Una frase de San Agustín podría ayudarnos a ingresar a la trama de Heretic (Hereje, 2024), dirigida por Scott Beck y Bryan Woods: “Debes vaciarte de aquello con lo que estás lleno, para que puedas ser llenado de aquello de lo que estás vacío”. Queda claro aquí, con estas palabras, la conversión a la que llegó el filósofo cristiano. Esta experiencia resulta similar a la que atravesó una de las protagonistas de esta historia: la hermana mormona Paxton (Chloe East). Sin embargo, queda abierta la puerta a las interpretaciones que puedan surgir en torno a ese cambio. Buscaremos dilucidar alguna de estas.
Inexpertas aún, las hermanas Paxton y Barnes (Sophie Thatcher) transitan por calles tratando de compartir, en vano, su religión. Las pasan por alto y, aun, son objeto de burlas. Dentro de su lista de personas interesadas en escucharlas, se encuentra el señor Reed (Hugh Grant). A medida que se acercan a la vivienda de este, la cámara va alejándose de ellas hasta enmarcarse dentro de una rejilla, anticipándonos lo que vendrá después: encierro.
El señor Reed se presenta como un personaje comprensivo, cordial y hasta con un buen sentido del humor. Las escenas dialogadas pasan de planos abiertos a cerrados, permitiendo adentrarnos en la psicología de los tres personajes, así como también descubrir los lados ocultos de cada uno. Es en el interior de la casa del señor Reed, que notamos las motivaciones: la hermana Paxton representa ese acercamiento a la religión debido a que continúa la tradición familiar; la hermana Barnes, a su vez, se convierte a raíz del fallecimiento de su padre; mientras que al señor Reed le interesa estudiar el origen, la esencia, de las religiones. Pero, más que esto, lo que lo impulsa es entender el motivo por el cual las personas se acercan a una determinada profusión de fe. De ahí que estas dos muchachas inocentes cayeran en el momento exacto.
Cuando la conversación pasa, poco a poco, a cuestionar la creencia de las hermanas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, las luces se apagan. Ingresamos a una atmósfera cargada por la incomodidad, el temor y el peso ligero y autoevaluativo de nuestras propias ideas. A partir de este momento, la cinta encuentra a sus seguidores o detractores, puesto que, para algunos, podría resultar tediosa la argumentación y la contraargumentación de lo que, en resumen, se centra en saber si la fe es natural o hechura de unos cuantos. Sin embargo, a pesar de todo esto, cada pregunta simboliza un cuestionamiento personal, lo que, finalmente, originará una posición ontológica ante el vacío. Es por eso que se utilizó la frase de San Agustín para explicar justamente esto. Queda claro que todas las respuestas de las hermanas mormonas son sacadas de su manual ideológico para que, después, sepan qué es verdadero y qué no. No es gratuito que la hermana Barnes contagie su deseo de huir a la hermana Paxton, puesto que descubren que no tienen con qué sostenerse. El horror, además de la revelación de la actitud calculadora del señor Reed, es descubrir que a uno lo han dejado solo o, peor aun, siempre ha estado solo. O, para usar una imagen propia de la película, comprobar que somos conejillos de indias dentro de un laberinto muy bien construido. Y qué puede significar ese laberinto: lo que creíamos ser nosotros. Nos desvanecemos, nos convertimos en ese vacío existencial.
Resultan meritorias las actuaciones de los tres personajes (es más, solo en ellos se condensa la película). Las interpretaciones son verosímiles. Aplausos para el recordado Hugh Grant, quien, con sus mismos clásicos gestos, pasa de ser el galán tierno y encantador a representar no solo a la “maldad” en sí, sino a ese ajuste de cuentas contra algunos de nosotros mismos. Lo que podría achacarse a la cinta son las secuencias finales, por el tratamiento que se le da a ciertas situaciones. Pero esto sería arruinarles la ocasión de ver esta interesante y recomendable cinta de terror.
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