Festival Al Este: “El viaje al origen del kené” (2024), de Cantagallo para el mundo

el viaje al origen del kene

Fue en noviembre de 2016 cuando las llamas arrasaron con la comunidad shipibo-konibo de Cantagallo, en el Cercado de Lima. Provocando daños masivos a la propiedad, el evento significó la movilización de sus miembros a diversas regiones del Perú. Con esa premisa en mente, el realizador Rodolfo Arrascue Navas revisita ese pueblo originario desde los ojos de la modernidad, reconstruye su memoria en base a una forma de expresión artística tradicional: el kené. 

Intercalando real footage con psicodélicas secuencias animadas, “El viaje al origen del kené” (2024) se convierte en un documental sumamente iconográfico que bebe de los trazos nacidos en la región amazónica, una experiencia de intenciones claras y temática sugerente. Entre la relevancia de la figura materna y la conexión con lo natural, el arte folclórico sirve de foco protagonista para lo que es, creo yo, un proyecto genuino. Una melancólica celebración de lo que fue. Lo que será.

Respecto al cine como medio de preservación, lo propuesto aquí es un ejemplo perfecto de ello. Sin negar el carácter expresivo de los laberínticos patrones geométricos, reside en el lente una gran responsabilidad al momento de captar dichas figuras, al reproducirlas desde la virtualidad de una pantalla. Como sucesor del documental interactivo “Kené Conexiones” (2020), la intencionalidad del largometraje sobresale a nivel nacional, cultural y puramente humanitario; ello teniendo en cuenta la globalización y subsecuente occidentalización de América Latina como punto de partida.

Desde la experiencia propia, admito que es difícil seguir el rastro de estilos de vida originarios. Sea mi condición de urbanita natal o la ausencia de contacto directo, no hay excusa capaz de opacar una indiferencia que, me atrevería a decir, hemos adoptado como norma en la capital peruana. Por lo mismo, encuentro en esta clase de propuestas un valor, tal vez, más sociocultural que cinematográfico. Lejos de exotizar o resaltar las diferencias, la cámara sirve de puente entre dos mundos que, aún conviviendo en el mismo espacio, se limitan a interacciones menores. En nuestro caso, a miradas pasivas.

Sin necesidad de recriminar, la cercanía que surge del visionado es suficiente para crear conciencia y, del mismo modo, conectar con los artistas protagonistas. De esa manera, las realidades se suceden unas a otras al ritmo de melodías típicas e ideologías ancestrales, dan origen a un discurso circular sobre conceptos varios, tópicos que van desde lo sagrado de la herencia femenina hacia el universo onírico-espiritual de la visión shipibo-konibo. Acompañando a Olinda Silvano en primera instancia, la cinta explora esa parte de la comunidad que se mantiene vigente, que abraza sus raíces y las fusiona con el mundo moderno, ya sea en Lima, Ucayali o una galería de arte en Canadá. 

Incluso si llega a ser repetitiva, la hora y veinte minutos del filme resultan bien aprovechados al mostrar diferentes contextos, mejor aún, al experimentar con técnicas de ilustración digital. En su recreación del kené, la carta de título abre con trazos neón que conforman figuras geométricas, resultado híbrido que confirma la fusión previamente mencionada. Asimismo, se habla de un kené tradicional (de cuadriláteros anchos, más minimalista) y otro moderno (curvas que asemejan ríos, círculos y formas complejas), pudiéndose hablar de una adaptación producto de la migración tanto a nivel físico como virtual. Vemos una serie de patrones kené que se dibujan sobre los edificios de Lima, una reinterpretación animada de la cosmovisión shipibo-konibo y hasta un cierre elaborado con software de inteligencia artificial. No es un arte estancado, es un arte en evolución.

Siguiendo una estructura relativamente convencional, es difícil ignorar la disposición y humildad con que el filme introduce al espectador a las narrativas de la comunidad. De ritmo constante y fácil visionado, problemas con el sonido directo o la cámara en mano fortalecen esa sensación de rutina, de normalidad contrapuesta a la magia del arte kené, que es revitalizada por el audiovisual. En síntesis, tradición y modernidad compartiendo el foco de nuestras miradas, un choque de generaciones y culturas enriquecido por la decisión de mostrarlas horizontalmente en vez de subyugar una a merced de otra, como iguales que se complementan.

Al final, el resultado es una amalgama de vivencias inspiradoras en compañía de simbolismos graficados y animados con propiedad. Mencioné con anterioridad que la cualidad cinematográfica del documental no era su punto fuerte, aunque por ello no niego lo acertado de la temática y aquello que saca a colación. Por último, su accesibilidad lo convierte en material ideal para introducirse en la experiencia shipibo-konibo, sobre todo, en la revaloración del kené como artesanía, arte y estilo de vida.


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