El temor a volar
Lima, Perú, 8 de agosto de 1990. El entonces primer ministro Juan Carlos Hurtado Miller anuncia por televisión las traumáticas medidas de ajuste de precios para “sincerar” la economía, conocidas como el “fujishock”. Eran años convulsos: había una hiperinflación en el país que batía récords históricos mundiales y el terrorismo estaba en auge. El funcionario concluyó con estas palabras: “Que dios nos ayude”.
Así empieza la película aunque, en realidad, Reinas no trata de estos asuntos, los que solo aparecen como el contexto durante el cual Elena (Jimena Lindo), una madre que, junto con sus hijas –Aurora (Luana Vega), una adolescente y Lucía (Abril Gjurinovic), una niña–, se preparan para un viaje a EE UU, donde la madre ha logrado obtener un trabajo; mientras que Carlos (Gonzalo Molina), su esposo –un buscavidas mitómano y en falta con sus hijas–, del que está separado, deberá firmar el permiso de viaje de las menores (sus “reinas”).
Dirigida por la realizadora peruano-suiza Klaudia Reynicke, se trata de una cinta de corte costumbrista que transcurre en una familia de clase media limeña y que podría catalogarse como una comedia dramática ligera, de relativamente mediana intensidad emocional y que se apoya en un guion sencillo pero eficaz. Las peripecias de la relación entre Carlos y sus hijas constituyen el giro principal de la obra y se complementan –de un lado– con el empuje que le da a esta relación la propia madre y –de otro– con las inseguridades sentimentales de Aurora, la hija mayor; y las dudas de una oscilante Lucía, la hija menor.
El contexto político de la época es un componente que juega a dos bandas. Por una parte, interviene secundariamente en el curso de la acción en varios momentos, hasta llegar a generar el clímax, la situación de mayor intensidad dramática. Al mismo tiempo, varios de estos breves episodios (cambistas en las calles, economía de trueque, apagones constantes, presencia militar en las calles, entre otros) añaden asombro y mantienen una sutil tensión por lo que ocurre cotidianamente, a la vez que justifican casi decisivamente la necesidad del viaje.
Estos datos pasarán como meros recuerdos –y no precisamente nostálgicos– para quienes vivimos esa época, pero imagino que fuera del país y quizás para las generaciones más jóvenes, tales hechos insólitos de la época mantendrán y reforzarán el interés de la narración, constituyendo un atractivo adicional del filme. Sin embargo, el logro principal de la obra lo constituye las “reinas” Lucía y Aurora, quienes finalmente llegan a ganar la identificación del público gracias a sus interpretaciones y sus diálogos de apariencia ingenua; al igual de las actuaciones convincentes de la familia directa y la extendida.
Gracias a estas cualidades, Reinas resulta una película amena y entretenida, que cala gradualmente en la humanidad de sus personajes, despertando el afecto del padre, venciendo la resistencia de las hijas (causada por su ausencia) y generando vulnerabilidades en la firme autoridad materna; las que se alinean simétricamente con los titubeos adolescentes y la inocencia infantil.
La directora Reynicke ha logrado balancear los temores, culpas e incertidumbres –mayores (padre) y menores (madre e hijas)– junto a los emergentes elementos de contexto, dejando un cierto trasfondo agridulce de heridas que, cual semillas dolorosas, vemos (re)nacer. Dentro de este delimitado marco familiar el filme consigue un equilibrio exacto de todos sus componentes emocionales, logrando constituirse en una película si bien menor, coherente y encantadora.
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