Festival de Kiev Molodist: “Intercontinental” (2024), de Salomón Pérez

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Para este peruano treintañero migrante, ver el segundo largometraje del director trujillano Salomón Pérez es casi como verse a un espejo cuyo reflejo se antoja usurpador y, a la vez, encantador. Digo casi porque no soy trujillano ni soy realizador, ni siquiera juego al fútbol, y no he tenido que afrontar el regreso a mi ciudad natal y el reto de un futuro profesionalmente incierto. Tampoco creo que haga falta haber pasado por ninguna de estas experiencias para apreciar la obra semiautobiográfica de Pérez, tanto por su narrativa íntima y sincera (y prácticamente doméstica) como por su apariencia audiovisual nostálgica y lúdica que guarda algunas sorpresas de corte experimental. 

Tras una secuencia de apertura que encapsula el espíritu audiovisual ecléctico de la película, ilustrando un viaje transatlántico a través del recorrido de un mapa geográfico y los sonidos extradiegéticos de tren y avión, nos encontramos con el alter ego del director, Ismael (Paris Pesantes), un treintañero recién aterrizado que es reconfortado por la compañía su perro y luego por una madre que le pregunta amorosamente lo que quiere almorzar al día siguiente. El calor de hogar de esta escena es irresistible, especialmente para quienes lo vivimos con mucha menos frecuencia y por ello con mucha mayor intensidad. Pérez es consciente de que son los pequeños momentos caseros los que representan la tranquilidad, la seguridad y la dicha de cualquier migrante, emociones que se vislumbran en primeros planos del rostro de Ismael por lo menos al inicio. 

Eventualmente el protagonista debe hacer frente a una familia cuyos padres han decidido separarse, a una ciudad en la que ya no se reconoce, y a una carrera potencialmente estéril en un país donde, como bien le recuerda su padre, “la gente no es receptiva al arte”. Ismael asume estos retos abrumadores con la ayuda de una terapia psicológica que a su vez lo motivará a reencontrar la felicidad en su bicicleta y en una nueva amistad. Intercontinental, en ese sentido, recuerda mucho a la entrañable Velódromo (2010) de Alberto Fuguet, y a su protagonista similarmente introspectivo, con la notable diferencia de que el segundo siempre se decantaba por un tratamiento cómico. No es que Ismael resulte apático en comparación, pero su carácter se orienta más hacia la contemplación. 

Esto último se manifiesta sobre todo en las sesiones de relajación terapéutica representadas por una serie de planos monocromos entre blanco y amarillo, alusivos a los colores que vemos cuando cerramos los párpados. Dichas composiciones abstractas luego reaparecen en otros contextos, como unas luces de semáforo que parecen desprenderse del contexto urbano por el cual divaga Ismael. Aquí es posible apreciar una conexión entre la obra de Pérez y la hipnótica El espacio entre las cosas (2013) de Raúl del Busto, dónde las distorsiones de imágenes urbanas terminan por definir el carácter de la película más que su narrativa de detective. Intercontinental incluye otros componentes audiovisuales atípicos para un drama minimalista como la utilización de dos tipos de cámaras, la ralentización de los planos, y los silencios repentinos, tanto al inicio como al final.

Además de sus referencias explícitas al cine peruano como la escena en la que Ismael menciona a sus directores regionales favoritos siguiendo un mapa con los departamentos del país, Intercontinental es en sí misma una película sobre el cine peruano en tanto que nos invita a seguir la vida de un joven director que hace de todo menos emprender un nuevo proyecto fílmico. Aunque su desenlace pueda sentirse abrupto e ilusorio, al margen de lo resplandeciente de la puesta de sol de fondo, el largometraje de Salomón Pérez funciona en tanto que su trama destila libertad y confort de manera casi orgánica, con actuaciones y planos consistentes con una atmósfera pacífica.

Su propuesta en general roza el vanguardismo sin llegar a estropear la honestidad de una historia concebida a pie de calle, casi como si fuera la de un Jonás Trueba de sabor nacional. Es una historia que pocos comprenderán y muchos desdeñarán, pero este peruano migrante que atraviesa su propia crisis de los 30 sin duda ha encontrado en ella el calor de una empatía excepcional, además de un montaje gratificante. Es lo más cercano a tomarse una manzanilla, reflexionar sobre el presente, y dejarse llevar por la marea del inconsciente de una siesta terapéutica.

Fecha de estreno mundial: 26 de octubre de 2024, en la sección Forma del Festival Internacional de Cine de Kiev Molodist, en Ucrania.


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