“Eternal Playground”, de Joseph Rozé y Pablo Cotton, es la película perfecta para un público millennial. Sus personajes son jóvenes adultos que, de alguna manera u otra, recuerdan con nostalgia sus años mozos en el colegio. Y su protagonista, Gaspard (Andranic Manet), es un profesor de música que ha llegado a trabajar a su antigua escuela, y que a través de eso —y de una reunión con sus cinco mejores amigos—, intenta revivir algo que se estuvo esfumando a lo largo de los años. Quiere, por más de que no lo quiera reconocer al inicio, revivir la inocencia y diversión de aquellos años de juventud, antes de que sus vidas se tornaran complicadas, y más importante, antes de que una tragedia afectara su vida para siempre.
Después de todo, “Eternal Playground” se lleva a cabo durante el primer cumpleaños que Gaspard pasará sin su hermana melliza, quien trágicamente murió en un accidente vehicular en Buenos Aires. Y para ello, ha convocado a sus amigos para pasar cinco días en el colegio, justo después del inicio de las vacaciones de verano, sabiendo que el lugar estará complemente vacío. Es así que llega su grupo de la infancia (el Adel de Alassane Diong, el Anthony de Arcadi Radeff, la Esther de Carla Audebaud, la Alma de Nina Zem, y la Lou de Alba-Gaïa Bellugi), a quienes no ve hace mucho, para reencontrarse. Y al hacerlo, recuerda tanto los viejos tiempos, como las razones por las que se terminaron separando —y eventualmente, se entera de una pequeña mentira blanca que lo termina por cambiar todo.
“Eternal Playground” es una propuesta sencilla; una mirada verosímil a la vida de un grupo de jóvenes adultos que están intentado enfrentar el dolor de perder a alguien cercano, mientras tratan de construir sus vidas fuera del colegio y la universidad. Se encuentran, pues, en una etapa intermedia de sus vidas; ya no son niños, obviamente, pero tampoco han madurado del todo, lo cual resulta en escenas bastante encantadoras en las que los vemos jugar, bailar y divertirse en el interior del colegio. Es ahí donde el filme logra trasmitir con éxito la química entre los actores; una nunca duda de que fueron grandes amigos en el colegio, y que al reencontrarse luego de años, logran recrear mucha de la diversión que tanta nostalgia les causa.
Porque justamente es así que se puede describir el tono general de “Eternal Playground”: nostálgico. No de forma barata, gratuita, como suele pasar en varias producciones recientes que intentan apelar a un público millennial. Más bien, lo que este film hace muy bien es desarrollar esa sensación tan particular que uno tiene cuando recuerda “las viejas épocas”, así como la incomodidad que pueden generar ciertos arrepentimientos. Gaspard es un personaje que está buscado algo que se le ha escapado; que está intentando luchar contra sus propios demonios al perseguir aquellas sensaciones que tanta felicidad le daban de niño, y que poco a poco van desapareciendo mientras uno se hace adulto.
Es por eso que cierta escena de confesión hacia el final del filme termina funcionando tan bien. No solo porque Manet es bastante convincente al interpretar a su complejo personaje, sino también porque se siente como la culminación de todo aquello que se ha estado ignorando a lo largo de “Eternal Playground”. Aquello que estaba en el subtexto, o al menos en la mente de Gaspard mientras revivía ciertos momentos con sus amigos. Sin hacer nada particularmente revolucionario, los directores logran desarrollar con efectividad un escenario que obliga a sus personajes a confrontar sus demonios internos, haciendo, por ejemplo, que Gaspard se vea como un hombre extremadamente inseguro, pero sin llegar a caer en el patetismo.
Grabada en 16 mm, “Eternal Playground” maneja una estética ligeramente retro, sin lucir, necesariamente, como un producto de una época anterior. La historia claramente se lleva a cabo en tiempos modernos —se nota por el vestuario, y queda claro por la utilización de celulares y otros aparatos—, y sin embargo, el interior de la escuela sirve para mantener a sus personajes en una suerte de burbuja, protegidos del mundo exterior, encerrados en un espacio de nostalgia y recuerdos, alejados de sus propios problemas. Me gustó, además, el uso de zooms en momentos puntuales (otro recurso ligeramente retro), así como la cámara que por momentos sigue a sus personajes en diferentes ambientes de la escuela, como corredores, salones, la cafetería, y hasta sótanos.
Esta película terminó siendo un inicio interesante para mi cobertura del Festival de Tribeca 2024. Sin llegar a ser algo tremendamente ambicioso, se termina convirtiendo en una experiencia emotiva y emocionalmente honesta, que se nota ha sido hecha desde una perspectiva personal. La construcción de personajes —especialmente Gaspard— resulta verosímil, y como se dijo líneas arriba, el tono nostálgico complementa a la narración, lo cual seguramente hará que más de un miembro veinteañero o treintañero del público encuentre algo con qué identificarse. “Eternal Playground” es una película pequeña (dura menos de hora y media) que termina sintiéndose como algo relativamente grande —perfecta para comenzar un festival como Tribeca.
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