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[Crítica] «La sustancia»: hipersexualización, manipulación y horror

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El logro principal de esta película es demostrar la capacidad del lenguaje audiovisual para mantener y retener al público mediante el “gancho” emocional generado por el uso eficaz de sus componentes, a partir de (la activación o recreación de) un determinado mensaje sobre un asunto relevante y realizado –en esta ocasión– bajo parámetros del subgénero cinematográfico del terror corporal.

Tal asunto es la crítica a la hipersexualización del cuerpo de la mujer por la industria del entretenimiento, la angustia que ello le genera y la ansiedad por mantener una condición física imposible, así sea mediante la creación de un clon mejorado –“una mejor versión de sí misma”– aunque temporal, que le permita gozar de una aceptación (y fama) que en condiciones reales se irían perdiendo.

El profundo complejo de inferioridad que subyace en (y se retroalimenta de) esa angustia y ansiedad se proyecta –a través de una “sustancia” de transformación y clonación corporal– como un escenario de mutaciones corpóreas externas (decrepitud extrema) e internas (reversión de piel y tejidos, evisceraciones), así como de violencia a todo nivel; lo que en teoría resulta incómodo y hasta insoportable para el público o un sector de este.

La puesta en escena tiene considerables virtudes, sobre todo formales, aunque también narrativas; las que, al verse reiteradas, generan la sensación de manipulación gratuita o, más precisamente, la sensación de que esta manipulación es un fin en sí mismo, tanto en la película como a nivel del propio arte cinematográfico. Lo que puede resultar incómodo para un sector de la crítica, en el que me incluyo.
Más aun, considerando que tal manipulación se produce a costa de un tema relevante, que pasa a un segundo plano, pese a su filo crítico; y pese también a la notable actuación de Demi Moore como Elisabeth Sparkle, la protagonista. Como lo discutiremos más adelante, este predominante factor manipulatorio es la gran limitación de la obra, aunque también su más importante logro artístico, así como de taquilla.

Crítica a la alienación del cuerpo

La trama comienza con Elisabeth, una estrella de un programa de aeróbicos televisivo, que acaba de cumplir 50 años. Aunque está en excelente forma, es despedida por Harvey (Dennis Quaid) el jefe del canal. Posteriormente, durante una revisión médica, es contactada para acceder a una misteriosa sustancia que promete ofrecerle “una versión mejorada de sí misma”, lo que se traduce en un duplicado joven de sí misma –Sue (Margaret Qualley)–; estando ambas conectadas. Sin embargo, esta juventud requiere una estricta disciplina, alternando semanalmente entre su versión joven y la envejecida. El rompimiento de esta regla desencadena el conflicto que impulsa la narrativa de la película.

Sobre esta premisa básica se construye la historia, la que se desarrolla mediante personajes que ilustran los conceptos enunciados más arriba, antes que por personajes complejos con voluntad y autonomía propias. Por tanto, no se debe esperar un gran desarrollo dramático sino de conceptos de lo que el desaparecido Desiderio Blanco llamaría “horizonte ideológico”, si no fuera porque este también está circunscrito al asunto de la hipersexualización, principalmente del cuerpo femenino.

De hecho, casi todos los personajes secundarios son estereotipos caricaturescos (Harvey, el jefe del canal; Oliver/Gore Adams, el vecino de Elizabeth) o tienen participaciones mínimas (el desconocido admirador de Elisabeth/Christian Erickson; Troy/Oscar Lesage, el crush de Sue; el enfermero/Robin Greer). Incluso las protagonistas –Elisabeth y Sue– se construyen como seres unidimensionales, una más que la otra.

Por lo que la acción busca dramatizar un argumento ideológico antes que elaborar un relato basado en motivaciones y dilemas puramente humanos; además de dejar algunos vacíos informativos (por ejemplo, quiénes son los creadores de la famosa “sustancia”). No obstante, estas debilidades son típicas de las cintas de horror corporal, más preocupadas de los efectos asquerosos y grotescos, que con buscar la consistencia narrativa.

No obstante, si la consideramos en sus propios términos, la película cumple con eficacia su tarea narrativa de exponer el problema y sus consecuencias, mediante acciones, obstáculos y conflictos de los personajes. Mientras que la acción va escalando a crecientes niveles de conflicto, al mismo tiempo, todos los “excesos” grotescos resultan justificados a nivel de la estructura narrativa. De hecho, el filme empieza y termina con las mismas imágenes, y dichos del inicio se recuerdan, reforzados visualmente, en el desenlace, manteniendo la simetría. Todo muy bien “amarradito” en términos narrativos.

La película también explora las consecuencias adicionales de este proceso en las protagonistas, lo que se traduce en una baja autoestima que impulsa a las mujeres a basar su aceptación social únicamente en su belleza física, algo especialmente reforzado en los programas de televisión de fitness.

Las consecuencias de esto en Elisabeth son la adicción al alcohol y la comida; por lo que hay también escenas de crítica a la gastronomía (en este caso francesa), uno de los pilares de la civilización del espectáculo. Otra secuela adictiva, que afecta a ambas, es el abuso del “estabilizador”, que se inyecta para regular el tránsito interclonatorio de un personaje a otro, lo que daría pie a la intensificación del conflicto dramático a la n potencia.

Sobreestimulación audiovisual

Estos temas se comunican mediante un impresionante despliegue audiovisual. La utilización de los recursos del lenguaje cinematográfico es virtuosa, con un manejo de cámara opresivo y un trabajo sonoro destacado, acompañado por efectos especiales sobresalientes que refuerzan tanto las transformaciones corporales como las emociones de los personajes. Si bien estos procedimientos no son completamente novedosos, están ejecutados de manera sistemática, con un alto grado de eficiencia y en abundancia.

Destaca el uso de primerísimos primeros planos, como los del rostro de Harvey, el jefe del canal de televisión, que sugieren un poder agresivo y dominante gracias al uso de lentes angulares; que se replican en otros encuadres más abiertos, incrementando la tensión emocional. Además, los contrapicados verticales de la protagonista bañándose, con un posterior efecto añadido de profundidad de campo, refuerzan la sensación de hundimiento emocional y de una lucha constante por la purificación corporal.

Otro recurso visual recurrente son los planos simétricos de pasillos vacíos, con una profundidad de campo que evoca la famosa toma de las gemelas en El resplandor de Stanley Kubrick. Estas imágenes sugieren el avance hacia un proyecto de vida que resultará vacío (o cerrado, como el marco de la puerta al fondo) y que sugieren tanto el éxito en pantalla (al igual como el retrato de Elisabeth en su departamento) como un camino sin retorno hacia el sacrificio y la muerte.

Asimismo, el uso de la cámara subjetiva, intercalada en escenas de persecución, introduce al espectador en la acción, intensificando la sensación de ansiedad que experimentan los personajes en medio de crecientes aceleraciones de tempo que acentúan un avance vertiginoso, especialmente en el tramo final.
El sonido desempeña un papel fundamental. Un ejemplo de ello es el ruido amplificado de la deglución del dueño del canal mientras almuerza, lo que refuerza la metáfora del sistema de estrellas devorando a sus víctimas, así como la asociación de la masticación con el ruido de las transformaciones corporales que seguirían, todo sobredimensionado.

Estos elementos, junto a otros recursos audiovisuales, cobran vida a través de un trabajo de montaje (edición) magistral, que combina dinámicamente tamaños de encuadre disímiles, angulaciones contrastantes (con énfasis en los contrapicados), movimientos de cámara, desenfoques, todo ello reforzado por el trabajo de vestuario, maquillaje y deformaciones corporales.

De esta forma, sobre una estructura narrativa básica (una historia “con mensaje”) se superpone un complejo conjunto de elementos audiovisuales destinados a sobre cargar de estímulos al espectador, generando una serie de sentidos contrapuestos en torno a la transformación corporal atizada por belleza física que concluye en destrucción emocional, adicciones, envejecimiento, deformación física y monstruosidad.

La estructura narrativa audiovisual se efectiviza a partir de un tempo cada vez más acelerado, acompañando una creciente intensificación dramática; intermediada por algunos pocos momentos algo más pausados y reflexivos. Asimismo, esta sobreestimulación supone también una cierta violencia hacia el espectador, el que es bombardeado por sonidos enfatizados y todo tipo de subrayados que crean y mantienen una atmósfera de tensión constante a lo largo de la obra.

Para tener una idea del grado de tensión generado debe considerarse que ya normalmente vivimos en un entorno acelerado y con nuestra atención capturada por una multitud de estímulos constantes provenientes del teléfono móvil. Si a este “estado” se suma la vorágine de imágenes violentas y grotescas hasta el delirio, procedentes de una pantalla enorme en una sala oscura, que las vomitan desenfrenada y sistemáticamente, se podrá tener una idea aproximada del paroxismo al que se accede en esta película.

Sin este contexto y soporte audiovisual, el argumento de la cinta se hubiera limitado a un enfoque algo esquemático y cuasi panfletario de su asunto; pero lo que constituye el atractivo de la película viene dado por esta sobresaturación articulada de estímulos, que permanentemente retrotraen recuerdos, emociones y sensaciones del (y en el) espectador en torno al cuidado del cuerpo y a la posibilidad de que este pueda descontrolarse, al tiempo que lo mantienen emotivamente en vilo.

El horror corporal

En este sentido, La sustancia revaloriza el subgénero del horror corporal al estar centrado en el cuerpo (y, especialmente, el de la mujer) como espacio de poder y control, lo que se expresa en esta puesta en escena tanto en el plano formal como en el de contenidos.

En el caso de los procedimientos audiovisuales, destaca el trabajo de maquillaje y vestuario, además de la transformación física de la protagonista que va de la vejez a la decrepitud y termina en las amalgamas de tripas y vísceras varias que, luego, devendría tras violentas marchas y contramarchas en Elisasue, un indescriptible ser monstruoso, babeante y chicloso.

Se observa un creciente y gradual proceso de deconstrucción del cuerpo humano femenino hasta su conversión en una masa asquerosa; por oposición a las abundantes imágenes de desnudos y cuasi desnudos (no solo femeninos) que también hacen acto de presencia en la película, de acuerdo con los patrones de belleza propios de la publicidad convencional. Esta contraposición funciona como una crítica furiosa a la televisión y la cultura del espectáculo, que implica también –en cierta medida– un zarandeo al espectador que tolera o consume tales productos y medios.

Mientras que los conflictos en torno al cuerpo femenino se manifiestan simbólicamente en los tropos del horror corporal. Así, las inseguridades, ansiedad, soledad y complejo de inferioridad de la protagonista tienen su correlato en las transformaciones de su cuerpo, que van desde el acelerado envejecimiento hasta las grotescas evisceraciones y emplaste finales. Al mismo tiempo, la explotación de su cuerpo por la televisión se expresa en el desempeño glamoroso, pulcro, impecable, y de un erotismo frío por parte de Sue, su clon “mejorado” pero sediento de fama; epítome de la cosificación del cuerpo femenino, mostrado constantemente desde los “mejores” ángulos posibles.

De otro lado, la autoexplotación del cuerpo se ilustra mediante la relación entre ambos personajes –la pugna interclonatoria–, en el que el conflicto interno de Elisabeth deviene en conflicto externo por su enfrentamiento con Sue. Aquí se concentra toda la violencia (formal y de contenido) que ha venido acumulándose in crescendo y que estalla en una escena de extrema violencia física.

A continuación, las secuencias que devendrían en la “síntesis” corpórea final –Elisasue– constituyen el clímax y desenlace de la película. Este final es paroxístico, sangriento y desenfrenado, siendo significativa la súplica de la amalgamada protagonista pidiendo el afecto de un público horrorizado, a la manera de nuestro viejo conocido, el engendro del doctor Frankenstein. Todo ello para luego diluirse gradualmente hasta cerrar la película con una tranquila vuelta a su inicio.

Tecnología, libertad y cambio corporal

El componente “científico” del género implica dos reflexiones adicionales: el papel de la tecnología y el poder de decisión del individuo (o la sociedad) frente a esta; siempre en el contexto del cuerpo.
Tal como lo expone el filme, la tecnología médica puede mantener o prolongar la belleza física, pero esta tiene límites y controles temporales que el ser humano debe gestionar para evitar las consecuencias de la alienación de su cuerpo y vida por los poderes mediáticos.

Aunque funcional con las lógicas del espectáculo, la “sustancia” pone frenos al proceso de envejecimiento y es el ser humano quien tiene el poder de decisión para proseguir, interrumpir o suspender en cualquier momento la clonación temporal de un ejemplar “mejorado” de sí mismo.
No obstante, el peso del narcisismo (auto)impuesto sobre la protagonista impedirá que esta –en un intento tardío– tome una decisión autónoma, el que finalmente revertirá, precipitando los acontecimientos. Como dato adicional, la cinta ofrece un enfoque de la mujer como víctima de un entorno masculino y, aunque tiene un fugaz atisbo de agencia para suspender el proceso, finalmente cede a las presiones impuestas (asumidas y profundamente interiorizadas) por la industria de la televisión y la publicidad; con un resultado opuesto a lo que ella aspiraba.

Cabe precisar también que la dichosa “sustancia” no está destinada solamente a las mujeres, ya que quien propone a Elisabeth el acceso a esta tecnología es justamente un enfermero varón y, más adelante, ella conocerá a la versión original (tan envejecido como ella) del citado personaje, quien le preguntará si tanto sacrificio era realmente necesario.

Si a ello sumamos la decisión de la protagonista de descartar el inicio de una relación con un admirador de su misma o cercana edad, comprenderemos la trágica profundidad de su baja autoestima. Esta victimización de la mujer supone un enfoque feminista muy limitado, no solo por la falta de agencia sino porque la “sustancia” se aplica tanto a mujeres como a varones, en igualdad de condiciones; y sugiriendo que los hombres también pueden sufrir el mismo tipo de presiones que las mujeres.

Este asunto de la capacidad de autonomía ante los poderes mediáticos en relación con la posibilidad de transformación del cuerpo, impuesta o no, tiene un cierto peso en el atractivo de la película. Un sector del público es atraído o se mantiene en su butaca porque quiere ver hasta dónde se puede llegar con el cambio corporal a partir de tecnologías médicas, así sea fantasiosas y aunque luego sean cuestionadas en el tramo final o incluso desde antes por los procedimientos del horror corporal.

La idea de transformación del cuerpo, que empieza con su modelado físico en el gimnasio y prosigue hasta las tecnologías de cambio de género, no es un tema baladí. Está presente en el debate contemporáneo, es motivo de estudio en la sociología y se relaciona con la satisfacción de las personas con su propio cuerpo.

La posibilidad de alterar la fisiología a través del cambio de sexo total y la clonación humana son aspiraciones imposibles en la actualidad. Sin embargo, en el futuro, la ciencia podría hacerlas realidad (como ocurrió con la aspiración de reproducir la imagen en movimiento, que dio origen a una serie de tecnologías, desde la época de las cavernas hasta 1895, en que surgió el cine).

De allí el cierto interés del público en estos asuntos relativos al cuerpo y que son parte del debate contemporáneo, pese a que el filme está encuadrado en un género audiovisual que enfatiza hasta el delirio contenidos repugnantes y desagradables.

El trabajo actoral

Demi Moore ofrece una actuación extraordinaria en el papel de Elizabeth, entregándose con convicción total a un rol que exige una representación constante de angustia, depresión, frustración, ira y dolor, incluso cuando su personaje se transforma en una criatura deforme. A pesar de las extremas condiciones de su transformación física, Moore logra mantener la credibilidad de su actuación, como si estuviera en un drama convencional y aportando una dosis clave de realismo en un contexto fantástico y chocante.

Su compañera de reparto, Margaret Qualley, aunque en un papel más limitado, cumple eficazmente, oscilando entre la frivolidad y la violencia extrema, reflejando la frialdad y artificialidad de los patrones de belleza televisivos que la película cuestiona.

En conclusión…

Estamos ante una obra que utiliza a profundidad los recursos del lenguaje audiovisual y actuaciones sobresalientes, pero encuadrando la película en el género del horror corporal, lo que en teoría le impediría llegar a un público masivo. Su primer gran logro, entonces, es que pese a ello está batiendo récords de taquilla en Estados Unidos y en buena parte del mundo.

Si La sustancia logra atraer y mantener masivamente al público en general, pese a sus contenidos repelentes, revulsivos y violentos, es porque demuestra la capacidad del lenguaje audiovisual, correctamente usado, para conseguir que el espectador acuda a ver la obra y –lo más importante– se mantenga (o la soporte) hasta el final.

Su segundo gran logro es haber planteado su mirada crítica en el contexto del cuerpo como espacio de poder y control. En el presente hay una gran preocupación en el cuidado del cuerpo a través de la gimnasia y los deportes, bajo la idea de sentirse bien con uno mismo, tanto en su apariencia física como en lo emocional.

Esta autoaceptación va de la mano con el creciente narcisismo estimulado por las redes sociales, los medios de comunicación (especialmente la televisión) y la publicidad. De esta forma, la autopercepción personal empieza a exigir el reconocimiento constante de terceros; de lo contrario, pueden padecerse problemas de salud mental (baja auto estima, soledad, depresión).

Se vive más en función de terceros que de uno mismo, representado esos terceros, poderes mediáticos, sociales (multimediáticos) y políticos; limitándose este filme a los primeros. Por consiguiente, si bien la argumentación de la película sobre la hipersexualización del cuerpo femenino por la televisión y la publicidad no es novedosa, encaja con las preocupaciones actuales ya que toca fibras profundas en el imaginario colectivo, relacionadas con daños a la salud mental en el contexto del control y cuidado del cuerpo.

Ahora bien. Cabe añadir que el gran logro es haber demostrado el poder del lenguaje audiovisual para mantener y retener al público, sin embargo esto es también su mayor debilidad, ya que tal capacidad se logra no sin resistencias por parte del espectador promedio. De hecho, hay algunos que se marchan de la sala y otros que se conectan a sus celulares, aunque se quedan.

Esto ocurre porque la sobreestimulación audiovisual se suma a una reiteración –en todas las formas posibles– del dichoso “mensaje” de la película. Casi todas las acciones y motivaciones de los personajes giran en torno a (o abundan en) este. Y muchos espectadores se mantienen pese a ser conscientes de que están allí no necesariamente para convencerse de algo (el “mensaje” ya quedó claro hacia la mitad del filme), sino para ser manipulados y quedarse hasta el final, sufriendo con la protagonista. Aunque es cierto que hay momentos de humor por las situaciones estrafalarias, son risas nerviosas (parte de la sobreestimulación sensorial) que preceden a las tensiones que seguirán con horrores cada vez mayores.

Esta toma de consciencia sobre la manipulación evidencia que esta capacidad se convierte en un fin en sí mismo, imponiéndose a los contenidos; de tal forma que la manipulación se hace –hasta cierto punto– a costa del tema relevante. En otras palabras, la gente sale hablando más del horror, la decrepitud extrema, las mutaciones, las evisceraciones y lo sangriento, que del “mensaje” o las reflexiones que la cinta pueda suscitar; y que aquí hemos discutido.

Aclaro que esta debilidad de la película no se refiere a que haya partes que “sobren” o que pudieran eliminarse o “suavizarse”. No. Lo fascinante es que la puesta en escena –en sus propios términos de horror corporal– es totalmente coherente, no siento que falte o sobre nada. En su momento expliqué que ciertos vacíos narrativos (si bien son debilidades en términos dramáticos) son irrelevantes desde el punto de vista de una estructura de corte ideológico (cerrado, compacto y autosuficiente), además de enmarcado en un subgénero –hasta antes de esta cinta– poco importante.

Por consiguiente, antes que hablar de “excesos” en tal o cual parte, diría que la puesta en escena es excesiva como un todo. Excesiva tanto para lo bueno (sus valores cinematográficos) como para lo malo (manipulación). Se trata de una película que disfrutarán los fans del horror corporal (por el valor agregado que aporta esta cinta al subgénero) y muchos críticos de cine y cinéfilos (por su indudable virtuosismo audiovisual, con el añadido de varias citas de diversos filmes famosos).

El resto tragará saliva, arrebujándose lo más posible en lo más hondo de sus butacas, quizás renegando y maldiciendo a la salida o, idealmente, reflexionando sobre la autopercepción de sí mismos a partir de la aceptación que tengan de su propio cuerpo.

Esta entrada fue modificada por última vez en 14 de octubre de 2024 23:36

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