Muy buena versión de la famosa franquicia de Godzilla, que ya va por las 37 películas, siendo la gran mayoría japonesas, como la presente. Dirigida por Takashi Yamazaki, esta nueva entrega no profundiza en el origen del monstruo, presentándolo solo como un ser legendario. Si bien se sugiere que su aparición (o el desarrollo de su famoso rayo destructor) se relaciona con la prueba de la primera bomba de hidrógeno en el Océano Pacífico, el dato se insinúa en una sola imagen, con la monstruosa explosión a manera de referencia histórica; manteniéndose implícitamente este componente de la tradición godzlliana. Pero nada más.
A diferencia de ello, “Godzilla Minus One” se desarrolla como un emocionante drama familiar e histórico al mismo tiempo. La parte familiar se relaciona con Kōichi Shikishima (Ryunosuke Kami), un joven aviador kamikaze que, en los días finales de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, no logra su objetivo y queda marcado por un trauma bélico asociado en parte con el bicho que da nombre al filme. Tras la rendición nipona, el aviador da refugio en los restos de su vivienda a Noriko Ōishi (Minami Hamabe), una joven que –al igual que Kōichi– ha perdido a sus padres en los bombardeos; la que, a su vez, ha rescatado a Akiko (Sae Nagatani) una pequeña niña sobreviviente.
La composición azarosa de esta “familia” simboliza el grado de destrucción, humana y material, del país. De allí el nombre de la película: no estamos ante un Japón año 0 sino ante una nación en su año –1 (“minus one”). Al punto que muchas familias tuvieron que (re)constituirse a partir de los sobrevivientes de otras (despedazadas por la guerra), en un entorno de devastación física sin precedentes (causada además por los bombardeos atómicos). De esta forma, la narrativa audiovisual se desarrolla en dos líneas paralelas: de un lado, la reconstrucción del país y, del otro, la reconstitución de las familias y la sociedad.
La reconstrucción nacional se verá afectada en la posguerra por los desastres que causa un furioso y espectacular Godzilla en Tokio; el que será enfrentado por ciudadanos, ex soldados y ex técnicos militares desmovilizados tras la guerra. Lo interesante aquí son las críticas de los ciudadanos al secretismo del Estado ante una catástrofe inminente y la decisión de la sociedad civil de diseñar y ejecutar –colaborativamente– el plan para enfrentar a la siniestro criatura, ante el fracaso de las fuerzas militares.
Mientras que la reconstitución de la familia solo será posible con la superación del trauma de Kōichi mediante su participación en la lucha contra el monstruo. Destaca en este punto el cuestionamiento a las tradiciones militaristas japonesas (especialmente, el suicidio ritual) y, relacionado con la anterior línea narrativa, el cuestionamiento al complejo militar-industrial que llevó a Japón a la guerra. Este componente crítico, aunque ubicado en los años inmediatos de la posguerra, adquiere vigencia en el presente contexto global, signado por el auge del nacionalismo populista (no solo) de extrema derecha.
De esta forma, la transformación del protagonista se alimenta y resuelve –unificándolos– los dos relatos paralelos que se desarrollan en el filme. Este enfoque narrativo del director Yamazaki enriquece el capital simbólico de Godzilla, al convertirlo en una alegoría de males muy reales. El primero, sin duda, es el traslado del temor a las armas atómicas durante los inicios de la Guerra Fría a los muy reales riesgos de crisis nucleares a partir de guerras del presente (Ucrania, Gaza) o de un eventual futuro cercano (Taiwán).
Pero también –ya en el terreno dramático– al esfuerzo del protagonista por superar su trauma de guerra, luchando contra el origen del mismo: la tradición militarista japonesa –histórica, genocida y autodestructiva–, encarnada en el papel clave de Kōichi en el combate social para vencer al monstruo. Esta veta pacifista de la saga transmuta así al ser imaginario en el símbolo de la lucha contra problemas muy concretos, tanto en el plano individual del protagonista (el trauma) como en el histórico (de las guerras, pasadas y presentes).
En el marco del cine de catástrofe, estamos ante una obra muy bien realizada. Desde el punto de vista de los efectos especiales, destaca el costo/beneficio de haber desarrollado un trabajo técnico-visual espectacular a bajo costo (en comparación con los efectos especiales más costosos de otros filmes de este sub género); aunque el impacto audiovisual será mucho mayor cuando el filme se vea en pantalla grande y no por streaming, como se ha estrenado en buena parte del mundo.
Otro factor relevante es la fotografía y ambientación, que nos remiten a la reconstrucción de Tokio en los años 50 del siglo pasado; así como a los filmes a color de aquella época. A lo que debe sumarse actuaciones solventes que llevan este producto un poco más allá del mero entretenimiento, gracias a sus contenidos cuestionadores, su recreación histórica y su engarce con la tradición cinematográfica de este subgénero. Buena película, altamente disfrutable.
Deja una respuesta