Festival de Cannes: “Holy Cow” (2024): quesos que unen

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Dentro de las tendencias cinematográficas actuales, la presencia del coming-of-age como subgénero recurrente llama mi atención. Si es que alguna vez nos hemos preocupado por las generaciones futuras, la naturaleza impredecible del “nativo digital” parece despertar el interés en torno a un estilo de vida que, por lo general, es tachado de hedonista e individualista. Fiestas, drogas, alcohol y promiscuidad, todo parece encajar en una época donde las figuras paternas no tienen cabida.

En ese sentido, “Holy Cow” (Vingt Dieux, 2024) se acopla perfectamente a la fórmula del joven descarriado que, por diversas circunstancias, es obligado a madurar y hacerse cargo de sí mismo. No obstante, y ya en su presentación desde la Francia rural, la identidad del filme resuena en lo específico de su premisa, en ese universo de rutas polvorientas y leche fermentada, de amor y soledad. Sin ser innovadora, la historia de Totone se convierte en un competente viaje de autodescubrimiento, un reencuentro conmovedor con su rol de hijo, hermano, amigo y protector.

Partiendo de los vínculos familiares, las representaciones se erigen sobre el cariño silencioso y distante. Es así que, incluso si el filme abre con un Totone impulsivo e irascible, la fugaz presencia de su padre comunica lo que no se puede decir en palabras, dos performances lacónicas y de expresiones preocupadas. Siendo su muerte el desencadenante del drama, el retrato del duelo comparte con la relación mencionada ese silencio aplastante, perturbado, carga clave para entender a nuestro protagonista y su nuevo propósito: adquirir dinero para cuidar de su hermana menor.

En consecuencia, el ritual de elaboración del queso se vuelve fundamental una vez se instala el evento cúspide: un concurso regional con 30 mil euros para el mejor Comté cheese. Sin embargo, lo que en primera instancia parece una forma desesperada de hacer dinero se va convirtiendo en la oportunidad para recuperar lo perdido, en específico, la relación de Totone con su única familia viva, camino dotado de escenas memorables que aprovechan el contexto ganadero y agrícola. Asimismo, es oportuno nombrar la presencia incorpórea del padre en el procesado del lácteo, una herencia que Totone aprende a aceptar como parte de su identidad, ciclo que destaca por su sensibilidad y sobria ejecución.

Al respecto, el carácter contemplativo del filme contrapone el descubrimiento de la adultez, el goce adolescente y la mirada infante. Tal como Totone, la cinta se compone de planos largos donde la rutina hace presencia, momentos en los que el tiempo parece detenerse y el sentido de urgencia se limita a observar, entender lo que sucede, replantearse las cosas. Por su parte, los excesos de la juventud se van modulando a lo largo de la historia, el dinamismo del montaje juerguero y lo inestable de la cámara en mano son replanteados en situaciones que destacan por su calidez, dan forma a los lazos entre el protagonista y sus cercanos, entre él y la pequeña Claire, desenvolviendo una relación de hermanos genuina que juega con el choque de sus personalidades.

Con relación al entorno, la forma en que se acoplan y relacionan los personajes dota de vida a la precariedad del ambiente rural. A partir de ello, las amistades y el interés romántico de Totone conforman un cast variopinto de intereses y motivaciones propias, ofreciendo perspectivas que enriquecen el universo de la cinta. Sea con el parto de una vaca, una carrera de autos fabricados con chatarra o la elaboración clandestina de queso con productos robados, las anécdotas y desventuras propuestas sirven en la construcción de un flujo narrativo que, siendo de estructura predecible, sabe renovarse en todo momento.

Sin más que decir, veo potencial en la ópera prima de la francesa Louise Courvoisier aún si se ve limitada por las fórmulas del género. Tratando con sumo respeto al protagonista y su realidad, el naturalismo pictórico de los panorámicos y lo mundano de la vida diaria se combinan a favor de una experiencia correcta. Entre fríos metales y el calor de la leche, una pequeña victoria para el cine independiente europeo. 


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