Cuando la luz irrumpe
Islandia es un país fascinante por diversos motivos, tanto geográficos como culturales. En los últimos tiempos el cine y el audiovisual islandés, además de la música, en ese remoto lugar del planeta, están demostrando un vigor insospechado. Muestra de ello es When the Light Breaks, una película dirigida por Rúnar Rúnarsson, un destacado cineasta local.
Esta obra combina una historia de duelo con temas de infidelidad y doble vida. Es una película relativamente corta pero con una duración que cubre de manera exacta las intenciones expresivas de su puesta en escena. Se limita a exponer la situación arriba descrita, una narrativa ajustada e insinúa el desenlace con un notable despliegue audiovisual y actoral.
Aunque tiene un enfoque juvenil, el contenido es adulto y el lenguaje visual busca convertir la experiencia de la muerte y el duelo en una oportunidad para la solidaridad y el consuelo mutuo, eje central de la película y que termina por elevarla a un plano de pureza y trascendencia humana y estética.
Uno de los aspectos clave de la cinta es su ambientación. Las locaciones, inicialmente son espacios marginales, incluyendo un departamento aparentemente pequeño, un bar, un aeropuerto y un área de emergencia en la que anuncia un accidente. Posteriormente, la acción pasa a una fiesta (el fallecido y sus amigos son rockeros), donde el contraste entre el elevado volumen de la música y el dolor de los presentes es quizás el momento de mayor tensión en el filme, tensión que se irá disminuyendo gradualmente hasta el final de la obra.
Luego, se muestra una zona urbana más acomodada, en la que los tonos blancos y puros predominan, hasta culminar en la imponente catedral de Rejkiavik, la capital del país, un edificio cuya arquitectura triangular, gélida y majestuosa refuerza el tono introspectivo y recogimiento de los personajes, a la vez que crea un entorno de pureza. Junto a estos ambientes urbanos, el mar reaparece como otro escenario importante, creando un espacio visualmente extenso en la que el vaivén de la superficie sugiere las tensiones que atormentan a los dos principales personajes sobrevivientes; lo que nos conduce hacia el notable desenlace de la obra.
Las locaciones conclusivas evocan visualmente la atmósfera de películas clásicas del cine mudo, como Juana de Arco de Theodor Dreyer, así como hay algunos primeros (y primerísimos planos) que recuerdan a las obras de Ingmar Bergman.
Cada una de estas locaciones, exteriores e interiores, van mostrando las acciones de incremento de una tensión dramática, alimentada por el silencio obligado por el duelo y la memoria del fallecido. Tensiones que se mantienen en las breves palabras de condolencia que se intercambia, así como en las miradas, los abrazos, sollozos e insinuaciones entre los personajes; sin faltar un par de toques irónicos.
El título, en castellano Cuando la luz irrumpe, alude a dos secuencias con similar estructura visual y ubicadas simétricamente: una, poco después del inicio, con un largo travelling sobre las luces de un túnel, y otra en la última escena, en la que hay un travelling parecido, pero sobre los espaciados reflejos del crepúsculo en el mar al atardecer. Ambos simbolizan con la muerte (el estallido de luz) y el consuelo (otro estallido, pero de una luz crepuscular).
Es importante destacar que no es una película con grandes desbordes emocionales ni sentimentalismo. No hay exageración ni melodrama, sino un tratamiento sobrio, con sus momentos de relax, en locaciones que aportan desde la dureza del contexto geográfico hasta una pureza coherente con el desenlace de la puesta en escena. A ello se suma un muy apropiado fragmento musical del malogrado compositor islandés Jóhann Jóhannsson.
En definitiva, una obra hermosa y precisa en su desarrollo y que transmite una experiencia estética muy relevante. Altamente recomendable.
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