[Netflix] “Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez” (2024)

monstruos menendez

O como la familia patriarcal rompe sus propios tabúes

Hace algunos días, conversando con un empresario ilustrado sobre familias disfuncionales, este me retrucó: “pero ¿qué familia no es disfuncional?”. Lo que me llamó la atención en relación con la historia de los hermanos Lyle (Nicholas Alexander Chávez) y Erik Menéndez (Cooper Koch), motivo de la segunda entrega de Monstruos, la miniserie sobre criminales famosos creada por Ryan Murphy e Ian Brennan (la primera –también bastante interesante– estuvo dedicada al asesino serial Jeffrey Dahmer).  

Algunos seguramente recordarán este caso que, hace ya tres décadas, fue una noticia policial de gran impacto, marcando un juicio sumamente controversial en Estados Unidos. Estos dos hermanos fueron condenados por el asesinato de sus padres –José (Javier Bardem) y Mary Louise “Kitty” Menéndez (Chloë Sevigny)–, ejecutado con premeditación, alevosía y ventaja; un caso que generó gran debate público, el que hoy se reabre en cierta medida con la emisión de esta serie y un próximo documental en camino.

La miniserie, lanzada en Netflix, está compuesta por nueve capítulos, que exploran este brutal hecho. La nueva entrega de Monstruos me pareció sumamente sugestiva, o al menos muy entretenida, por dos razones.

Narración multigénero 

En primer lugar, la mayoría probablemente ya conozca los hechos y el argumento completo (dado que están fácilmente disponibles por internet), pero el principal atractivo de esta serie reside en la forma en que se cuenta la historia y los juicios.

El primer capítulo comienza con un tono de policial pero rápidamente se transforma. Sin llegar a ser una comedia, incorpora varios toques de humor negro que compensan las partes más terribles. Al mismo tiempo, nunca se pierde de vista la tragedia familiar que está en el centro de la trama. Esta evolución en el tratamiento argumental avanza hacia convertir a la serie en una mezcla entre drama familiar y testimonio documental sobre el abuso infantil. 

Al respecto, un episodio se dedica exclusivamente al testimonio de Erick, uno de los hermanos, el que resulta especialmente impactante, pese a que la cámara se mantiene fija a lo largo del mismo y apenas cambia el encuadre mediante un lento acercamiento final. Lo que destaca la notable actuación de Koch, intensa y convincente, casi como si fuera parte de un documental. 

Luego, a medida que la trama prosigue, se va transformando en una serie judicial, todo lo cual le otorga variedad y mantiene el interés al entrelazar distintos géneros. Además, cada uno de estos planos narrativos muestra giros dramáticos y situaciones tragicómicas, cuando no insólitas, violentas y extravagantes.  

Puntos de vista sucesivos

El segundo recurso interesante es el juego con los puntos de vista. La serie comienza con un enfoque aparentemente objetivo, presentando los hechos de manera neutral, aunque tensa e impactante, a la manera del policial. 

Sin embargo, pronto va introduciendo las perspectivas de los hermanos, luego pasa a la de los abogados defensores, que se descartan desde tres a una –quedándose principalmente Leslie Abramson (Ari Graynor)– y, finalmente, a la del fiscal David Conn (Paul Adelstein). 

El giro hacia este último punto de vista –que implicó el paso del primer juicio (que se anuló al no ponerse de acuerdo el jurado) al segundo y definitivo– no me pareció suficientemente precisado por la decisión del juez Stanley Weisberg (Ross Mackenzie) de prohibir a la defensa recurrir a la mayoría de los argumentos sobre los presuntos abusos sufridos por los hermanos a manos de sus padres. 

Ello por dos razones: 1) en el primer juicio, el jurado no consideró relevantes estas razones, y 2) quería evitar que la defensa se desviará de lo puramente legal (evidencias) hacia temas de la pasada vida familiar (abusos). Si bien el giro está justificado por otra buena razón (distinta) que no mencionaré, el minimizar esta información prácticamente elimina el contraste entre estos dos sucesivos y decisivos puntos de vista procesal.

En consecuencia, las diferentes perspectivas no se presentan de forma simultánea ni paralela, sino que se suceden de manera gradual, acompañando los giros dramáticos y añadiendo profundidad, contrastes y complejidad a la narración; pero creando la sensación de capas de sentido separadas y poco imbricadas entre sí, pese a los traslapes y varios insertos de episodios o evidencia pasada para terminar de “amarrar” la narración.

Este enfoque refleja la incertidumbre que aún rodea al caso Menéndez. Bajo la ambigüedad formal –quizás involuntariamente posmoderna– de discursos sucesivos e insuficientemente sobrepuestos (traducción: a pesar de las pruebas sobre el abuso), siempre quedarán dudas sobre lo que realmente sucedió al interior de la familia y que provocara un crimen con tal ensañamiento.

Rompiendo tabúes

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Quiero detenerme en un par de contenidos que me parecieron relevantes en esta obra y que hicieron parte del primer juicio, aunque no están directamente relacionados con el argumento. Me llamó la atención cómo el cine construye o muestra cómo se manifiestan narrativas intrínsecamente contradictorias en torno (o en el espacio) de la familia patriarcal.

Durante los primeros capítulos de la serie vemos como los hermanos describen a su padre como el pater familia que les inculca y exige un comportamiento súper competitivo, mientras que los castiga severamente y ejerce acoso sicológico cuando no cumplen con sus altas expectativas.

Luego, en un segundo momento, cuando deciden denunciar el entorno de abuso sexual en el hogar que supuestamente padecieron, aparece la madre primero también como víctima y luego como cómplice de los abusos hacia los hijos. 

Además, en los primeros testimonios se menciona que el padre abusaba del hijo mayor, luego del menor y, finalmente, que el hijo mayor también abusó de Erick; aunque finalmente Lyle testificaría que jamás mantuvo una relación incestuosa con su hermano menor (lo que se sugiere en la película, a través de los comentarios del periodista Dominick Dunne / Nathan Lane). 

Al mismo tiempo, ellos –incluso cuando ya han confesado su crimen– en prácticamente ningún momento niegan el profundo afecto hacia su padre, alegando que si los mataron fue únicamente porque ellos estaban planificando hacerlo antes (y que, por tanto, lo hicieron en defensa propia). Pero lo sorprendente es que defendieran casi siempre las prerrogativas paternas, sus órdenes y el liderazgo en la familia.   

No voy a discutir aquí la validez ni mucho menos la veracidad de su versión. Solo me interesa evidenciar cómo se construyen imaginarios patriarcales en los que se mantiene el principio del poder absoluto del padre, aunque a la vez se denuncia el abuso sexual (violación), se muestran las (prohibidas) prácticas homosexuales paternas y hasta la posibilidad del incesto al interior de la familia.

Es decir, cómo en nombre del poder (¡y control!) paterno se ejecutan acciones que destruyen la legitimidad de la familia patriarcal y, eventualmente (incesto), del matrimonio, base de la familia en general. O, de lo contrario, cómo se pueden mantener durante años estas conductas autodestructivas (violencia) al interior del grupo familiar, al punto de solo poder ser resueltas mediante el crimen.

La pesadilla americana

Otro asunto relevante es la visión que se ofrece del “sueño americano”. Siempre de acuerdo con la versión de los hermanos y en línea de mostrar la realidad de determinados imaginarios ideológicos, su padre les decía que podían mentir, engañar, manipular, robar, pero que nunca debían pillarlos. Y ese era, presuntamente, parte de las (sobre)expectativas paternas.

Esta filosofía de vida, aunque desarrollada en los años 90, recuerda al clima político del ‘trumpismo’ en el presente. Es la misma “lógica” con la que el citado expresidente evadió impuestos por lo que está en camino de ser procesado. Si bien no mató a nadie, representa el tipo de (anti)valores que hacen parte de la narrativa desarrollada por los hermanos asesinos y su defensa legal. 

Parte de ese clima “cultural” es también la presencia en la serie de personajes corruptos y vividores hasta el ridículo, como algunos de los que rodea(ro)n al citado exmandatario. Aparte del comportamiento post mortem de los hermanos (mostrado en clave irónica en la serie), uno de ellos es el Dr. Jerome Oziel (Dallas Roberts), terapeuta de los muchachos, quien compartía en parte la supuesta “visión” de José Menéndez para hacer dinero sin ser “pillado”; a costa del encubrimiento del crimen.

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Al igual que la visión de los hermanos sobre la familia, todo el comportamiento posterior –antes y durante los juicios– de los acusados socavó los esfuerzos de su abogada defensora; con ayuda de personajes cuestionables (como Oziel o la propia letrada Abramson) o disparatados, pero claves, como Judalon Smyth (Leslie Grossman) la antigua paciente y luego amante de mencionado sicólogo.

Hay en todo esto algo de crítica despiadada a la mentalidad de los niños ricos, hijos de papá, inmaduros y carentes de criterio y responsabilidad, que hoy son ensalzados como los nuevos héroes en esta época de espectacularización irracional de la política, tan claramente representada por Elon Musk y otros.           

En cuanto a las actuaciones, son sobresalientes, no solo la de Koch, sino también la del resto del elenco. Cabe destacar la presencia de Javier Bardem, cuya actuación es apropiada y le añade aún más peso al drama. 

En suma, una buena serie para los interesados en el género policial pero que también ofrece mucho más al público en general como reflexiones sobre y para el presente, especialmente en asuntos como los comentados más arriba, entre otros.

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