El yoga serena al cine
Vivimos en un clima cultural donde las emociones y pasiones –la subjetividad– ha sustituido a la racionalidad y la objetividad. ¿Podríamos imaginar una película en la que sus personajes actuaran sin transmitir emociones, viéndose y viendo la realidad objetivamente?
No. Realmente, no (quizás por ese clima de susceptibilidad emocional omnipresente). Pero el director argentino Martín Rejtman sí lo ha hecho e incluso lo ha convertido en una marca de fábrica; o sea, un estilo propio. Su película más reciente, La práctica, es una comedia dramática en la que ocurren muchas cosas pero los personajes actúan como si no sucediera nada.
La acción gira en torno a Gustavo (Esteban Bigliardi), un profesor de yoga y la narración de sus peripecias imita el vacío mental y los efectos benéficos de esta disciplina físico-espiritual.
El contenido y la forma en esta película son casi lo mismo. Así como en las sesiones de yoga se alcanzan elevados niveles de distensión y vacío mental, esta cinta pareciera buscar el mismo objetivo, pero mediante las repeticiones de locaciones, traslados, apariciones y reapariciones de personajes y situaciones.
Hay bastante acción externa: historias, accidentes, divorcio, separaciones, emparejamientos, hurtos, viajes, sismos, caídas, fogatas y visiones en el bosque. Sin embargo, la trama es plana, lineal, redundante y sin tensiones emocionales ni intensificación dramática.
Las actuaciones son como en tercera persona: distanciadas, objetivas, frías, brechtianas, cuasi robóticas; al igual que los diálogos, bastante impersonales pero informativos, con fines de aclarar lo descriptivo, que así deja de serlo para devenir irónicamente en una narración finalmente trivial. Un viaje fallido hacia el éxtasis por falta de la pastilla.
Rescato el notable esfuerzo de los actores –la mayoría chilenos y muy buenos– para viabilizar la propuesta de Rejtman, un personalísimo ejercicio de descripción audiovisual de lo descriptivo. Una especie de reiteración de lo real.
Se requiere un alto grado de concentración en el tiempo para alcanzar el estado mental al que aspira llegar el yoga y la meditación trascendental, y convertirlo en una técnica actoral, digamos, de inspiración kaurismakiense y pretensiones quizás weerasethakulianas. O sea, que mostrando con sencillez historias (de personajes) simples, se arribe a las nulas o vagas alusiones de los filmes ansiolíticos (aquellos e los que “no pasa nada”).
De otro lado, se necesita una cierta dosis de paciencia para llegar a reírse, lo que ocurre exactamente en el último plano de la película, no antes. Recién entonces –como por un efecto retardado– se puede entender el mecanismo actoral irónico de la ironía (otra redundancia) en esta obra y lo sencillo que podría ser la vida humana sin la carga de las emociones.
Confieso que, al comienzo, La práctica me parecía una tomadura de pelo total, pero luego comprendí que el cine de Rejtman es como una benéfica premonición –cuando se agote este ola de subjetividad y polarización descontroladas– de un mundo futuro, más parco y simple, razonable y relativamente impersonal.
Entonces podemos ver esta película como una anticipación, un atisbo de esperanza futura, en la que la ironía tome la forma de sereno distanciamiento.
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