Esta película es la muestra perfecta de que, mientras haya gente competente detrás, todavía es posible seguir una fórmula conocida y seguir teniendo la emoción al ver algo auténtico, que en este caso aporte a una saga que ya dio más de un clásico.
Situada entre los eventos de la primera y segunda película de la saga, Alien: Romulus trata sobre un grupo de jóvenes colonos espaciales, encabezados por una chica llamada Rain y su hermano adoptivo sintético Andy, que, mientras exploran una estación espacial abandonada, se encuentran cara a cara con la forma de vida más aterradora de su universo: el xenomorfo.
Además de ser una buena película, esta nueva entrada en el universo de Alien, que ya tiene 45 años de haber iniciado, destaca por conocer perfectamente cuáles son sus límites y sabe trabajar correctamente con ellos. Que eso no se confunda con mediocridad, ya que lo que hace el uruguayo Fede Alvarez está lejos de ser una obra mediocre. Lo que hace aquí es entregar una historia que sea lo suficientemente amigable para fines comerciales, que al mismo tiempo sea una forma de retar lo que en estos tiempos se espera de las, ya para muchos, gastadas extensiones que se hacen de franquicias preexistentes. Básicamente, así como da lo que el público y los ejecutivos quieren, también cuestiona lo establecido y lo hace de forma pareja en ambos lados, realizando un interesante filme de terror en el camino.
Al inicio se ve que una nave perteneciente a la corporación Weyland-Yutani, el indiscutible villano de la saga, buscando de entre los restos de la nave Nostromo (donde tuvo lugar la primera entrega de Alien en 1979), un remanente de lo que sería el temible xenomorfo. Este momento me parece que es una carta de presentación ideal para esta empresa, presentando un mayor interés en el llamado “organismo perfecto” que en los empleados que abordaron la nave y perecieron dentro de ella por este afán egoísta. Esta es la misma que unas escenas después, levanta a sus empleados con un potente halo de luz, momento en que conocemos a Rain, vendiendo una falsa idea de que les importan, siempre y cuando estén condiciones de trabajar para ellos, aparte de develar luego la profunda oscuridad que esa luz oculta.
Ya todo lo que viene de ahí en adelante será solo una bola de nieve que irá creciendo al ir conociendo la naturaleza malévola de la empresa y las víctimas que sigue cobrándose, mostrando también de manera constante esta simbología que hay con respecto a un paraíso inalcanzable. Algo ilusorio, porque incluso al querer ascender, ese rojo infernal permanecerá. Y claro, no se podía desarrollar algo así de fascinante sin una dirección que consiga transmitir tanto amor por este universo y por el género de terror como la de Fede Alvarez.
Si he de destacar algo importante de la presencia de este cineasta detrás de cámaras, es poder ver que está pasándola a lo grande con lo que filma. Por un lado, se divierte al homenajear una saga que ama, con todos los elementos que la acompañan que remiten a momentos icónicos, contando una historia nueva sin mayores pretensiones que regresar a sus raíces. Junto a ese disfrute de lo conocido, aprovecha esa facilidad narrativa para sumirnos con fuerza en un ambiente claustrofóbico y tenso que hacen saltar del asiento en varios momentos. Por otro lado, se divierte al hacer una historia sobre una corporación malvada que no es muy distinta a la corporación que lo contrató para dirigir el filme. Ahí es que aprovecha sus recursos para criticarlos y a su necesidad de seguir sacando rédito de una saga con más de un clásico, entregándoles lo que quieren, pero a su vez cuestionarlos por lo bajo.
Tanto Rain como quienes la acompañan en esta misión pertenecen a los desplazados de la colonia espacial donde se encuentran. Dicha colonia, que está lejos de ser ideal para quienes la habitan, es el sitio del que se debe escapar para ir hacia un paraíso prometido. Lo que no saben ellos, volviendo a lo dicho líneas arriba, es que incluso fuera de ese infierno, lo que se terminarán encontrando es solo una extensión de este, ya que la corporación, el culpable que es señalado de manera sutil en los momentos más críticos, los seguirá persiguiendo al soltarles una serie de obstáculos donde hasta los aliados pueden ser enemigos.
Weyland-Yutani está obsesionada con la perfección, buscándola con fines lejanos al beneficio de quienes trabajan para ellos. No solo serán capaces de pervertir algo como la humanidad misma, sino que también resquebrajan los vínculos que esta construye. He ahí el motivo por el cual la relación fraternal que Rain tiene con Andy, el androide de turno en esta entrega, es fundamental para encarar al mal. Si la corporación subyuga a la máquina en detrimento del valor humano, que lejos de perfeccionarlo, solo lo despoja de su esencia para hacerlo monstruoso, llevarla al lado correcto es la misión prioritaria. Recién cuando Rain lo comprende es que el anhelado ascenso estaría en capacidades de darse.
En conclusión, Alien: Romulus demuestra que se puede recurrir a la nostalgia sin parasitar lo hecho previamente al punto de olvidarse de contar algo nuevo. El cineasta está perfectamente consciente de ello y ese podría ser el motivo por el que no busca crear una nueva Ellen Ripley, teniendo un elenco que salvo por Cailee Spaeny y David Jonsson solo es funcional para lo que se espera ver. A su vez, tampoco busca dotar a su historia de la cualidad totémica que al menos las dos primeras tienen, siguiendo solamente los pasos de lo que Ridley Scott y James Cameron trazaron. Eso, aunque hubiera sido bueno que esté, no debe verse como una obligación al estar frente a una obra que cumple perfectamente con su cometido: entregar buenos sustos, presentar ideas claras y por supuesto, hacer brillar al xenomorfo en cada ataque.
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