[Crítica] «Anora» (2024): este no es un cuento de hadas


Anora es tan trágica como graciosa; tan entretenida como temáticamente relevante. Y se siente como una suerte de giro a la clásica historia de la “trabajadora sexual con corazón de oro”, o como quizás lo entendería mejor cierta generación, la trama “estilo Mujer bonita”. Es un filme que comienza de forma innegablemente erótica, para luego convertirse en una suerte de comedia absurda, y finalmente, concluir de manera emotiva y trágica. Es una combinación de varios tonos y estilos, pero el director-guionista Sean Baker (The Florida Project, Red Rocket) hace tan buen trabajo, que todo termina por cuajar sin mayores problemas.

Ayuda, además, que tenga a Mikey Madison (Érase una vez en Hollywood…) como su protagonista. Su interpretación es una absoluta revelación, desarrollando a la trabajadora sexual y bailarina exótica Anora “Ani” Mikheeva como una chica fuerte y decidida, empeñada en construir su propio destino sin aguantarle nada a nadie. Sí, es estridente y por momentos agresiva, pero eso se debe al contexto en el que se ha criado y en el que trabaja. Cuando interactúa con su eventual esposo, Ivan (Mark Eydelshteyn), el hijo de un poderoso oligarca ruso, vemos un lado más gentil de su persona. No es ninguna Julia Roberts en Mujer bonita, pero Ani tampoco es demonizadla ni tratada sin respeto por Baker.

Lo cual está muy bien, porque es a ella a quien seguimos a lo largo de la película, y especialmente luego de que se mete en un problemón. Al ya mencionado Ivan lo conoce en el trabajo, y este queda tan hipnotizado por ella, que se la lleva a su mansión, y eventualmente, le ofrece quince mil dólares para que se convierta en su enamorada exclusiva por una semana. Pero no contento con eso, se la termina llevando a Las Vegas junto a un grupo de amigos, y es ahí donde le ofrece matrimonio. La feliz pareja se termina casando en una pequeña capilla en la ciudad del pecado, y todo parece estar bien una vez que regresan a Nueva York, donde Ivan tiene su mansión.

Pero claramente, esto no podía durar. Después de todo, la mansión no es de Ivan, es de sus padres. Y él, más que un hombre hecho y derecho, es un niño inmaduro, que está utilizando el dinero de su familia para beber y drogarse e ir a fiestas, y por qué no, contratar a alguien como Ani. Por ende, una vez que sus padres se enteran del matrimonio, mandan su “arreglador”, Toros (Karren Karagulian) para que, con la ayuda de sus compañeros, Garnick (Vache Tovmasyan) e Igor (Yura Borisov), anulen la documentación y se lleven al chico de vuelta a Rusia. Pero cuando este se va corriendo de la mansión y se pierde, no les quedará más que unir fuerzas con Ani para encontrarlo y solucionar el problema.

Como se había dado a entender ya, Anora está dividida en tres actos muy bien definidos, haciendo uso de una estructura clásica narrativa. Siendo su mayor diferencial que cada acto se siente muy distinto el uno del otro a nivel de tono. El primero es el más idealista, estableciendo con claridad el mundo de Ani y el lugar en el que trabaja, pero también situándola a ella y a Ivan en una suerte de burbuja, como un sueño del que eventualmente tienen que despertar. Todo lo que hacen es tener sexo, tomar, drogarse, bailar, y por supuesto, viajar a Las Vegas. Es esta parte de la película la que ayuda a que el espectador se enamore del personaje del título, y aunque sea por un momento, crea que de repente lo que está viviendo con Ivan sí es real. Que podrán quedarse juntos y formar algún tipo de extraña familia.

Pero el segundo acto nos desanima de todo esto. Esta es la parte más larga de la película, y hasta se podía argumentar que podrían haberle quitado unos diez o quince minutos de metraje, ya que algunos momentos terminan sintiéndose algo repetitivos y hasta desesperantes (especialmente cuando hay demasiado griterío). Pero no es grave. Porque el segundo acto de Anora también es el más entretenido y gracioso, ya que nos permite verla a ella interactuar con tres matones bastante inútiles, intentando buscar al chico desaparecido por todas partes. Pero es ahí también donde nos damos cuenta que uno de ellos, Igor, no es igual al resto. Es más respetuoso y por momentos más gentil, y la cámara de Baker no deja de observarlo, dando a entender que algo está tramando, o que al menos percibe a Ani de una forma muy específica.

Luego de las ligerezas del segundo acto, Anora se torna mucho más seria para el final. No quiero incluir spoilers, así que solo diré que es aquí donde todo se desmorona; donde el sueño termina por resquebrajarse, y donde la burbuja termina de reventar. Para el final de la película, Ani se da cuenta que sus acciones y su supuesta relación con Ivan han tenido consecuencias, y aunque podríamos asumir que hay algo de esperanza en su futuro, también percibimos que es una chica con traumas, que ha ganado mucho pero también perdido mucho. Y como nos hemos divertido tanto con ella antes, y hemos empatizado con sus ambiciones, mucho de lo que vemos en el tercer acto nos destruye emocionalmente.

Es así que la película se desarrolla como un “anti cuento de hadas”. Nos permite considerar que de repente hay esperanzas en lo que Anora decide hacer con el irresponsable de Ivan, para luego decirnos que no, que todo fue un sueño. Y todo esto termina por resonar porque, nuevamente, Madison está simplemente espectacular como el personaje del título. Brilla en las escenas más fatuas y graciosas; es totalmente creíble en los momentos más dramáticos y callados, y resulta convincente como una trabajadora sexual a la que muy poco le sorprende, compartiendo varias escenas de sexo explícito con Mark Eydelshteyn, quien también está sublime como el inmaduro Ivan. Al inicio, parece que la película tratará sobre ambos, pero uno eventualmente se da cuenta que, apropiadamente, Anora le pertenece a Madison y a nadie más.

Hay varias maneras de interpretar esta película. Se puede ver como una historia sobre cómo los poderosos se aprovechan y hasta abusan de la gente necesitada. Se puede percibir como un filme sobre la pérdida de la inocencia. E incluso como una película sobre los outsiders, gente que  solo intenta sobrevivir y que por ende debe tomar todas las oportunidades que se le presenten, por muy locas que sean. Y todas estas interpretaciones son válidas — así de buena es Anora. Centrándose en una excelente actuación principal, y haciendo uso de una estética sucia, contrastada, cercana y llena de textura, Sean Baker nos presenta lo que muy bien podría ser su mejor película hasta ahora. Vayan a verla cuando se estrene el 6 de febrero en Lima; puede que suene previsible y sonsa, pero les aseguro que no podría ser nada más opuesto a eso.

Nota: Vi este film gracias a un screener cortesía de NEON.

Archivado en:


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *