Festival Lima Alterna: «El imperio» (2024), de Bruno Dumont

El imperio bruno dumont

La grisácea realidad del terrícola corriente

Más allá de parodiar a la franquicia de George Lucas, L’Empire (El imperio, 2024) ofrece una exploración competente sobre la eterna lucha entre el bien y el mal, sobre las leyes morales que nos definen como humanos. Teniendo de referente a su compatriota Quentin Dupieux [quien también se habría burlado de otra licencia conocida en la grotesca Smoking Causes Coughing (2022)], Bruno Dumont vuelve a la pantalla grande con sables de luz y fuerzas que parece comprender, con situaciones frívolas y batallas intergalácticas que se contraponen en una desacralización del sci-fi como reflejo de la realidad.

Partiendo del planeta Tierra, Brandon Vlieghe interpreta a Jony, padre del “Príncipe de la Oscuridad”, un infante que vive tranquilo con su abuela en un pueblo pesquero de la Francia rural. Sin embargo, cuando el niño es secuestrado por un rubio desconocido, nos enteramos del evento fuera de la troposfera: la guerra secreta entre los 1, haces de luz, y los 0, manchas de oscuridad, dos razas alienígenas que desean invadir la Tierra para poseer a los humanos, y convertirlos en seres de bondad o maldad pura. Imperios en expansión que dependen de nuestros cuerpos para existir, de hecho, que ya han poseído unos cuantos.

Dicho ello, el primer acercamiento que tenemos de Jony, un pescador que cuida de su familia, se contrapone sustancialmente con su verdadera naturaleza: un enviado de los 0 decidido a dejar estirpe e informar a su emperador, Belzébuth (Fabrice Luchini caricaturesco e hilarante), sobre la presencia de los 1. Por su parte, Jane (Anamaria Vartolomei) se constituye como opuesto directo: una enviada de los 1 decidida a eliminar la estirpe de los 0 e informar a su emperadora, La Reine (Camille Cottin), sobre la situación de los mismos. Subrayando la dicotomía en el color de los aliens (blanco/negro) y el sexo de los personajes (femenino/masculino), el filme hace burla de las simbologías simplistas de la ficción, cuestiona esa cualidad binaria (1/0) tan lejana al carácter multifacético de la persona común.

Y es que, en la mitología que se suele atribuir a héroes y villanos, no hay lugar para lo mundano, lo “no significativo”, para luchas del día a día matizadas de razones y metas más allá del bien o el mal. No se niega que el cuestionamiento moral forme parte del comportamiento humano, en todo caso se reafirma lo contradictorio e “impuro” del asunto, siendo que, finalmente, la invasión de ambos bandos representaría el mismo destino: una pérdida de la identidad y libertad para decidir. Por ello, la elección de Jony como foco protagonista resulta acertada, un 0 tan acostumbrado a la vida humana que, incluso con motivaciones y conductas propias de su raza, encapsula la imperfección desde su apariencia desaliñada y deseo carnal por Jane, quien, a su vez, acepta la propuesta sexual. En pocas palabras, tanto el mal como el bien puro ceden ante lo instintivo, entran a una escala de grises meramente definible por las subjetividades, por el individuo y su entorno.

Así, lejos de hacer juicios de valor, Dumont abraza lo pecaminoso de la persona, embarra su propuesta con personajes idiotas y momentos ridículos, acepta lo abstracto del “bien” y el “mal” como ideales, lo lejano (a miles de años luz específicamente) que se encuentran de su planeta natal. Paradójicamente, es consciente de la cualidad humana de dichas concepciones, sea por la mención de su enfrentamiento interno (en la mente y corazón de cada mortal) o la forma de las naves nodrizas: una catedral para los “buenos” (reminiscente de la moral cristiana), el Palacio Real de Caserta para los “malos” (de excesos relacionados con la aristocracia). Por si fuera poco, la presencia de aprendices humanos evidencia aún más lo imposible de dichos estándares, con un Julien Manier en el rol de héroe incompetente y una Lyna Khoudri como apática secuaz malvada. Cada uno lucha por su bando, ninguno recibe un desarrollo notable. Las falencias se mantienen intrínsecas.

Ahora bien, si el filme se ve enriquecido por este subtexto filosófico, es en su ejecución donde el todo empieza a fallar. De primeras, el que se trate de una “comedia a la francesa” resulta contraproducente, ofreciendo típicos momentos de “humor esnobista” (“excéntrico”, seco específicamente) incapaces de mantener consistencia a lo largo de la cinta. Con ello me refiero a que, incluso si hay risas y disfrute durante la apertura y la batalla final, la esterilidad del segundo acto se hace notar, con situaciones que van y vienen sin un rumbo más allá de recalcar el contraste entre la épica marciana y lo irrelevante que resulta para el hombre común (efecto premeditado o no que se traduce como exceso de guion). A ello se suma la cosificación del cuerpo femenino, tópico que, incluso si va acorde a otras representaciones en el sci-fi y da cabida a tensiones sexuales (“impuras”) antes mencionadas, se expone más de lo necesario. 

En cuanto al apartado técnico, vale decir que los efectos especiales no son revolucionarios pero se implementan correctamente, destacando ese primer acercamiento a las naves espaciales, así como su enfrentamiento durante el tercer acto. Del mismo modo, la fotografía cumple con lo narrado, recurriendo de forma continua a los planos contrapicados (lo minúsculo de la persona) y a capturar las expresiones faciales (sea para efectos cómicos, establecer distancia entre sus personajes o reforzar sus dinámicas). 

Tratándose de una cinta conceptual, por otro lado, de una spoof film de Star Wars, es evidente que L’Empire no busca desarrollar personajes complejos o construir minuciosamente un lenguaje audiovisual, siendo ese carácter despreocupado e irónico lo que la define. Capaz de abrir diálogos y lecturas amplias desde su valor textual, la verdad radica en que lo nuevo de Dumont no va a gustar a todo el mundo, exigiendo paciencia y disposición por parte de los espectadores, en este caso, más por el metraje excesivo que la comprensión del subtexto en sí. Al final, solo queda decir que la película es tan imperfecta como la humanidad.


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