El título del segundo largometraje del estadounidense Greg Kwedar no hace referencia a un género musical sino al centro penitenciario en el que se desarrolló un programa de rehabilitación pionero basado en la práctica de artes como el teatro. Pero Sing Sing bien podría hacer referencia al espíritu melódico de los reos participantes de dicho programa, especialmente aquellos interpretados por ex convictos como Clarence Maclin que fueron rehabilitados en la vida real. En ese sentido, aparte de ser una obra de ficción edificante y emotiva, este film también constituye una prueba ambiciosa y categórica sobre el poder de la rehabilitación artística y la importancia de las segundas oportunidades.
Colman Domingo aquí encarna a John Whitfield, un reo fundador de “Rehabilitación a través de las artes” que se encarga de reclutar nuevos miembros entre los otros prisioneros. Las tácticas de intimidación de Clarence Maclin lo convencen de que podría encajar con el grupo de teatro dirigido por el instructor externo Brent Buell (Paul Raci). Sin embargo, una vez integrado, Clarence parece más interesado en competir con el protagonista y en entorpecer los ensayos del grupo por sus problemas personales. La solidaridad y el ánimo de superación colectivos harán que los prisioneros superen sus diferencias, además de algunas pérdidas, y que concentren sus esfuerzos en la representación de su obra más original y compleja: una comedia sobre viajes en el tiempo.
Aunque se perfila como un drama lacrimógeno, el filme de Kwedar evita explotar las tragedias personales de sus personajes, enfocándose menos en sus rutinas y dilemas diarios como reos y más en sus perspectivas y aspiraciones como personas. Esto es palpable desde un inicio por las bromas y ejercicios que comparten los personajes, predispuestos a dejarse llevar por la magia del teatro como consta en la secuencia de montaje del casting para su futura obra. La mayor parte del componente cómico de la película surge precisamente de las escenas correspondientes a sus ensayos donde los prisioneros de aspecto rudo y ajado logran despertar a sus respectivos niños internos. Lejos de ridiculizarlos, estas escenas confirman que estos pueden comportarse como cualquier otro grupo humano, y que el teatro les sirve como terapia grupal para superar sus respectivos dramas personales.
La trama puede parecer predecible, pero entre la primera reunión del grupo y el estreno de su obra hay un desarrollo de personajes pertinente que incluye un interesante revés de situaciones y perspectivas entre los principales rivales. Mientras que el personaje de Maclin empieza a abrazar el optimismo y la tolerancia, el de Domingo experimenta una pérdida que lo lleva a la depresión. Entre sus respectivos viajes, ambos personajes construyen una parábola contemporánea sobre la redención y la resiliencia. El guion sí que contempla la frustración y martirio de sus respectivos procesos judiciales, pero lo que termina por definir la trascendencia de estos individuos son las lecciones de vida que obtienen tras dichos obstáculos.
El confinamiento de la película a los espacios limitados de la prisión no suponen una monotonía visual dada la amplia variedad de ángulos y movimientos de cámara que los acompañan, especialmente en las secuencias de ensayo como cuando los reos fingen pelear como gladiadores. Pero la mayor fuente de dinamismo en la película corre a cargo del resto de prisioneros secundarios como el entrañable “Mike Mike” de Sean San José y el carismático Sean “Dino” Johnson, uno de los participantes reales del programa de rehabilitación. Paul Racci también resulta efectivo como un entrenador cuyas pautas de dramaturgia por veces se confunden como consejos de vida.
Un documental seguramente se habría concentrado en el proceso psicológico detrás del programa y en el impacto que tuvo en las vidas de los participantes reales. Pero la propuesta ficticia de Greg Kwedar es más significativa porque permite que los ex prisioneros compartan su historia de rehabilitación a través de una puesta en escena más compleja y arriesgada. Aunque la contribución de Domingo y el resto de actores profesionales es digna de reconocimiento, los verdaderos laureles de Sing Sing les corresponden precisamente a Maclin y sus compañeros rehabilitados como coautores creativos y como ejemplos de superación personal.
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