En las últimas décadas, con mayor fuerza desde el 2000 en adelante, han aparecido numerosas películas peruanas que abordan realidades originarias, entre andinas y amazónicas. Algunos de estos filmes han ido apostando por diversos modos de producción y estética, de acuerdo con las posibilidades de financiamiento y opciones de audiencia. A veces optan por una exposición y un mercado internacional del cine para asegurar –¿quién se atrevería a culpar esto?— una entrada en el circuito de salas comerciales.
Así, en el fuero internacional se enfrentan a la ya clásica propensión de este mercado que exotiza regiones tercermundistas, y sobre todo las indígenas dentro de ellas. A esto se le suma un reto: si después del conflicto armado interno, muchas películas peruanas respondieron a la necesidad general de apelar por una justicia transicional en sus representaciones, ahora las realidades mencionadas arriba demandan una atención a otros tipos de justicias que, se suman a la primera, como la social, la económica, la ambiental.
Raíz, segundo largometraje dirigido por Franco García Becerra, es una película que hace cara a este complejo panorama. La película trata de un niño llamado Feliciano, interpretado por un convincente Alberth Merma, que vive en las alturas en una comunidad quechuahablante en el Cusco. El niño sueña con que la selección peruana llegue al mundial de fútbol, mientras que la comunidad en donde vive es hostigada por una minera que está contaminando las aguas y los pastos, lo que genera la creciente preocupación de los adultos.
La trama que construye la película en torno a Feliciano tiene el claro propósito de generar un ambiente de ternura entre el niño y sus animales. Y lo logra. Ronaldo (su llama) y Rambo (el perro) son personajes que ganan fácilmente las simpatías de la audiencia. Otro personaje es el territorio, en donde residen los apus, las cochas, las apachetas. Como en el caso de películas recientes con temáticas andinas y amazónicas, el territorio es otro componente narrativo, con la peculiaridad de ser hogar de fuerzas mayores que sobrepasan y reaccionan a las acciones humanas. Raíz sigue esta tendencia, aunque haciendo hincapié en una función contemplativa del territorio, lo que termina compitiendo con su rol narrativo, y generando un desbalance con otro aspecto de su trama.
Así, la segunda trama relacionada con la amenaza de la minera queda corta frente a la primera. Las imágenes de las nubes y del niño en la laguna son escenas alargadas y repetidas. Otro recurso que se desgasta es la musicalización con efecto de intriga que advierte la llegada de un giro que se demora en aparecer, y no con la contundencia esperada. Dicho de otra manera, la línea narrativa sobre la minera, demorada en el tempo de la película, no llega a establecer la tensión dramática que se espera de ella, por tratarse de un problema crítico, controvertido y vigente. La falta de complejidad en los personajes también contribuye a esta carencia. Aunque cabe decir que la interpretación de los actores es bien lograda, tanto de los adultos como de los niños.
Raíz es una película que arranca sonrisas por la candidez de Feliciano y sus amigos. Quizá su audiencia podrá sentir indignación por las acciones de la minera, pero de una manera no tan sonada, porque se trata, en general, de una película que decide aligerar un problema vigente para, más bien, darle peso a la ternura y las lecciones que deja la infancia. Aunque es una opción de enfoque –no todas las películas que abordan temas ambientales tienen que ser políticas—, nos deja un sabor de desbalance, de una película que buscó congraciar recursos estéticos con una temática social pero que se quedó a medio camino.
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