Hace poco más de un mes, dirigentes nativas denunciaron la violación de 524 niñas, niños y adolescentes escolares de los pueblos Awajún y Wampís por parte de sus profesores en colegios de la provincia de Condorcanqui, en la región Amazonas, en Perú; durante los últimos 14 años.
Pero lo que incrementó la indignación por la noticia fue que el ministro de Educación y, luego, la ministra de la Mujer trataron de minimizar (y distorsionar) el hecho diciendo que esto obedecía también a “prácticas culturales”, cuando debieron decir que se trata de prácticas patriarcales (o consecuencia del mantenimiento de estructuras patriarcales en esas etnias). Al mismo tiempo, esto es un indicio de la invisibilización de la violencia contra la mujer y los menores en las escuelas, comunidades nativas y localidades de esa y otras vastas zonas de la Amazonía peruana.
Esto es evidencia del peso de grupos fundamentalistas religiosos al interior del actual gobierno y de las acciones que se han venido implementando a nivel legislativo contra los derechos de las mujeres y niñas en el Perú. El silencio de estos grupos de fanáticos religiosos con poder –especialmente los que afirman defender a la infancia– ante las denuncias de agresiones es altamente significativo, pues oculta su oposición a los derechos sexuales de las mujeres y niñas, y su defensa abierta de la familia patriarcal, al interior de las cuales ocurren estos graves hechos.
Es en este contexto que tiene relevancia el documental El huaro, de la directora Patricia Wiesse, que se estrena en el marco del Festival de Cine de Lima, ya que muestra la vida cotidiana de jóvenes adolescentes awajún de la comunidad de Wachapea en un colegio-internado de mujeres, en la misma zona en que justamente se vienen produciendo las agresiones sexuales y la violencia contra niñas y niños. Si bien los testimonios recogidos por la realizadora ocurrieron antes de que las denuncias se convirtieran en noticias de impacto nacional, el documental muestra –desde la mirada de las escolares– no solo la violencia sino otras graves consecuencias que padecen a causa del régimen patriarcal vigente.
Lo más destacable es la naturalidad con la que la realizadora ha captado la cotidianeidad de las adolescentes. El filme se inicia como un relato de temas juveniles, propios de la edad; proyecta la imagen de adolescentes alegres y divertidas, estudiando, bromeando, jugando y riéndose. En ocasiones solo vemos sus pies, con zapatillas, chancletas y alguna descalza; en tomas que sugieren una parte de su vida. Pero, hacia la segunda mitad, de pronto y con la misma fluidez y naturalidad, llegan los testimonios –dichos casi como conversaciones entre ellas– de la violencia que conocen de cerca; incluyendo suicidios a causa de esto.
Así, en un primer momento el público se identifica con ellas (y su mezcla de inocencia infantil con bromas sobre enamorados) para, inesperadamente y con un temperamento menos distendido, escuchar esa otra parte de sus vidas, que se insinúa lo suficiente como para sugerir un dolor y tensión latentes, fuera de cámara. Esa naturalidad, frescura y autenticidad captadas por Wiesse me parece el gran logro de esta documental, más aún si llega con el contexto noticioso que conocemos y que convierte esta obra en una involuntaria película premonitoria; poco pretenciosa y hecha con un cierto encanto sutil.
Pero hay una segunda historia en esta cinta. Se relaciona con la –por entonces incierta– situación judicial de uno de los dirigentes inculpados como responsables del llamado “baguazo”, un violento enfrentamiento ocurrido en 2008, donde murieron 33 personas (23 policías, cinco pobladores y cinco indígenas), durante el segundo gobierno de Alan García; y para quien se pedía cadena perpetua. Posteriormente, fue declarado inocente, aunque el fallo en primera instancia fue apelado, por lo que el proceso sigue pendiente de resolución.
Su historia se relaciona con el nombre del documental: el “huaro”, un mecanismo de transporte artesanal sobre el río, que es utilizado diariamente como puente entre la comunidad awajún de Wachapea y la localidad de Chiriaco; a través del cual los vecinos hacen sus compras de alimentos y otras actividades. Pero esta parte hay que verla para evitar aquí más spoilers.
En suma, estamos ante una obra relevante, que combate la terrible invisibilización de la violencia machista contra la mujer y los niños y niñas, en el entorno escolar y con el soporte de una fotografía del entorno natural de gran belleza. Digo terrible porque es una situación de la que se sabe desde casi 15 años y que pretende ser minimizada (o mantenida oculta) por razones claramente políticas, aunque con base en el fundamentalismo religioso.
Pero lo peor es lo que pueda estar ocurriendo con las mujeres y niñas en el resto de la vasta Amazonía peruana. Wachapea es una comunidad que, gracias al “huaro”, mantiene nexos relativamente cercanos con el mundo urbano, por lo que se ha conseguido advertir sobre estos graves hechos. Sin embargo, hay muchas más comunidades nativas en otras zonas más remotas de la Selva, en lo que se desconoce la situación de las niñas y mujeres; de allí la importancia del tema propuesto por esta película.
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