Martín Q. y el neorrealismo boliviano
El cineasta chileno Vinko Tomičić logra dibujar muy bien las divisiones de la sociedad boliviana actual mediante un relato del presente que bien podría ajustarse al país de hace diez, veinte, treinta o más años atrás. Martín (Franklin Aro), el protagonista, en su condición de huérfano, ya es un poco mayor para conseguir un hogar, lo que incentiva su motivación principal: tener un lugar junto a una familia. Dicha búsqueda es lo que lo mueve y es el motor de la historia. Esta es una película con gran fuerza emocional y humana, pues sus objetivos están comprometidos con la ternura, fragilidad, aunque a veces leve malicia de un muchacho que descubre la ciudad al mismo tiempo que se descubre a sí mismo.
En la escuela de Martín se burlan de él, en la calle poca gente le hace caso cuando lustra zapatos o vende salteñas. En términos de Luis Buñuel, es un olvidado. Su intento de escalar socialmente y ser alguien va desde tocar la trompeta en la banda escolar hasta seguir al señor Novoa, un sastre de fina presencia, interpretado por un siempre destacado Alfredo Castro. El muchacho intentará acercarse a ese caballero para volverse su ayudante. Aquí es donde Martín inicia su tránsito para transformarse en el personaje del título. Martín ve en el señor Novoa una chance de poder hallar el lugar en el mundo que tanto ansía, pero también ve a un mentor, una figura paterna y una ventana para poder conseguir dinero. Esto último parte también del lugar de pobreza al que nuestro protagonista ha sido relegado por la vida: sus pequeños trabajos no generan ingresos considerables y al ver tan lejana la chance de ser adoptado debe ir haciéndose cargo económicamente de él mismo.
El título de este texto pone el foco sobre los tintes neorrealistas que imprime Tomičić en su película mediante ese retrato crudo y sin adornos de la realidad cotidiana de un país. Asimismo, trabaja con un no-actor (o “actor natural») como aro para darle vida a Martín Quispe, quien, como en Umberto D. (Vittorio De Sica, 1952) camina por las calles de su ciudad acompañado de su perro en búsqueda de dinero y una vida mejor. Luego del robo, Martín se vuelve la compañía predilecta del sastre y toma el lugar del perro. Ahora, si bien Martín se convertirá a fuerza en un ladrón de perros y no en ladrón de bicicletas, en referencia a otra obra de De Sica (1948), este detalle nos da pistas también del vínculo paterno-filial que trabaja la película así como el estudio de una realidad tras la condición criminal (y humana) de sus personajes. Como detalle, Martín Q. se desempeña también como lustrabotas, título de otra cinta neorrealista del mismo De Sica estrenada en 1946.
Esta influencia del cine italiano se aplica también en nuestra lectura sobre los caminos que toma un personaje común (como su apellido) y corriente ante la indiferencia social. Mientras unos viven acomodados en lujos, otros les lustran los zapatos. Mientras un viejo sin hijos ni esposa puede vivir tranquilo, un huérfano sin familia descuida sus estudios para llevarse un pan a la boca. Es así como la película trabaja bien las divisiones mencionadas en las primeras líneas de este texto. Los contrastes entre don Novoa y Martín no son solo de edad, apariencia y dinero, sino que atienden además a las divergencias históricas en Latinoamérica. Martín se convierte en asistente del sastre y le carga las cosas, le ayuda a limpiar, lo acompaña a varios sitios. Mientras evoluciona su relación, el viejo busca “educarlo” según su clase social. Lo viste elegante y hasta lo lleva a lugares de lujo. Ese acto recuerda a los padrinazgos de arraigo colonialista donde hombres blancos tenían un “indio” de confianza al que le daban una vida medianamente privilegiada a cambio de su servicio.
Si bien la película crea un vínculo entre estos personajes a partir de sus diferencias sociales, Tomičić demuestra habilidad como guionista y director al sumar un vínculo dramático: Don Novoa no tiene hijos y Martín no tiene padres. Ambos hallan complemento en el otro. Martín logra darse cuenta que no necesita el dinero sino un hogar, que, como dice la canción, esas son monedas que no valen nada…, pero es tarde. La fábula de la familia feliz se desdibuja y muestra el lado amargo de ese realismo: la vida golpea y fuerte. Terminando con las referencias al neorrealismo y a Vittorio De Sica, esperábamos un milagro en La Paz que nunca llegará. A ojos ajenos, a vista de esa ciudad enorme y de ese país entero que lo ha dejado en el olvido, Martín es un huérfano más, un lustrabotas de la plaza, un muchacho que no recuerda el rostro de su madre, un simple ladrón de perros.
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