Festival Al Este: «Las lecciones de Blaga» (Bulgaria, 2023), sufrir para aprender, aprender para sufrir

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¿Qué tan difícil es simpatizar con el sujeto moderno? Individualista y de moral gris, es evidente el interés que este suscita en los imaginarios contemporáneos, personificándose en figuras tan icónicas como el veterano de guerra Travis Bickle, el gangster cocainómano Tony Montana o, más recientemente, el exprofesor de química Walter White. Sin necesidad de generalizar, la influencia de estos antihéroes en la cultura popular dice mucho de nuestras tendencias (en todo caso deseos) como sociedad, un encantamiento producido por conductas al margen de la ley y estilos de vida, cuanto menos, cuestionables. 

En contraste, y como inquiriendo dicho supuesto, el primer acercamiento a Blaga Naumova -la protagonista del film que comentamos aquí- dice poco o nada de lo expresado con anterioridad. Maestra particular de 70 años, una mujer que se dedica a enseñar búlgaro al tiempo que goza de música sinfónica en el conservatorio de Shumen, siendo su única preocupación conservar la parcela donde enterrar a su marido. Todo parece en orden para esta anciana intelectual y de carácter fuerte, aunque una estafa telefónica bastará para llevarla a la quiebra económica, más precisamente, a la quiebra moral. Al cuestionamiento de su estatus como ciudadana búlgara ejemplar, correcta y de principios arraigados.

Dirigida por Stephan Komandarev, “Blaga’s Lessons” (Urotcite na Blaga, 2023) entra en esa categoría de filmes enfocados en el estudio de personaje; en la psique de su protagonista y las vivencias que la deforman. Como exploración asfixiante de dinámicas sociales abusivas, el camino dibujado para Blaga Naumova resulta en una sucesión de desencuentros con sus propias expectativas, un redescubrimiento de su vulnerabilidad más allá de la autopercepción. Lejos de ser esa profesora estricta con aires de grandeza, vemos en pantalla a una viejecita asustada, una señora obligada a asumir una vida criminal para recuperar lo perdido y, finalmente, pagar el terreno donde las cenizas de su esposo pueden reposar. Donde los sueños de la sociedad pueden descansar en paz.

Al respecto, la dura crítica a la modernidad y al capitalismo hace presencia a lo largo de la historia, sea con sutilezas o diálogos directos. Desde el dueño del cementerio que exige su pago (“el mercado no espera”) hasta una prensa que humilla públicamente a Blaga (dicen los titulares: “Reconocida maestra tira dinero por la ventana, ¿será efecto de la demencia”), la presión social se combina con el choque generacional y las nuevas tecnologías para dejar de lado la misericordia, dando paso al juicio, abandono y desentendimiento de una mujer que acaba de perderlo todo. Por consiguiente, el resentimiento será el principal motor de un conflicto que, tarde o temprano, estallará en violencia, una que no diferencia justos ni pecadores.

Sin embargo, el filme no hace gala de una víctima por la que debamos sentir compasión absoluta, siendo Blaga claro reflejo de los comportamientos mencionados. Personificada por una Eli Skorcheva de rostro apático, la versatilidad de la actriz es fundamental para el retrato de la protagonista, transformándose en momentos de evidente confusión e ingenuidad a otros donde prima la altanería, el deseo de demostrar su manejo lingüístico. Su posición de maestra. Ejemplificado en la relación con su estudiante (Rozalia Abgarian, como migrante en búsqueda de su nacionalidad búlgara) y otros encuentros esporádicos (Naumova tiene la manía de corregir a todo quien cometa errores sintácticos), la anciana tiende a enaltecerse en esas dinámicas de poder, mimetiza los tratos abusivos y humillantes de los que será presa (vale destacar el encuentro con uno de sus estudiantes, ahora encargado de contabilizar su patrimonio neto, quien le recuerda: “Me dijiste que no llegaría a nada”). Al ser una protagonista con la que se dificulta empatizar, la complejidad del personaje radica en la contraposición de sus posturas, en esa pérdida de la identidad que resulta en una posición social subyugada para luego, con el peso de la culpa, inmiscuirse en actos delictivos junto a aquellos que la engañaron.

Volviendo al detonante del conflicto, la estafa telefónica y lo que involucra (los estafadores se hacen pasar por policías y obligan a la anciana a tirar sus ahorros por la ventana), no solo sirve para resaltar la inexperiencia de Blaga frente a un mundo dominado por la tecnología (ella sigue empleando un móvil de teclas, y un teléfono fijo en 2022), sino que despierta otras cuestiones relacionadas al olvido de generaciones pasadas, de valores tradicionales contundentes. En el plano visual, la presencia del Monumento a los Fundadores del Estado Búlgaro sirve de símbolo central, una estructura brutalista erigida en tiempos del comunismo, un espectro de la esencia nacional personificada ahora en individuos que rinden culto al capital, que luchan por sobrevivir en una sociedad hipercompetitiva. Sin necesidad de asumir posiciones políticas exacerbadas, la cinta se las ingenia para realizar paralelos entre su protagonista y el país que habita, ambos despojados de su ser con el fin de adaptarse a los nuevos tiempos, las nuevas tendencias (Blaga trata de subir a la cima del monte de Shumen donde reside el monumento como queriendo reencontrarse). 

Para redondear la idea, es en el esposo de Blaga, un oficial de policía recién fallecido, sobre quien recaen los últimos tintes de la ideología marxista. Incluso si no aparece en pantalla, es en la primera escena del filme donde su posición es expuesta, un pedido de la viuda para condecorar su tumba con la estrella roja de cinco puntas que, rápidamente, es negado por el dueño del cementerio (“eso es ilegal”). Aún así, tal como menciona la maestra, ella no es tan adepta al pensamiento comunista como fuera su marido, por lo que el distanciamiento entre ambos, ya marcado con la muerte, se verá ensanchado por la mutación ideológica-valórica que Blaga experimenta a lo largo del filme, por ese pragmatismo que la misma anuncia en los diálogos iniciales. 

Como abriendo más la herida, por esa entrega “espiritual” (el anillo de casada, su vínculo más preciado, a los estafadores), material (el dinero para costear la parcela), laboral (se convierte en “mula” de los estafadores para ganar dinero fácil) y moral (la cruda escena final) contraria a los valores (comunistas o no) que suelen relacionarse con el ciudadano ejemplar (la ironía del marido policía). En síntesis, no es que el filme sugiera la soberanía de sociedades no-capitalistas, en todo caso, ofrece un comentario punzante sobre los excesos cometidos por la flexibilidad de los principios modernos, por esa indiferencia, egoísmo, negligencia y manipulación tan fáciles de adoptar una vez se han experimentado.

Con Blaga en ese camino de aprendizaje, la cámara invita a descubrir el mundo a su lado, posicionándose por encima del hombro a lo largo del metraje. En complemento con planos abiertos que sugieren su pequeñez frente a la sociedad, claustrofóbicos POV (puntos de vista subjetivos) constituyen gran parte del lenguaje visual, sea en la desesperante escena de la estafa telefónica (cámara en mano, un plano secuencia que imprime su expresión de terror), momentos de aparente calma (la llegada a la comisaría, sus viajes en bus, la presentación de su testimonio en un auditorio comunal) o en la complicidad compartida durante el acto final (Blaga conduce en medio de la noche para entregar el dinero a los estafadores. La cámara asume el rol de copiloto, de fiel compañero). 

A todo ello, es importante resaltar el enfoque realista de la cinta, haciendo énfasis en los colores grisáceos del clima búlgaro y lo mundano del día a día. Contraria a otras propuestas en torno a la vejez y la vida criminal, el tratamiento de “Blaga’s Lessons” se sostiene en situaciones poco estilizadas, en una espiral de desesperación que no romantiza el crimen más allá de representarlo con crudeza. Ya no hablamos de ladrones veteranos de trato galán como en “The Old Man and The Gun” (2018) o tríos de ancianos picarescos como en “Going in Style” (tanto la de 1979 como la de 2017), sino de experiencias delictivas con los pies en la tierra, las cuales, más que fatalistas o de “miseria fácil”, se nutren de la soledad que puebla la vida del adulto mayor. De esa creciente negatividad y descontento propios del inadaptado social (generacional en este caso).

Sin una pizca de brillo, siquiera musicalización evidente, el nacimiento de está “anti heroína” resulta en una experiencia de intensidad creciente, una que se sostiene en el malestar de su atmósfera, su narrativa de giros inesperados y la impresionante performance protagonista. Duro como el mármol, como un trago amargo de whisky, no hay quien le quite al largometraje su capacidad para generar apatía o incomodidad, emociones clave para cuestionar una realidad que, de por sí, deja mucho que desear. Así como se alaba al genio criminal y fabricante de metanfetaminas Walter “Heisenberg” White, creo que pocos saldrán de la función esperando ser como Blaga Naumova. Una mujer que, para bien o para mal, lo hizo todo por la memoria de su esposo. Tal vez, para recuperar el poco ego que le quedaba.


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