En torno a la cultura, la memoria y la identidad femenina, la ópera prima de la argentina Cecilia Kang goza de una sensibilidad abrasadora a pesar de sus tropiezos. Con especial énfasis en el concepto de las “comfort women” y la fuerza opresora del conservadurismo asiático, estamos ante un documental que revela a su protagonista, la actriz Melanie Chong, como ente vulnerable, como mujer coreana-argentina dispuesta a enfrentar sus raíces. Con la sociedad surcoreana encaminada a la deconstrucción, un viaje personal que cuestiona al tiempo que celebra su carácter mixto: ese encuentro entre Latinoamérica y Asia; entre la búsqueda del yo y la represión del ser.
Considero que la primera mitad del documental, aquella que sucede en Argentina, es incapaz de sostener la credibilidad y fuerza emocional esperada. Partiendo de la secuencia inicial, el hecho que la directora incluya (en todo caso recree) el casting para su proyecto resulta contraproducente, ofreciendo, por un lado, la oportunidad de conocer la situación de otras jóvenes hijas de migrantes coreanos y, por el otro, una presencia difícil de ignorar, una que pone en duda lo mostrado en pantalla. Por lo mismo, momentos de llanto o impresión frente al guion ofrecido (Melanie se derrumba tras leer el testimonio de Hwang Geum Joo en múltiples ocasiones) pueden sentirse forzados, pautados. La cámara intimista se convierte en evidente artificio, bloqueando parte de la intencionalidad sentimental y realista del filme.
Dicho ello, no negaré que estos mismos recursos construyen una introducción solvente, un acercamiento extensivo al día a día de Melanie y otros conceptos relevantes. Entre el negocio familiar y la catarsis artística, es su madre quien revela el peso del conservadurismo asiático, una fuerza patriarcal presente en las interacciones con su hija (“Me portaba mal. Merecía los golpes de tu padre”), en las palabras que conforman el texto a interpretar. Retomando la figura surcoreana de Hwang, “comfort women” fallecida en 2013, el trasfondo histórico del término sirve como crudo paralelo de esa imposición masculinista: en la Segunda Guerra Mundial, surcoreanas sometidas a la servidumbre sexual por parte de soldados japoneses; en tiempo recientes, surcoreanas sometidas al rol pasivo de ama de casa, de seguir la tradición. Y así la cámara invade, transmite en su estatismo y planos cerrados, dos rostros de diferentes tiempos con sus propias creencias, con visiones particulares respecto a las dinámicas de género y la construcción de identidades femeninas.
Sea en su habitación o en la boutique de su madre, el conflicto interno de Melanie se expresa en su mirada, en sus llantos (aún si resultan reiterativos), en su forma de vida. Así la vemos practicar yoga, convivir en noches de micrófono abierto, conversar con su profesor de teatro o realizar baile interpretativo, esa parte de la juventud dispuesta a romper el molde, a emprender su propia historia fuera del “legado familiar”. Obligada a trabajar para su madre, con la presión de conseguir un hombre que la sostenga, destaca la elegancia con que los conflictos se representan en la cotidianidad, como esos choques generacionales y culturales son expresados en conversaciones casuales o momentos ociosos de intimidad. “Ver coreanos en todos lados fue emocionante” expresa su amiga tras viajar a Corea del Sur; “¿Cómo puedes sentarte así?” le pregunta otra al verla en una pose tradicional del país asiático; “¿De qué trata está película?” pregunta la directora. La respuesta de Melanie: “De una chica que vive su día a día”. Agregaría yo: tratando de sobrellevar el peso de su ser. Y es que, en ese vaivén de emociones y formas de expresión diversas, en esa sucesión de planos fijos concentrados en espacios cerrados, es en la segunda mitad del filme, el viaje a Corea del Sur, donde se concentran las respuestas más significativas y orgánicas de su causa.
Ya superada la presencia tras el lente, el reencuentro de Melanie con su hermano se deja fluir, una cámara que sabe guardar distancias y darle espacio a quienes conviven en el encuadre. Siguiendo esa lógica, la búsqueda sobre las “comfort women” cobra un sentido más personal, la semilla implantada por el guion se traduce en acciones directas, en visitas al War and Women’s Human Rights Museum en Seúl o participando en campañas alrededor de la deuda histórica, de la dignidad negada a dichas mujeres. De ese modo, Corea del Sur muestra su otra cara, una que, al igual que la protagonista, busca configurar las creencias del pasado, dar cabida a una feminidad moderna y consciente de los mecanismos sociales. Entre el carácter apacible de las zonas agrestes y la calidez de la capital urbanita, es en ese contexto donde Melanie, al igual que el público, encuentra la esperanza de un futuro mejor, uno donde las diferencias generacionales y culturales se convierten en agregados a su identidad en formación.
Por su parte, como contrapunto a la densidad histórica, lo mundano de las costumbres surcoreanas abrazan a la protagonista. Sean las noches de karaoke o los restaurantes donde se cocina en la mesa del cliente, sea el uso del bloqueador a diario o la presencia exagerada de paraguas, la interculturalidad que propone el documental se caracteriza por mostrar en vez de exotizar. Dicho ello, ahora la cámara se abre para capturar las grandes obras de la arquitectura asiática, a sus calles de aspecto estrecho y luces neón, a sus habitantes conviviendo sin que el lente perturbe su normalidad. Se siente y se respira, sensación reforzada por una musicalización new age que, aún siendo genérica, sincroniza con el tratamiento pausado del largometraje: una obra personal dedicada a la juventud, a la mujer surcoreana enfrentada con la tradición patriarcal.
Por cuestionar esas diferencias generacionales y culturales que deforman la dignidad humana, por exponer un tópico desconocido para el cine latinoamericano, Partió de mí un barco llevándome se mantiene a flote desde el respeto y la cercanía con que trata a su protagonista. Desde la cámara invasiva hasta la naturalidad del entorno social, una cinta que hace justicia a la memoria de las “comfort women” al tiempo que abre la puerta a nuevas experiencias femeninas. Con sus flaquezas y virtudes, una exploración relevante en todo sentido.
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