El título Un dolor real se puede referir a varios eventos y características de la película escrita y dirigida por Jesse Eisenberg. Más explícitamente, se refiere al dolor por el que está pasando Benji Kaplan (Kieran Culkin), un tipo inmaduro y emocionalmente inestable que acaba de perder a su abuela. También se refiere a lo que puede llegar a sentir su primo, David (Eisenberg) quien, a pesar de no expresar su dolor de forma explícita, igual tiene sentimientos reales. Y por supuesto, se puede referir a sus antepasados judíos, quienes vivieron en Polonia durante el Holocausto, y tuvieron que soportar un dolor inimaginable para la mayoría de personas.
Es así que lo nuevo de Eisenberg se desarrolla como un filme maduro y emocionalmente honesto, en el que el joven cineasta y actor claramente está tratando de expresar mucha de la culpa que siente como un judío estadounidense con raíces en Europa. Pero lo bueno de Un dolor real es que no se siente como un mea culpa ni una victimización, sino como una excelente autorreflexión sobre los orígenes del dolor, la vida, la muerte, las relaciones interpersonales, y lo difícil que debe ser tener que compararse constantemente con alguien completamente distinto a uno. Es así que este film se convierte en una de las mejores experiencias recientes, una película que los dejará reflexionando por un buen rato.
Al comenzar la película, vemos a los primos David y Benji juntándose en el aeropuerto para viajar juntos a Varsovia, no solo para tomar un tour y reconectar con sus raíces judías, sino también para visitar la ex casa de su abuela, quien tuvo que escapar del país durante la guerra. Estando ya en dicha ciudad, conocen a su guía, el académico británico James (Will Sharpe) y al grupo que los acompañará durante esos días. Están la pareja mayor de Mark (Daniel Oreskes) y Diane (Liza Sadovy); el joven Eloge (Kurt Edyiawan), un sobreviviente de un genocidio que se ha convertido al judaísmo; y la recién divorciada Marcia (Jennifer Grey). Es así que, mientras comienzan a visitar todos los lugares históricamente relevantes de Varsovia, las tensiones entre David y Benji comienzan a crecer.
Si no quedaba claro ya, se nota a leguas que Un dolor real es un proyecto muy personal para Eisenberg. Su personaje, David, se siente como una versión ficcionalizada del actor; es un tipo ansioso y con un TOC medicado, quien ha decidido viajar con su primo porque lo quiere mucho y desea ayudarlo, pero que a la vez comienza a tener muchos problemas debido a las personalidades tan diferentes que tienen. Es alguien, además, que no expresa mucho sus sentimientos, y a quien le cuesta mucho trabajo entender a Benji y sus altibajos emocionales. Pero incluso teniendo que lidiar con todo eso, igual está muy interesado en conocer las raíces de su familia, consciente de que sus problemas no llegan a estar ni cerca de lo que tuvieron que vivir los judíos en Polonia.
Benji, por su parte, es otra historia. Se trata de un chico increíblemente carismático que, como lo dice David en cierta escena, “ilumina cualquier lugar en el que entra” para luego, lamentablemente, malograrlo todo. Es encanto puro, pero es encanto que esconde algo siniestro y muy doloroso por dentro. Claramente sufre de depresión —o alguna otra enfermedad que no soy capaz de diagnosticar—, y por ende está estancado en la vida, obsesionado con el pasado de su familia y la relación que mantenía con su abuela. Cuando David le pregunta qué planes tiene para el futuro, no tiene mucho qué responder —y cuando el mismo le recrimina lo que hizo seis meses antes, simplemente no sabe qué decir. Benji es un personaje complicado, que apropiadamente está sintiendo un dolor muy real, pero que no sabe exactamente qué hacer con ese dolor.
Evidentemente, si ambos personajes funcionan como el eje central de Un dolor real, es porque las actuaciones son de primer nivel. Kieran Culkin está simplemente espectacular como Benji, interpretándolo como un chico hablador, social y carismático, que intenta congeniar con todo el mundo y distraerse para evitar pensar en sus problemas reales. Pero cuando cae, cuando se pone a reflexionar en lo que está haciendo o dónde está… es ahí donde sale a relucir el ser humano real. Y por su parte, Eisenberg no hace nada muy distinto a lo que nos ha entregado en filmes previos, y sin embargo igual logra transformar a David en una persona creíble. En alguien que ha encontrado un camino claro en la vida, y que genuinamente quiere ayudar a su primo, por más de que no pueda sacarse la imagen de él herido de la cabeza.
Eisenberg, por otro lado, dirige Un dolor real con elegancia, usando un estilo visual sencillo, parco y directo, centrándose en sus personajes y sus personalidades tan bien definidas. Le otorga la solemnidad apropiada a las escenas más emocionalmente potentes —como cuando el grupo visita un campo de concentración, escena que fue grabada en el lugar real—, y desarrolla las interacciones entre los primos de forma absolutamente verosímil. Tanto gracias al diálogo como a las actuaciones y a la dirección, estas escenas cándidas entre David y Benji se sienten absolutamente naturales, permitiéndole al espectador sentir que está viendo a gente real preocupándose por temas reales.
Al final del día, sin embargo, es el “todo” lo que termina por cautivar. Un dolor real funciona porque todos sus elementos individuales congenian para construir una historia emocionalmente potente, que mucho nos dice sobre la culpa que deben sentir los nietos o bisnietos de los sobrevivientes del Holocausto. Culpa por no tener problemas reales, por no haber hecho lo suficiente, o curiosamente, por no sentir suficiente culpa. David lo dice, de hecho, durante una escena particularmente conmovedora: que no entiende cómo alguien como Benji, que vivía en el sótano de su mamá fumando marihuana, puede haber descendido de alguien tan fuerte y que pasó por tanto como su abuela. Es ahí donde finalmente se expresa bien, y donde da a entender que la culpa que se siente no está solo vinculada a él mismo, sino también a su primo.
Un dolor real es una película sutilmente fascinante; un drama que, sin llegar a sentirse melodramático, debería calar en la mayoría de sus espectadores. Desarrollando bien a sus protagonistas y a la relación tan complicada que mantienen, y hasta presentando personajes secundarios interesantes —destacan Will Sharpe como el respetuoso guía turístico, y Jennifer Grey como Marcia—, la película termina sintiéndose como una experiencia honesta que mucho nos dice sobre la experiencia humana a lo largo de varias generaciones. E incluso de forma más sorprendente, es un filme que logra concluir de manera absolutamente sublime, terminando con un plano final que hace referencia al inicio de la historia, y que se siente trágicamente inevitable (de hecho, hasta me puso los pelos de punta). Está muy bueno lo que Eisenberg ha hecho con Un dolor real; estaré esperando con ansias su siguiente propuesta como director.
Nota: Vi este film gracias a un screener cortesía de Searchlight Pictures y Disney.
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