[Crítica] «20.000 especies de abejas», de Estibaliz Urresola Solaguren


20.000 especies de abejas” es el tipo de película que no tiene miedo de hacer preguntas difíciles. Después de todo, lo que hace es narrarnos la historia de un niño llamador Aitor (una excelente Sofía Otero) que, poco a poco, comienza a sentirse como niña, mientras explora diferentes facetas de su identidad. Y lo hace de forma sensible y madura, sin alejarse de la complejidad del asunto, e intentando ponernos tanto en sus zapatos como en los de su madre, la escultora Ane (Patricia López Arnaiz). Es a través de esta última que llegamos a entender mejor a la niña, por más de que su madre, por momentos, parezca estar predispuesta a ignorar sus preguntas que a contestarlas.

Al comenzar el filme, vemos que Ane se lleva por un par de semanas a Aitor y sus dos pequeños hermanos de vacaciones a un pueblo, cerca a la frontera con Francia. Es ahí donde se encuentran con la madre de Ane, Lila (Itziar Lazkano), una mujer de buenas intenciones pero que no cree mucho en su hija artista, y a su tía, Lourdes (Ane Gabarain), una mujer liberal, tranquila, que se dedica a observarlo todo. Y es ahí donde Aitor, quien comienza a hacerse llamar Coco, aprende más sobre la apicultura, siendo testigo del vínculo multigeneracional de su familia con las abejas. Pero más importante: Aitor/Coco comienza a conocerse a sí misma; a tener dudas y vergüenza, y a hacer nuevos amigos, todo durante un verano particularmente importante para su vida.

Lo más interesante de “20.000 especies de abejas” es que maneja dos perspectivas muy claras hacia la historia. La más importante, lógicamente, es la de la niña, quien al principio parece disfrutar de las libertades que su madre le da en cuanto a roles y elementos tradicionales de género. Nació como niño, pero a diferencia de sus compañeros de crianza más clásica, usa el pelo largo, se pinta las uñas, y juega con todo tipo de juguetes (no solo con los tradicionalmente masculinos). Sin embargo, gradualmente se va sintiendo más incómoda con su cuerpo, con la manera en que los demás la ven, y se va alejando de su madre, prefiriendo pasar el tiempo con su tía, quien sin llegar a hablarle mucho, parece entenderla mejor.

Por otro lado, está la perspectiva de Ane, quien cuenta con sus propios problemas. Está a punto de separarse de su esposo (y el padre de su hijos), por más de que no se lo quiera contar a nadie, y parece estar operando bajo la sombra de su finado padre, también un artista. Ane ha llegado al pueblo para usar el taller de su familia, pero no está muy segura de lo que quiere hacer, siempre teniendo en mente que su madre nunca creyó en su trabajo. Irónicamente, parece estar haciendo de todo por no cometer con Aitor los mismos errores que su padres cometieron con ella, y sin embargo, y por lo menos por un tiempo, cae en el mismo ciclo, en el mismo agujero. Esto resulta en una relación algo fragmentada con su hija, quien claramente está pasando por tiempos difíciles, tiempos de preguntas incómodas.

Todo esto es presentado con delicadeza y elegancia, permitiéndole al espectador empatizar con los dos personajes principales, ayudando a que entienda qué es lo que está pasando y por qué está pasando y por qué es tan doloroso. Seguramente algunos no estarán de acuerdo con las decisiones que Ane toma, pero a la vez, resulta fácil relacionarse con Aitor/Coco, una niña que no se siente cómoda en su propia piel, y que comienza a darse cuenta que hay “problemas” con cómo se ve o actúa. Una escena en un cambiador y baño de mujeres, por ejemplo, ilustra muy bien este conflicto interno que, por momentos, se torna externo, y que al menos inicialmente hace que sea muy difícil para Aitor/Coco conseguir nuevos amigos durante el verano.

Felizmente, las cosas van mejorado, al menos en el día al día de la niña, y la vemos hacerse amiga de otra chica. Son las escenas entre ellas dos las que demuestran cómo la inocencia de los niños ayuda a que puedan sobrellevar mejor ciertas situaciones, dejando en claro que varias de las ideas que los humanos tenemos en cuanto a género, son mucho más difíciles de erradicar para los adultos que para los niños. Esa conexión que Aitor/Coco entabla con su amiga, y hasta cierto punto con su observadora tía, ayuda a que finalmente pueda expresarse frente a su madre. Esta última, a pesar de tener buenas intenciones, era más capaz de tomar acciones superficiales que de tener conversaciones verdaderamente profundas con su hija.

Seguramente la mayoría de lectores sabe que dirigir niños y niñas en el cine es difícil. Es por eso que ver actuaciones como la de Sofía Otero puede resultar tan sorprendente. La pequeña no tiene un solo momento poco convincente; no hay una sola escena en la que no se vea la verdad en sus ojos, o en la que no se sienta la incomodad por la que está pasando. La joven actriz nos otorga un trabajo verdaderamente fascinante, el cual ayuda a que el espectador pueda conectar con el personaje a nivel muy humano. Y por su parte, Patricia López Arnaiz ofrece también una muy buena interpretación, desarrollando a Ane como una mujer que hace lo mejor que puede, pero que al intentar huir de los errores de sus padres, igual termina repitiéndolos mientras, de forma similar (y a la vez distinta) a su hija, intenta encontrarse a sí misma.

Ahora bien, hay que considerar que “20.000 especies de abejas” es una película de ritmo calmo, que no se apresura en lo absoluto para mantener ‘entretenido’ al espectador. Entre su lentitud y una narrativa más de conflictos internos que externos, la película podría resultar un poco difícil para ciertos espectadores —especialmente para aquellos que estén esperando algo menos sutil. Soy el primero en admitir que el estilo de montaje de este film no siempre funciona —y hasta puede resultar frustrante en ciertas escenas—, y que la narrativa parece dar vueltas por momentos, pero nada de eso termina por arruinar la experiencia en general, felizmente.

“20.000 especies de abejas” es un filme que logra transmitir la calma y calidez de las vacaciones de verano —especialmente desde la perspectiva de niños que poco tienen que preocuparse sobre trabajos, responsabilidades o dinero. Pero a la vez, utiliza dicho contexto para desarrollar una narrativa compleja, que logra ponernos en los zapatos de una niña que intenta comunicarle a su familia que no se siente como lo que es, que debe ser llamada de otra forma y considerada de otra forma, por más de que algunos adultos no quieran. Esta es una película que podría resultar siendo una experiencia complicada para ciertos espectadores, pero que sin llegar a ser totalmente redonda, resulta fascinante por su verosimilitud, calidez humana, y excelentes actuaciones. Será interesante ver si es que la extraordinaria Sofía Otero desarrolla una carrera en el mundo de la actuación, o si nos dejará únicamente con su notable trabajo en “20.000 especies de abejas”.

Nota: Vi este film gracias a un screener cortesía de Film Movement.

Archivado en:


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *