Festival de Lima: «Reas» (2024), de Lola Arias

Reas Lola Arias

El dance de la cárcel

Cuerpos anchos, escuálidos. Cuerpos femeninos, masculinos. Cuerpos pálidos, morenos. Cuerpos jóvenes, avejentados. Cuerpos tatuados. Cuerpos amoratados. Cuerpos golpeados por la vida.

Si hay algo a celebrar en Reas (2024) es la diversidad, esa pasarela de figuras imperfectas, no hegemónicas y de moralidad gris. Ajena a los prejuicios sociales, la directora argentina Lola Arias se convierte en hada madrina, hace de la cárcel un resort para inadaptados; del documental, una fantasía musical y colorida. Partiendo de la docuficción hacia un ejercicio desvergonzado de tinte teatral, testimonios presidiarios son atravesados por la magia del cine. Un cuento de gamberros Cenicientas dispuestes a comerse el mundo.

Como punto de partida, Yoseli Arias responde ante la cámara. Edad: 26. Delito: tráfico de drogas. Condena: 4 años y 6 meses. Sueño: ser millonaria. Tras ello, es reingresada a prisión, es decir, al espacio cinematográfico (ficticio) en el que, junto a otros exreclusos, recreará sus memorias desde el baile y la performance. Presentados a manera de comunidad, la protagonista queda como foco narrativo, siendo la multiplicidad de voces y experiencias las que, finalmente, edifican el formato episódico del filme. 

Provenientes de diferentes cárceles, culpables de distintos crímenes, el contexto detrás de la cinta reafirma su autenticidad. Referido en diálogos metatextuales, cada persona dentro de esta prisión ficticia ha habitado previamente una cárcel real, todas ellas dispuestas a revivir el pasado, a soltar la carga que este representa. Sea el fornido Ignacio “Nacho” Rodriguez o la coqueta Noelia Perez, la silenciosa Estefanía Hardcastle o la enternecedora Carla Canteros, la esperanza latente en sus expresiones y movimientos se torna contagiosa, nace de una inexperiencia actoral benefactora. Genuina.

En ese sentido, los números musicales se caracterizan por pasos descoordinados, por escenografías que encantan desde su producción limitada. Con especial énfasis en los sonidos latinos, destaca esa selección musical que va desde el pop urbano hasta el punk rock, un mix de géneros asentado sobre la interculturalidad en pantalla. Por su parte, lo mundano de los props y decorados (trapos gastados, sillas plasticas blancas, telas a manera de backgrounds) alimentan el artificio en base a lo reconocible, dan vida a escenarios coloridos cargados de personalidad y carisma. Como ejemplos específicos, mencionar la presencia de marinera en el recuerdo de una rea peruana; la boda de Ignacio con el instrumental de “Jailhouse Rock” como pieza principal; y, ante todo, el videoclip de “Paris o New York”, canción con la que Yoseli Arias narra su pasado.

Siendo el cuerpo y el habla los principales medios de expresión, la película explora esa multiplicidad de lenguas presentes entre las ex reas. Más allá de lo coreografiado, retazos de vida son rescatados en los tatuajes que habitan sus pieles, en las jergas que emplean, en las ropas que deciden vestir. Ahí está Noelia moviendo los brazos, traduciendo su sentir al sensual arte del vogue; Carla que, entre lágrimas, lee la última carta que le envió su ex, una llena de analfabetismos, errores convertidos en códigos de amor. No podía faltar Estefanía, quien cambió las drogas por el deporte; tampoco Nacho, que ha formado una banda de rock junto a las ya mencionadas. Como cerrando la idea, hay una pasarela final en la que cada quien decide cómo vestir, como actuar, donde el glamour de los cuerpos neobarrocos destella ante el confeti, la cámara y las luces de colores.

Incluso si peca de excesiva o pomposa, el equilibrio entre fantasía y realidad en Reas es manejado con la sensibilidad requerida. Tomando pausas para escuchar, manteniendo la esperanza pero sin evitar escenarios desagradables, el largometraje destaca por cambios de tono abruptos que, aún si pueden distraer, agilizan la experiencia. Asimismo, dicho aspecto matifica la representación de perspectivas, edifica el carácter fragmentario a la vez que introduce el concepto de tiempo relativo, ese que solo se siente entre rejas. Un tiempo que parece no tener orden ni sentido, un estatismo capaz de desorientar, a su vez, de despertar nuevos sueños e intereses en quien lo vive. Con la prevalencia de planos fijos como evidencia visual, estos se contraponen a la puesta en escena dotando al encuadre de un doble significado: los barrotes de una celda, espacio que limita la libertad; los límites de un escenario, espacio de catarsis y juego teatral. 

Orgullosamente queer, Reas se consolida como un experimento cinematográfico dotado de humanismo, una mirada lúdica y empoderante hacia quienes la sociedad suele dejar de lado. Transgresora y sin miedo a cruzar fronteras cinematográficas, los colores se suceden con los grises de la realidad en esta fusión de memorias personales. Es la celebración del yo en aras de un futuro mejor, un repaso sobre los cuerpos y almas de quienes vivieron encerrados. Privados de su libertad. Soñando sin límites. Esperando, algún día, viajar a París, tal vez, a New York.


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