Cine Peruano

Festival de Lima: “El tío Lino”, los cuentos orales que construyen un imaginario colectivo

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El tío Lino (2024), de Omar Forero, docuficción que se estrena en la 28ª edición del Festival de Cine de Lima, cuenta la historia de Lino León, un campesino cajamarquino narrador de historias rurales, cargadas de humor y fantasía por las que se hizo muy popular durante el siglo XIX. Estos relatos se siguen transmitiendo oralmente tanto en el centro poblado Cosiete, en el distrito de Contumazá ubicado en el departamento de Cajamarca, en Perú -de donde él era oriundo-, como en las poblaciones circundantes. 

En este largometraje, Forero no solo intenta hallar el rastro geográfico de los pasos del tío Lino, sino también busca la huella que dejó en los pobladores. Su legado trascendió generaciones, tanto así que incluso después de casi dos siglos, lo consideran casi como un padre; no por nada el hijo menor de Jerónimo Pretel Castillo, quien interpreta al cuentacuentos, dice: “Nosotros somos los hijos del tío Lino”, y eso, por los relatos fantásticos que Lino contaba a los niños de su época y que eran los mismos que habían llegado a los oídos del pequeño. “Él [el tío Lino] hacía vivir el cuento por la forma cómo lo contaba”, dice al respecto uno de los pobladores. Dada esta tradición oral, los sonidos se tornan muy importantes, por eso cuando el niño está frente a la cámara y al micrófono, intenta originar resonancias mediante todo tipo de movimientos corporales.  

A través de estas historias, no solo se forjaron afectos que van más allá del tiempo tanto en adultos mayores como en niños principalmente, sino también identidad y cohesión con “la tierra que los vio nacer”, como afirma una habitante de Cascabamba. Por eso, el mismo pequeño aclara después que los que ya no son hijos del tío Lino son quienes se han ido a estudiar a Lima, posicionándole con ello como padre de la cultura contumacina gracias a sus relatos cargados de ocurrencia e imaginación que detallan las costumbres locales. 

Los animales, el campo, la siembra y la cosecha construyen el escenario bucólico perfecto en el que se conciben y se transmiten historias de lugares y de personas que hacen todo como si el tiempo se hubiese detenido en 1800, con la misma rutina del ciclo agrícola que marca el tiempo circular de los mitos, convirtiendo incluso al mismo tío Lino en uno de ellos, por lo que “hay gente que puede pensar que él no existió”, señala una pobladora, resaltando que, a pesar de esa creencia, “él era un personaje muy cercano y un vecino muy querido”.

Si el tiempo es circular, entonces, el futuro estaría en el pasado, como lo dan a entender los pobladores de Huertas, porque para ellos el porvenir está en el campo, ya que la tierra fértil engendra, mientras que en la ciudad todo es estéril porque no se produce y solo se compra. 

La ruralidad está dada no solo por el qué, sino también por el cómo. Lo agrario está fuertemente marcado en la forma en la que los pobladores siembran y cosechan con sus propias manos y enseñan a sus hijos a hacer lo mismo, mientras hablan con los animales como parte de sus usanzas al igual que interpretan el yaraví o cultivan arvejas –las mismas que fungían como balas para el tío Lino cuando quería cazar venados en Cosiete–.

Las costumbres, sin embargo, no fueron totalmente intocables por el tiempo. El sincretismo cultural y religioso forma parte de las tradiciones. La modernidad ha irrumpido de manera consensuada la tradición por medio de dos elementos que conducen hacia la civilización: la educación y la religión. El uso de tablets en medio del campo para pasar clases en tiempos de pandemia y las procesiones durante la Semana Santa recreando el Vía Crucis de Jesús antes de ser crucificado por los romanos, se conciben como parte inherente del poblado. 

Algo que también es interesante es ver al hijo menor del protagonista usando poleras con diseños de Spider-Man o de Mickey Mouse. Aunque también para la elaboración del docuficción se tuvo que usar equipos audiovisuales modernos, se trató de hacerlo de la manera más simple posible con una sola cámara (manejada por el mismo director, Omar Forero) y un micrófono (transportado por la sonidista Valeria Rodríguez), además de los animadores de Viringo del cineasta Juan Limo Giribaldi, que estuvieron a cargo de las escenas animadas para materializar visualmente la parte más fantasiosa de los relatos.

Forero se compenetró tanto con sus entrevistados que llegaron a ser más que eso, pues no solo compartieron con él la historia del tío Lino y sus relatos, sino también sus propias rutinas diarias relacionadas con actividades laborales, escolares, familiares y recreativas. Es eso mismo que Forero quiere transmitir con su cámara usando travellings como función de acompañamiento, innovando el tema del ángulo fijo, combinándolo con picados, contrapicados y cenitales cuando los pobladores se desplazan, y convencionales cuando se detienen para hablar. 

Así, los cuentos de la tradición oral que contaba el tío Lino y que provienen de la cultura popular de Cosiete van instaurando un imaginario colectivo, cuyas costumbres llevan en sí un sincretismo que mantiene la esencia contumacina en una memoria viva que se transmite de generación en generación.

Esta entrada fue modificada por última vez en 15 de agosto de 2024 18:27

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