[Crítica] “El tío Lino” (2024), de Omar Forero

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El tío Lino es un documental del realizador trujillano Omar Forero que rescata una tradición oral viva originada en localidades rurales del norte del país. Se trata de un personaje pintoresco y simpático que contaba historias más o menos descabelladas, protagonizaba incidentes y era fuente de numerosas anécdotas que perviven hasta el presente, incluso más allá de ese ámbito regional (conozco limeños que lo recordaban de su niñez).

Precisamente, Forero ha querido recuperar esos recuerdos de su infancia para lo cual se trasladó a la localidad donde habría nacido o donde surgió la leyenda del cuentacuentos; y entrevistó a varios pobladores que afirman haberlo visto o escuchado, y otros que les hacen eco a través del tiempo, hasta llegar a los niños que se entretienen con sus divertidas historias.

Lo más simpático es que no solo testimonian, sino que también hacen representaciones de esos cuentos, algunos de los cuales están ilustrados por vivaces animaciones que las replican. Además, esos relatos son cantados (hay canciones al respecto) e inclusive aparece una especie de trovador local que, guitarra en mano, improvisa en tiempo real una canción sobre el famoso tío Lino. Las voces juegan también un papel, las de los niños son más animadas, las de los adultos ligeramente más pausadas, salvo la del guitarrista que habla como esos mensajes de WhatsApp a velocidad acelerada; todas con distintos grados de ironía y una pizca de añoranza.

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De manera intercalada se exhibe la vida cotidiana de los vecinos de estas aldeas, momentos de su jornada laboral, juegos de unos infantes (por cierto, muy alegres y desenvueltos), así como también otras representaciones comunitarias (como la escenificación de la pasión de Cristo durante la Semana Santa, con azotes y todo). Hay un cierto contraste entre la parsimonia de los mayores y la vitalidad de los pequeños que le da obra un encanto entre naif y de autenticidad, lo que constituye quizás su mayor virtud. A ello se suma un uso apropiado del paisaje, que –por contraste– transmite una cierta sensación de aislamiento y lejanía, pero que abona también al efecto de descubrimiento. 

De otro lado, con El tío Lino entramos de lleno al reino de la oralidad rural. Aquí vemos, a manera de las fuentes de origen, la presencialidad de lo que cotidianamente practicamos en la virtualidad. Las interacciones sociales en los comments de los posteos y al interior de los grupos (o comunidades) en redes sociales se muestran aquí en conversaciones grupales de familiares o vecinos, si bien más pequeñas. Las stories y los reels de Instagram y Facebook están en su versión original, mediante dramatizaciones y musicalizaciones presenciales. Las animaciones vendrían a equivaler, hasta cierto punto, a los avatars a los que muchos apelan para expresarse.   

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En suma, se trata de un documental poco pretencioso pero que rescata valores culturales locales y ofrece una mirada entre tierna y empática a la vida del hombre de campo cajamarquino. Forero ha filmado algunos títulos importantes en el cine hecho en Perú (Chicama, Casos complejos y la más reciente, Historias de shipibos, entre otras), caracterizándose por saber adecuar sus historias (originales y creativas) a las reducidas posibilidades financieras y técnicas disponibles en el mercado local. 

Este es un filme entretenido, revelador y disfrutable, que transcurre en un tempo apropiado al ritmo de vida del campo. Ojalá pueda alcanzar la difusión que merece.


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