho episodio no era más que el resultado de una apuesta infantil (el primer partido entre Art y Zweig por “el corazón” de Tashi), aunque la contradicción y fragilidad de los personajes dará peso a un deseo carnal más allá del contacto. Sin revelar demasiado, la tenista (convertida en marketera de su “esposo trofeo”) verá su adicción a “ganar” (a los retos específicamente) puesta a prueba, una oferta dada por Zweig años después de su ruptura amorosa.
Entre tantas artimañas y mentiras, la humanidad de las personalidades es cuestionada, pasando de objetos a sujetos según la postura del otro. De primeras, la presentación de Tashi como rostro de Adidas y novia de fantasía (repite Art: “¿Quién no estaría enamorado de ti?”) la validan como un “objeto de deseo” que, gradualmente, se revela como un sujeto independiente hasta convertirse en un sujeto controlador. Siguiendo dicha línea, la relación de Tashi con sus novios es retratada como utilitarista, un sujeto que ve en sus parejas objetos de placer o productos que necesitan mejorar para servir a sus necesidades (hincapié en sus interacciones con ambos, sobran palabras de amor frente a sus peroratas deportivas). Como deformando narrativas clásicas, este enfoque en la vulnerabilidad masculina resulta refrescante en el cine comercial, sobre todo si consideramos que la tenista posee matices suficientes para sentirse genuina, humanas (más que una piedra, sus necesidades emocionales podrían denominarse como “corruptas” o “de altas expectativas”, solo alcanzables frente a “verdaderos ganadores”).
Ahora, si bien la cinta peca de excesos durante su último acto (reiterativa y artificiosa en ocasiones), es necesario aplaudir el montaje y edición de sonido. Al seguir una edición no lineal, sorprende la capacidad de Marco Costa para lograr una narrativa tan ágil como coherente, un romance de ritmo electrizante habitado por cuerpos, raquetas, quejidos, rebotes y mucha música electrónica. Haciendo de cortina y background a los partidos decisivos, el EDM compuesto por Trent Reznor [ganador del Oscar por The Social Network (2010) ] y Atticus Ross son fundamentales en la identidad del filme, piezas que acompañan los “encuentros deportivos” (discusiones de pareja en todo caso) dentro y fuera de la cancha.
Acercándonos al mundo interno de sus jugadores, es evidente que «Challengers» apunta a algo más que un partido de tenis o un drama romántico. Entre su espíritu competitivo y asfixiante tensión sexual, los cuerpos se desenvuelven en medio del caos deportivo, entre la unión y ruptura de sus identidades, su razón de ser. Más allá de la trepidante presentación y los recursos hiper estilizados, tras la máscara se esconde una exploración sólida de la vulnerabilidad humana, sea frente al deseo carnal o las ansias de poder.
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